sábado, 30 de octubre de 2010

Agdaym Izik (2)

La ministra española de Asuntos Exteriores, Trinidad Jiménez, ha roto su silencio sobre el Sáhara Occidental, en una entrevista publicada en el diario El País, en la que expresa sus deseos de "una solución realista" al conflicto, al tiempo que parece dar por buenas las explicaciones de Marruecos sobre el asesinato del joven saharaui Nayem el Gareh

A estas alturas, no sorprende en absoluto el realismo político de la ministra, toda vez que sigue los pasos de sus antecesores en el cargo, incapaces de adoptar o sugerir cualquier decisión que pudiera incomodar a Rabat. Sus palabras, sin embargo, suponen un reconocimiento explícito de la legalidad de la ocupación marroquí del territorio de la ex colonia española, al conceder a Rabat potestad para negociar la autodeterminación del pueblo saharaui, derecho reconocido por la ONU en varias resoluciones apoyadas por España, potencia administradora mientras no se resuelva el problema. La autodeterminación, como bien sabe Trinidad Jiménez, es innegociable y no la ejerce el país colonizador ni, como en este caso, invasor, sino un pueblo, que es quien debe expresar su voluntad de constituirse o no en Estado. Insistir en remedios realistas es, simplemente, apostar por la fórmula marroquí de autonomía. Y ya todos sabemos cómo se las gasta el reino alauita. 

Mientras, en el campamento de Agdaym Izik, en las afueras de El Aaiún ocupado, continúan las reivindicaciones políticas de autodeterminación, a pesar del bloqueo de las fuerzas policiales y militares marroquíes. Porque realista también es el levantamiento de un pueblo cuando la negociación significa someterse al más fuerte.

jueves, 28 de octubre de 2010

Quiqui

Siendo niños, tuvimos un perro que al que pusimos el nombre de Quiqui. Nos lo había regalado una vecina, dueña de un pequeño comercio al que acudíamos a comprar golosinas, cromos y revistas infantiles, pero también los ovillos de hilo con los que mi abuela hacía punto. Quiqui pasaba el día en la azotea de la casa, donde, entre bidones de agua y patios de luz, nos veía jugar al fútbol en un campo imaginario, siempre cuidadosos con un balón que no pocas veces acababa en la calle o en los corrales cercanos como consecuencia de algún tiro errado que no encontraba el camino de la portería y superaba el pequeño muro protector de aquella cubierta llana tan característica de los pueblos del Sur de Gran Canaria. 

Mi memoria ha olvidado el tiempo que Quiqui estuvo con nosotros, como también los motivos por los que fue devuelto a nuestra vecina, quien no puso reparos en recuperar a aquel animal obediente y dócil. Sí recuerdo que, en alguna ocasión, seguramente muy pocas, fuimos a visitarlo. Nos recibía moviendo el rabo, como si se alegrara de volver a vernos y no guardara ningún tipo de rencor hacia nosotros, a pesar del gesto que habíamos tenido con él. 
  
No sé la razón por la que hoy me he acordado de Quiqui. Quizás porque era muy parecido a este Canelo que he encontrado navegando por la Red y que corrió peor suerte que él, pues acabó en la perrera de Hellín, tras unas rejas, abandonado por unos amos a los que, con toda probabilidad, esperaba reencontrar.  

lunes, 25 de octubre de 2010

Agdaym Izik

Marruecos seguirá ocupando ilegítimamente el Sáhara Occidental y explotando sus recursos naturales con el silencio cómplice, cuando no el apoyo explícito, de las potencias occidentales, entre ellas España. La ONU continuará sin dar solución al referéndum de autodeterminación al que una vez se comprometió con la población de la antigua colonia española, mayormente exiliada en territorio argelino desde hace más de tres décadas. Y mientras unos se empeñan en convertir la cuestión saharaui en uno de esos conflictos olvidados que ya no están presentes en las agendas gubernamentales y a los que los medios de comunicación aluden muy de vez en cuando, un pueblo se muestra terco, expresa su rebeldía y se resiste a ser víctima del abandono y la omisión, mientras espera el ansiado momento de decidir su propia suerte y alcanzar la independencia.

Aminetu Haidar demostró al mundo que cuando se defiende una causa justa se puede doblegar la voluntad de los gobiernos aunque la lucha sea individual. Ahora son muchos miles los que, en las proximidades de El Aaiún ocupado, se rebelan contra la opresión y gritan desde el campamento de Agdaym Izik sus ansias de libertad. Esta nueva protesta pacífica cuenta ya con su primera víctima mortal, el joven Nayem el Gareh -ese muchacho de ojos llorosos y labios apretados de la fotografía-,  asesinado por el Ejército marroquí. Y mientras Rabat trata de justificar la muerte de un inocente e impide a la prensa internacional viajar a la zona, Trinidad Jiménez calla, como antes calló Moratinos y mucho antes otros muchos ministros de Asuntos Exteriores españoles al tiempo que Marruecos pisoteaba los derechos humanos.

Y en momentos como ahora, queda también suscribir el optimismo de Pepe Taboada, uno de los nombres históricos de la solidaridad con el pueblo saharaui, al que ha dedicado los últimos treinta años de su vida, cuando, convencido, afirma: "hoy, más que nunca, estamos ganando". Seguro que sí, Pepe.

domingo, 24 de octubre de 2010

Wikileaks


Hace algunos años, cuando investigaba con Mirta Núñez los crímenes del franquismo en los archivos militares, nuestra reclamación de causas judiciales era despachada a menudo con un rotundo no, que se justificaba en la supuesta salvaguarda de la intimidad de los familiares de los represaliados (que eran precisamente los más interesados en conocer la verdad de lo ocurrido a sus parientes), aunque a quienes de verdad querían proteger era a los descendientes de quienes formaban aquellos tribunales de guerra (todos ellos pertenecientes al ejército), a los que no temblaba el pulso cuando de sentenciar a muerte se trataba. 

Ahora escucho una excusa muy similar de los responsables políticos y militares de  Estados Unidos a raíz de las filtraciones de Wikileaks sobre la guerra sucia, las matanzas y los abusos de los derechos humanos perpetrados en Irak por las tropas norteamericanas e iraquíes y por los mercenarios de Blackwater. Ni el Pentágono ni el Departamento de Estado hablan de investigar los hechos, de llevar a los culpables ante la justicia o de reparar de alguna manera el daño causado. Ni mucho menos se les ha oído pronunciar la palabra perdón. Se escudan en la seguridad nacional y en la protección de las vidas de  estadounidenses y de sus aliados.

Me pregunto, mientras leo con espanto los horrores ahora puestos al descubierto por la web de Julian Assange, qué estará pensando aquel que una vez regresó a España con acento tejano y que no dudó en poner una franca sonrisa para la famosa foto de las Azores, aunque en aquel momento se estuviera poniendo en juego la vida de miles de seres humanos.

sábado, 23 de octubre de 2010

Malditas prisas


No le falta razón al escritor Ricardo Menéndez Salmón cuando declara que en el mundo que nos rodea hay mucha obra de creación fruto del apresuramiento y que si se ha trabajado deprisa, cortando y pegando, haciendo trampas, falseándolo todo, al final se nota. La creación artística es enemiga natural de las prisas, de las urgencias. Reclama reposo, reflexión, necesita asentarse antes de salir a un mercado que con demasiada frecuencia pide nuevas mercancías, contenidos novedosos para seguir funcionando con normalidad, pero que no establece esos filtros de calidad que el propio autor debería imponerse antes de entregar su producto. Ahí están esos miles y miles de títulos literarios que la industria editorial española lanza cada año y que pasan sin pena ni gloria, sin apenas tiempo para que el lector pueda elegir lo que de verdad vale la pena entre tanta avalancha de papel, pero en su mayoría tan insustanciales, tan anodinos, que el olvido los devora en apenas unas semanas, cuando no en unos pocos días.

Hace algunos años, cuando ya Soldados de Salamina era un éxito de ventas, Javier Cercas me confesaba que en la gaveta de su mesa de trabajo o en el disco duro de su ordenador tenía algunas obras que no se había atrevido a entregar a su editor por pudor, convencido como estaba de que no valía la pena talar más árboles para extraer el papel en el que debían ser impresas. ¿Falsa modestia? Seguramente no. Convencimiento de que no todo vale y de que el autor debe mimar y cuidar su producción creativa para no arrepentirse tiempo después de su impulso, de su vanidad. Lástima que el ejemplo del reciente Premio Nacional de Narrativa no haya cundido lo suficiente y que cada vez los bosques sean más escasos. 

domingo, 17 de octubre de 2010

Periodismo de cartón piedra

Por boca de su presidenta, la Federación de Asociaciones de Periodistas de España, FAPE, acaba de  pedir a los medios de comunicación que dejen de acudir a las ruedas de prensa en las que no se aceptan preguntas. Esta curiosa solicitud no pasaría de mera anécdota si no fuera porque este tipo de comparecencias, en las que los profesionales de la información son invitados a participar en una representación en la que su papel se circunscribe al de meros figurantes o, peor aún, en la que son reducidos a la condición de las grabadoras o las cámaras con las que trabajan, se ha convertido en la norma habitual cuando los convocantes temen que pueda aparecer alguna cuestión incómoda. En este sentido, el Partido Popular -aunque no es la única formación que impone límites a quienes contempla como enemigos naturales- es la fuerza política que más abusa de esta práctica, empeñado como está en ocultar todo lo relativo a la mancha de corrupción que persigue a muchos de sus dirigentes en toda España.

Nunca será tarde para devolver al periodismo las herramientas con las que cumple con su verdadera esencia, para que los periodistas inquieran, indaguen y traten de encontrar la verdad de los hechos a partir de un ejercicio libre de su profesión. En caso contrario estaremos asistiendo a la consolidación del periodismo de cartón piedra. Está por ver el esfuerzo que los reporteros realicen para cumplir la petición de FAPE y boicotear estas convocatorias que desvirtúan su función. Y el empeño que pondrán sus jefes, directores y editores, obligados en muchos casos a sacrificar sus intereses empresariales e ideológicos en favor de una información veraz y contrastada.

viernes, 15 de octubre de 2010

Los topos olvidados

La casualidad ha hecho coincidir en el tiempo el feliz rescate de los 33 mineros atrapados durante varias semanas en San José, Chile, con la reedición de un libro sobrecogedor que, cuando se publicó en 1977, causó cierto revuelo. Estábamos en los primeros momentos de la democracia y hablar de posguerra y represión aún producía escozor en algunos sectores de la sociedad española más propensa al olvido que al recuerdo y la memoria. Me refiero a Los topos, valiente investigación histórica que llevaron a cabo Jesús Torbado y Manuel Leguineche sobre los centenares de españoles que, derrotados en la Guerra Civil, no encontraron mejor solución para huir del escarnio, las represalias, la violencia y, en muchos casos, una muerte segura, que encerrarse en vida, que esconderse en agujeros en los que vivieron,  con el miedo adherido al cuerpo, con el temor a ser  detenidos en cualquier momento, durante décadas. 

Cuando salieron de sus escondrijos, de aquellas cárceles no oficiales, a finales de los sesenta, no los esperaban las cámaras, los periodistas, los políticos, ni mil millones de telespectadores frente a las pantallas, siguiendo segundo a segundo su liberación. Tan sólo sus familiares, los mismos que se habían jugado su suerte, poniendo en peligro su propia libertad, por mantenerlos a salvo, alimentándolos y tratando de que no enloquecieran durante el largo período en el que permanecieron ocultos a los ojos del vengador régimen franquista. 

Hace algún tiempo, la realidad de aquellos topos humanos volvió a la actualidad gracias a la ficción, a un estremecedor relato de Alberto Méndez, titulado Los girasoles ciegos, incluido en un libro junto a otras tres historias -o derrotas, como las calificó su autor-, que fue llevado al cine por José Luis Cuerda, con Maribel Verdú y Javier Cámara en el reparto. Ahora lo hace desde el rigor histórico, gracias a una recuperación ajena a las modas editoriales que nos devuelve el sufrimiento de aquellos hombres que una vez creyeron en la victoria de sus ideales. 



  

martes, 12 de octubre de 2010

Onetti/Carpentier

(@Alfaguara.com)
En una de las muchísimas entrevistas que Mario Vargas Llosa concedió el mismo día en que supo que le había sido otorgado el Premio Nobel de Literatura, el escritor hispanoperuano afirmaba que el mayor misterio de la escritura era su capacidad para hacer nacer la vida de la nada, con ese grácil material que son las palabras. A eso, a dotar de existencia a personajes surgidos de su imaginación o a revivir a figuras históricas desde la ficción, ha dedicado la mayor parte de su trayectoria como narrador, dramaturgo, cuentista y ensayista, ahora reconocida por la Academia Sueca.

Y en lugar de mostrarse soberbio o arrogante por el honor recibido o limitarse a glosar sus muchos méritos, aseguró en la misma conversación radiofónica que el galardón no lo situaba automáticamente entre los clásicos, que esa condición le vendría dada por el tiempo, quizás cuando, ya fallecido, sus obras siguieran recibiendo el favor de los lectores. Y de ese panteón de los inmortales recuperó dos nombres: Alejo Carpentier, del que confesó a su entrevistador que estaba releyendo El reino de este mundo, y Juan Carlos Onetti, a quien dedicó hace un par de años una lectura personal en El viaje a la ficción. ¡Inmejorable gusto de quien sí se sabe creador de una producción literaria balzaciana!

Después de concluida la interviú, extraje de los estantes de mi biblioteca La guerra del fin del mundo y Conversación en La Catedral. Podía haber elegido otros títulos para enfrascarme en el particular homenaje a quien durante tanto tiempo me ha producido un inolvidable placer.  Me consuela pensar que aún tengo por delante un año entero, antes de que sea designado su sucesor como Nobel de Literatura.  


domingo, 10 de octubre de 2010

Abandonos animales

Cada vez que me topo con un animal abandonado, me nace, además de un profundo sentimiento de desazón y rabia, el impulso de rescatarlo del desamparo, de alejarlo del sufrimiento de la existencia callejera, de recogerlo y otorgarle todas las atenciones veterinarias necesarias, porque suele estar herido o enfermo. Algo así como lo que hizo hace ya dos décadas Aníbal Vallejo, por entonces profesor de Arte de la Universidad de Antioquia, cuando detuvo su coche, en plena autopista, para atender a un perro que había sido atropellado y estaba al borde de la muerte. Aquel mismo día decidió abandonar la enseñanza universitaria y dedicarse por entero al cuidado de animales necesitados de protección. El lema que guía su vida desde entonces es "Siempre habrá un animal abandonado que me impedirá ser feliz". 

La historia protagonizada por Aníbal la cuenta su hermano, el irreverente escritor colombiano Fernando Vallejo en su última novela, El don de la vida, en la que insiste en expresar su profundo amor por los canes y su más absoluto desprecio por las personas. "Que se hacinen, que se amontonen, que copulen, que se jodan. A mí los que me duelen son los animales", dijo en una ocasión, con la misma contundencia -para escándalo de muchos- con la que decidió donar los 100.000 dólares del premio literario Rómulo Gallegos de 2003, que le había concedido un docto jurado, a la sociedad protectora de Caracas. 

Esta mañana, mientras paseaba, encontré a un pequeño e indefenso gato que, apoyado en una pared, buscaba refugio y quizás calor, después de estos días de incesante lluvia. Navegando por la red, doy con la foto de un gatito bogotano abandonado, realizada en 2006, que guarda parecido con el que, a mi pesar, dejé, pasmado de frío, en la misma calle en que lo hallé. No todos tenemos el valor ni el arrojo de Aníbal Vallejo. 

martes, 5 de octubre de 2010

Charlistas profesionales

Hace algunos años, en un artículo periodístico recogido posteriormente en libro, el escritor Antonio Muñoz Molina expresaba su hastío y mostraba su disgusto hacia los charlistas profesionales que comenzaban a poblar las emisoras de radio y los estudios de televisión, opinando de cualquier asunto aunque lo desconocieran todo de él, encantados de conocerse a sí mismos y gastando saliva con afirmaciones anodinas, escasamente inteligentes, que en nada enriquecían el debate público. 

Algunos años después, basta con mover el dial a derecha e izquierda o emplear el mando del plasma para pasar de un canal a otro para comprobar, con cierto desasosiego, que la situación no sólo no ha ido a mejor, sino que el panorama que dibujaba el académico jienense ha empeorado hasta alcanzar límites insoportables. A cualquier hora del día, de la mañana, la tarde o la noche -desconozco si de madrugada se practica el mismo ejercicio periodístico-, cualquier programa -da igual que sea político, deportivo, de entretenimiento o del corazón- cuenta con una larga nómina de charlistas, esto es, individuos que disertan sin solemnidad ni excesivas preocupaciones formales, que, en su inmensa mayoría, continúan sin aportar nada, que opinan de lo que escasamente saben o de lo que acaban de oír por primera vez y que, lo que es peor, tratan de imponer sus pareceres a los demás contertulios a base de gritos, salivazos y mamporros verbales. 

La competencia mediática es tal -el número de canales, sobre todo televisivos por mor de la TDT,  se ha incrementado de un modo geométrico- que mucho me temo que el estado de la cosa va a seguir degenerándose, pues prima la conquista de las audiencias por encima de la cordura y la inteligencia. No vaya uno a perder oyentes o telespectadores por mostrarse comedido y educado.

domingo, 3 de octubre de 2010

Villanías

Estados Unidos ha pedido esta semana perdón a Guatemala por los experimentos realizados con casi setecientos pacientes de hospitales psiquiátricos de ese país centroamericano a los que se infectó con sífilis y gonorrea entre 1946 y 1948. Un hecho que podría parecer aislado si no fuera porque cada cierto tiempo se hacen públicas las tropelías cometidas por los gobiernos contra sus propios ciudadanos o contra los de otros países, como en esta ocasión. La memoria nos devuelve, entonces, otros muchos casos, para los que no hay que alejarse hasta épocas remotas, pues basta quedarse en el siglo XX. Ahí están las pruebas nucleares llevadas a cabo por EEUU o Francia en las que sus tropas o las poblaciones civiles fueron utilizadas como cobayas, los sufrimientos infligidos durante décadas a los aborígenes australianos por leyes y prácticas injustas, los abusos de que fueron víctimas los niños de la isla de La Reunión, enviados a territorio francés con la promesa de estudios y sometidos a situaciones de semiesclavitud, y tantos y tantos atropellos que harían muy extensa una relación de afrentas que nos haría temblar como si estuviéramos viendo una película de terror. La realidad, una vez más, superaría a la ficción. 

Estados democráticos occidentales que, cada día, se ponen como ejemplos de virtud frente a terceros pero que esconden en sus archivos secretos un verdadero arsenal de villanías contra sus compatriotas, a los que tienen la obligación de proteger y cuidar. Un deber del que, sin embargo, con demasiada facilidad, según comprobamos, se han olvidado en tiempos, ya digo, no tan lejanos.