lunes, 31 de enero de 2011

Milton Rogovin

(@Milton Rogovin)
El coronel no tiene quien le escriba, pero los más desfavorecidos de la sociedad capitalista encontraron en Milton Rogovin al remitente que, desde el compromiso político, pero sobre todo artístico, denunció su exclusión social, su marginación. Los protagonistas de sus instantáneas -¿o habría que llamarlas documentos, testimonios de la injusticia?- fueron siempre Los Olvidados -sí, como el título de la película de Buñuel, que inspiró su serie The Forgotten Ones-, los que habitan los suburbios, los que quedan fuera de los límites del sistema, los que menos posibilidades tienen de salir del pozo. 

Admirador de la pintura de Goya y de los grabados de la alemana Käthe Kollwitz, que colgaban de las paredes de su casa, porque en ellos se denuncian las atrocidades de la guerra, se presta atención a la gente común y se muestran los problemas de los miserables, renunció voluntariamente a fotografiar la riqueza y el glamour que rodea a los ricos porque, según decía, la fotografía no era su medio de vida, sino la mejor forma con la que contaba para expresar sus pensamientos y sus sentimientos sobre los seres humanos: "Me hacía sentir bien la posibilidad de acercar a los olvidados a la atención pública. He creído que hacía algo importante".

Y tenía razón, porque importante es el legado que nos deja este generoso artista del que hoy he sabido que ha muerto a los 101 años de edad.

sábado, 29 de enero de 2011

Tesoros escondidos

De pequeño adquirí la costumbre -manía la llamaban los mayores- de guardar, entre las páginas de los libros que caían en mis manos, pequeños objetos, la mayoría de ellos sin valor: cromos repetidos, fotografías, billetes de autobús, folletos, pegatinas, tarjetas de embarque, entradas de conciertos o partidos de fútbol, postales, recortes de periódicos, envoltorios de golosinas y también -cosas de la juventud o quizás de la emoción de los primeros amores- pétalos de flor. Aquellos recuerdos hacían las veces de marcapáginas mientras duraba la lectura. Cuando esta concluía, quedaban olvidados, ocultos, apresados en un oscuro territorio, acompañados únicamente de palabras impresas que, a lo mejor, no volvían a ser pronunciadas hasta mucho tiempo después. 

He tenido la suerte de que mi biblioteca me ha acompañado a las nuevas casas que he ido habitando con el paso de los años. No le ocurrió lo mismo a Juan Carlos Onetti. El escritor uruguayo confesaba que en varias ocasiones se había visto obligado a dejar atrás, a su pesar, los centenares, miles de volúmenes que había ido atesorando. Y en cada nuevo destino, como la hormiga de la fábula, volvía a empezar de cero. A lo mejor, aunque es difícil saberlo, llegó a aceptar que había sido condenado, como un moderno Prometeo, al castigo de rehacer, una y otra vez, lo destruido por las malditas circunstancias. 

Esta mañana, en un ejemplar de La guerra del fin del mundo, de Vargas Llosa, que he comenzado a releer, he hallado, para mi sorpresa, uno de esos tesoros escondidos: un paquete de tiritas, aún sin abrir, que conserva una etiqueta con su precio en pesetas: ¡30! No sé los años que ha podido permanecer dentro de esta edición barata de Seix Barral, ajeno a las andanzas del Barón de Cañabrava, Rufino, Joâo Grande o María Quadrado. Pero sí que con su equivalente en euros, hoy no podría comprar una unidad de esos protectores adhesivos que evitan rozaduras.  

jueves, 27 de enero de 2011

Mohamed Bouazizi (2)

Durante la movida madrileña, Glutamato Ye-Yé cantaba un divertido tema que anunciaba que Oriente estaba insurgente. Hoy, muchos años después, se cumple aquel presagio del grupo que lideraba Iñaki Fernández. Desde que el joven vendedor Mohamed Bouazizi se inmoló en Túnez, convirtiéndose en el principal mártir de la Revolución de los Jazmines, las protestas populares se han extendido por varios países árabes y amenazan con prender en el resto. A Túnez siguieron Argelia, Jordania, Egipto y ahora, Yemen. Parece que el movimiento no se detiene, a pesar de la represión ejercida  por los temerosos monarcas absolutos y los presidentes vitalicios, que empiezan a sentir que la camisa no les llega al cuello y sospechan que pronto se convertirán en compañeros de exilio de Ben Alí. Las imágenes de las manifestaciones de El Cairo, Suez o Sanaá, como antes las de las principales ciudades tunecinas, reflejan el malestar de unas poblaciones  hartas de su progresiva miseria y del enriquecimiento ilícito de las élites políticas. 

Occidente calla, como siempre, interesado como ha estado en sostener durante décadas a estas dictaduras. Pero no menos que los integristas, cuyas tesis encontraban en la opresión un magnífico caldo de cultivo y a los que la posibilidad de que se establezcan democracias asusta tanto como a los sátrapas actuales. Unos y otros tienen la impresión de que pueden perder su chiringuito, ya sea económico, político-militar o ideológico. 

Y mientras se suceden los acontecimientos a toda prisa, casi tanta como la que se vivió a partir de 1989 en el Este europeo, tras la caída del Muro de Berlín, la familia de Mohamed Bouazizi sigue llorando su muerte. Lástima que quien encendió la llama de la rebelión no pueda presenciar los efectos devastadores de su valiente aunque suicida acción.  

miércoles, 26 de enero de 2011

Expolio digital (2)


Cuentan que hace algunos años, cada vez que el dramaturgo Miguel Mihura acudía a su carnicería habitual, el carnicero le pedía un par de boletos para alguna de sus exitosas funciones, a lo que el dramaturgo madrileño respondía : "cuando usted me dé dos filetes, yo le entrego dos entradas a cambio". El vendedor de carne nunca fue al teatro, al menos a costa del trabajo de don Miguel. A aquel comerciante le ocurría lo que a muchos en la actualidad, que consideran que lo intangible, lo inmaterial carece de valor, que creen que una obra artística no es más que el resultado de la inspiración y no del esfuerzo y el tesón, que entienden que las creaciones, llámense canción, película o videojuego, por el mero hecho de poseer un ordenador y una línea ADSL, les pertenecen. 

Pero claro, al igual que don Miguel Mihura, no todos están dispuestos a ser víctimas del robo en la red, justificado bajo la falacia de la libertad de expresión, la neutralidad o, lo que es peor, el progreso tecnológico y el desarrollo de la sociedad, por no aludir al acceso universal a la cultura. No hace muchos días, el cantautor tinerfeño Pedro Guerra, al que muchos conocerán por su crítica posición con el canon digital, además de por sus muchas y buenas canciones, recordaba que regalar lo que no es de uno, no es, ni ha sido nunca, un derecho fundamental. Por mucho que algunos se empeñen en lo contrario. Seguramente, Pedro Guerra ya es enemigo de quienes no respetan la propiedad ajena. Y, sin duda, Miguel Mihura ya habría sido víctima, de seguir entre nosotros, de infinitos comentarios en Twitter o en Facebook por su negativa a ceder, por la cara, sus obras de teatro.

Dicen  que el debate en torno a la propiedad intelectual en Internet está enquistado. Tanto, que se ha llevado por delante a Álex de la Iglesia, que, a mi juicio, pecó de afán de protagonismo y escasez de recursos para enfrentarse a un nuevo escenario en cuanto se produjo el cambio. Álex ha anunciado su dimisión como presidente de la Academia de Cine, ese mismo cine al que muchos, con los que en los últimos tiempos conversó tan amigablemente, han despreciado por activa y por pasiva en cualquier foro. Al mismo tiempo, los que se consideran líderes naturales de la red se han solidarizado con el director de Balada triste de trompeta, al que con total desfachatez se han atrevido a sugerir como próximo ministro de Cultura. Ver para creer tanto cinismo como el que ejercitan los Bravos, Dans, Domingos y demás, acostumbrados a sentirse representantes de la soberanía popular por el mero hecho de ser populares en un territorio que no cuestiona a quienes se enriquecen con las creaciones de terceros.

lunes, 24 de enero de 2011

Expolio digital

Mi intención era hablar hoy de lo injusta que es la historia de la literatura, de cómo da la espalda, de un día para otro, de forma incomprensible, a escritores que han hecho las delicias de generaciones enteras. Mi idea era recordar y rendir tributo a autores como Emilio Salgari, Karl May o Giovanni Papini, nombres que me acompañaron durante mi infancia y adolescencia,  novelistas que alcanzaron la gloria en un momento determinado pero que, por circunstancias inexplicables, hoy han caído en el más injusto de los olvidos o son reeditados, cuando lo son, por pequeñas editoriales que se atreven a jugarse sus pocos recursos imprimiendo unos volúmenes destinados, más que a nadie, a nostálgicos como yo, que disfrutamos con la lectura de sus novelas y cuentos cuando éramos apenas unos niños con ganas de vivir las mismas aventuras que aquellos héroes de ficción.

Detrás de las obras de aquellos admirados literatos -como del resto de autores, ya sean novelistas, poetas, dramaturgos, cineastas, músicos o coreógrafos- había y hay mucho talento, pero también dedicación, esfuerzo y trabajo, muchísimo trabajo. Sin embargo, hoy muchos creen que esas creaciones, que forman parte de nuestro imaginario colectivo, valen lo que un simple clic de ratón, que su precio se reduce al tiempo que tarda en ser descargada impunemente de algún servidor o de alguna página por la que terceros se lucran sin que a ellos les cueste nada. Y hoy muchos siguen queriendo que creamos que lo que está en juego no es la creación, sino la libertad de expresión y ese concepto tan versátil y de fácil recurso como la neutralidad en la red. ¿Por qué recurren a eufemismos cuando lo que tratan de amparar es el expolio digital, el robo a manos llenas? 

sábado, 22 de enero de 2011

"No escribas más"

(@lavozdigital.es)
Conocí a Fernando Santiago en 2009, después de que publicara una tribuna de opinión en la que, demostrando una absoluta valentía y unas grandes dosis de atrevimiento, no tuvo reparos en defender a la SGAE en un momento en que la entidad de gestión, a raíz de cobrar por un concierto benéfico en Almería, era sometida a un auténtico linchamiento mediático. Durante la conversación que mantuvimos me comentó que estaba embarcado en los preparativos de la conmemoración del bicentenario de la proclamación de la libertad de prensa por las Cortes de Cádiz, que se celebró en 2010. Hoy leo, con estupor, que este periodista ha sido agredido por un energúmeno al que, al parecer, molestaban sus artículos periodísticos y los comentarios que hacía en su blog. No satisfecho con golpearlo, el agresor se atrevió también a espetarle "¡No escribas más!", como si con ese grito amenazador pudiera acabar con quien, desde la presidencia de la Asociación de la Prensa de Cádiz, se ha erigido en un firme defensor de la libertad de expresión y de la función crítica de los profesionales de la información. Quizás ese individuo quiso emular a Millán-Astray y su célebre "¡Muera la inteligencia!".

Lamentablemente, los ataques a periodistas no se limitan a países cuyos regímenes políticos socavan los derechos fundamentales, como ha venido denunciando Reporteros Sin Fronteras. Aunque se trate de un hecho aislado, parece que en España algunos siguen creyendo que las palabras se acallan a puñetazos, que la razón se conquista a golpes, que con el ejercicio de la fuerza se pueden silenciar las voces independientes. 

Fernando, desde aquí, mucho ánimo y una pronta recuperación, porque el periodismo necesita de gente  como tú.

domingo, 16 de enero de 2011

Mohamed Bouazizi

(@Reuters/Zohra Bensemra)
Hace algunos años, tras la muerte de Hassan II, los medios de comunicación tardaron algunos días en referirse al monarca marroquí como a lo que verdaderamente era: un tirano cruel y sanguinario. Era como si no se quisiera desairar al Gobierno y la Monarquía españoles, históricos amigos del sátrapa, como si se temiera la reacción del vecino mediterráneo. Ahora, tras la apresurada huida del presidente tunecino Ben Alí como consecuencia de la bautizada como Revolución de los Jazmines, la prensa europea comienza a hablar de tiranía, de dictadura, de autoritarismo y a afear la postura benévola y la cercanía cómplice que las instituciones y democracias occidentales mantuvieron con el caudillo depuesto a lo largo de este último cuarto de siglo. Periodistas y comentaristas recuerdan en estos momentos que Amnistía Internacional ha venido llamando la atención año tras año de los desmanes del mandatario magrebí, aunque poco caso se hizo a sus informes. Tuvo que producirse la inmolación de  Mohamed Bouazizi para que los ojos se posaran en ese régimen corrupto y dictatorial.

Sin embargo, hasta hace muy poco, esos mismos medios recomendaban Túnez como destino turístico tranquilo y seguro, ingresaban dinero de las campañas publicitarias de ese país y no alertaban de las violaciones de los derechos humanos ni de la represión a la que era sometidos sus ciudadanos. Quizás tengan una buena oportunidad, a partir de  ahora, para denunciar, sin ambages ni tibieza, lo que es una evidencia: que ninguno de los países del Magreb es democrático, que sus Estados viven inmersos en la corrupción y que su población no goza de las libertades y derechos exigibles. La prensa libre no debería callar o mirar hacia otro lado, como hacen los Gobiernos europeos, atados por sus propios intereses económicos y geopolíticos, sino ponerse del lado de los demócratas que aspiran a convertir el Norte de África en un territorio libre de dictaduras. ¿Es demasiado pedir a los que ejercen a diario el periodismo?

martes, 11 de enero de 2011

El demagogo tecnológico

Hace algunas semanas dediqué una entrada a Juan Carlos Ibarra, después de su paso por un foro en Badajoz. Entonces me referí a su demagogia tecnológica, sustentada mayormente en la idea de que Internet nos permite el acceso, a golpe de clic, a millones de obras de creación, sin necesidad de pagar a los autores de esos libros, canciones, películas o videojuegos descargados, dado que, por encima del derecho  de los trabajadores de la cultura a ser retribuidos por su trabajo, está el supuesto acceso universal al conocimiento, una red libre y neutral y la mayor de las libertades de expresión. La simpleza argumental empleada entonces, unida a ciertas gotas de populismo facilón, reaparece, pero esta vez por escrito, en un artículo aparecido en el diario El País.

Las ideas esgrimidas por el expresidente extremeño son, como digo, pocas y de un simplismo insultante. Y en ellas insiste. De un lado están los buenos, esto es, los jóvenes internautas que contribuyen, navegando y descargando a su antojo, al avance tecnológico y el progreso de la Humanidad, así, en mayúsculas. Del otro están los malos, esto es, los creadores, la industria y las entidades de gestión, que se limitan a reclamar lo que es suyo, es decir, una justa retribución por el trabajo creativo realizado y descargado impunemente a través de las ADSL, en lo que no es más que un claro ejercicio de saqueo. Y entre medias está este señor, deslumbrado por la luz de las pantallas de ordenador, haciendo gala de una ingenuidad extraordinaria -o quizás de una mayúscula  malicia- cuando olvida a quienes se están forrando de lo lindo con el esfuerzo ajeno, llámense operadoras de telefonía, TIC o páginas de enlaces.

Y hay quien ha calificado alguno de sus artículos de padrenuestro [sic] de  la realidad. ¡Válgame dios!

sábado, 8 de enero de 2011

El jardín de tu memoria

Escribió Manuel Altolaguirre que "ningún campo tan grande como el de nuestra memoria" y que "recorrerlo es buscarse a sí mismo". Y él mismo se buscó y confundió en unas confesiones y en unos recuerdos que quedaron reunidos en El caballo griego, un libro de memorias que no pudo concluir porque antes le sorprendió la muerte en una carretera de la España de la que se había exiliado veinte años antes, al concluir la guerra civil, durante la que mantuvo un firme compromiso con la legalidad republicana. Una muerte después de la cual su alma no se sintió desnuda, sino envuelta con el paisaje de sus pensamientos y emociones, abrigada por la memoria, que le sirvió de confortable luz frente al abandono y el olvido. Y él, que dijo que estaba "aprendiendo a morir a fuerza de recuerdos", nos legó unos cuantos y muy sabrosos en unas deliciosas páginas que, acertadamente, ha recuperado el diario Público en la edición de hoy, sábado 8 de enero, dentro de su colección Voces críticas. 

En apenas medio centenar de páginas, que se completan con una serie de notas sobre literatura por las que desfilan los principales poetas y dramaturgos de las primeras décadas del pasado siglo, como Luis Cernuda, Federico García Lorca, Miguel Hernández, Emilio Prados, Vicente Aleixandre, Pedro Salinas ("Y fue una despedida, larga, clara", escribe Altolaguirre tras la muerte de quien era "vuelo y cielo, luz henchida de aire"), Gerardo Diego y otros, el escritor malagueño nos acercó el drama de la España vencida, obligada, como él, a abandonar su patria y acabar recluida, en los primeros tiempos, en los campos de concentración franceses, en una tierra extraña donde "el llanto de las mujeres y de los niños no eran lágrimas líquidas, sino enturbiadas nubes coronando sus frentes". El dolor que destilan esos pasajes tiene también su contrapunto en las divertidas anécdotas que relata de los años anteriores al conflicto fratricida, protagonizadas por Salvador Dalí, Gala o un Rafael Alberti que no duda en vestirse de mujer para recibir la visita de André Gide. 

Qué placer haber encontrado hoy la voz crítica de Manuel Altolaguirre en una edición popular que, seguramente, habría gustado a quien también fue un magnífico editor e impresor.

viernes, 7 de enero de 2011

Periodismo sin fronteras

Desde hace algunos años, en época de belenes, turrones, despreocupaciones, tarjetas de felicitación, abetos, polvorones, comidas familiares, loterías y cestas, Reporteros Sin Fronteras (RSF) presenta su balance anual sobre el estado de la libertad de prensa en el mundo. En 2010, los datos sobre el ejercicio del periodismo en el mundo, aunque mejores que en 2009, siguieron ofreciendo una realidad incontestable y desalentadora: en muchos lugares del planeta, tratar de ofrecer una información libre e independiente a la ciudadanía supone, en muchos casos, que el profesional acabe en la cárcel o, sencillamente, asesinado. Según esta organización, creada en 1985, el pasado año la vida de 57 periodistas fue cercenada por quienes no estaban dispuestos a que se conociera la verdad, a que se hicieran públicos ciertos hechos o datos, a que ciertas investigaciones o denuncias salieran a la luz. En el mismo periodo, 51 reporteros fueron secuestrados, 535 detenidos y más de 1.300 agredidos o amenazados. Pakistán, Irak y México son, por este orden, los lugares más violentos para los que utilizan, como herramienta de trabajo, la palabra o la imagen. 

Y mientras en un buen número de países -probablemente en la mayoría- hay quienes se juegan el pellejo a diario porque saben que son testigos esenciales y que con su labor están garantizando el derecho de todos a la información, aquí hay quienes prefieren mirar para otro lado cuando la rueda de prensa se convierte en comparecencia ("¿para qué preguntar?", se dirán, si ya tienen las notas con la versión oficial) o, peor aún, utilizar la libertad de prensa para, sencillamente, escupir, crispar e insultar a los que no piensan como ellos, a los que discrepan, a los que se limitan a tener una opinión diferente. 

La libertad de prensa no exige héroes ni mártires, pero sí un ejercicio responsable y ético que algunos parecen haber olvidado. Al menos por aquí.

jueves, 6 de enero de 2011

Día de Reyes

El Día de Reyes es, en mi memoria infantil, una jornada de emociones. De una agitación que se iniciaba durante la cabalgata de la tarde anterior, cuando tenía la oportunidad de ver de cerca y casi tocar a los Magos de Oriente que, horas después, pasarían por mi casa, como por la de miles de niños como yo, a colmarnos de regalos, como se decía entonces. Por fin llegaba el día esperado en el que Melchor, Gaspar y Baltasar, hasta entonces figuras de un Belén que nos había acompañado durante todas las fiestas y que desmontaríamos en la mañana del día 7, se transformaban en seres reales. La excitación, compartida con mis hermanos menores, era tal, que apenas cenábamos antes de, a regañadientes, meternos en la cama a perseguir un sueño que no acababa de llegar, por mucho que contáramos ovejitas, como nos recomendaban los mayores. Uno no caía, bendita inocencia de entonces, en la sospechosa tranquilidad de esos mismos hermanos mayores, que también eran cómplices de este maravilloso engaño que se ha prolongado a lo largo de la historia, que ha pasado de generaciones a generaciones y que aún hoy sigue provocando esas caras de excitación en los niños que tanta ternura nos producen, las mismas que tuvimos otros y, antes de nosotros, nuestros padres. 

El Día de Reyes es, en el recuerdo del niño que fui, una jornada de poco sueño, de excitación, de deseos cumplidos, de ilusiones, de olor a nuevo, de ruido de envoltorios, de sonidos mecánicos, de visitas a las  casas de los familiares por las que también habían pasado los camellos, los pajes y las majestades orientales, de juegos, de alegría, de calzarme unas nuevas botas de fútbol y estrenar equipación, de...    

El Día de Reyes es, hoy, día de nostalgia. Deliciosa, eso sí.

miércoles, 5 de enero de 2011

León de la Riva

(@www.diagonalperiodico.net)

Seguramente haya asuntos y personajes más interesantes sobre los que escribir hoy, víspera de una fecha de tantas connotaciones infantiles. El actual alcalde de Valladolid resulta más anodino que atractivo, empeñado como está en pasar a la historia por sus exabruptos y sus salidas de tiesto, más que por la buena gestión de una ciudad cuya ciudadanía no merece a alguien tan representativo de la España más soez. Si lo hago no es por la sorpresa que me ha producido escuchar a un señor tan de derechas citar a Bertolt Brecht. El susto ya lo pasé cuando a José María Aznar le dio por echar mano, a cada paso, de Manuel Azaña, con el que parecía haber compartido mesa y mantel, por la familiaridad con la que lo parafraseaba. 

Si no estoy rememorando las cabalgatas de reyes, que siempre vinculo a los caramelos lanzados desde las carrozas y a por los que, siendo niños, nos lanzábamos como posesos, haciendo peligrar nuestra integridad física, no es más que por la repugnancia intelectual que me producen quienes apelan con tanta frivolidad al nazismo, un recurso al que es muy aficionada otra ilustre popular, Esperanza Aguirre. Uno puede estar más o menos de acuerdo con la nueva ley antitabaco, pero igualar las denuncias a las que el ciudadano puede recurrir cuando se sienta molesto por el humo ajeno, con las que se producían bajo un régimen dictatorial que organizó la mayor maquinaria al servicio del crimen del que se tiene noticia y que provocó, por sus ansias expansionistas, varias decenas de millones de muertos, es no conocer la historia reciente o pasarse de graciosillo. Y gracia, lo que se dice gracia, no tiene ninguna. Quizás le convenga al señor León de la Riva leer lo que le ocurría a los enemigos del Tercer Reich cuando eran delatados, que nada tiene que ver con lo que les espera, en un Estado de Derecho, a los pillados in fraganti fumando donde no deben. 

lunes, 3 de enero de 2011

Año Nuevo

El 1 de enero es, con seguridad, el día más raro del año. El tiempo se ralentiza hasta dar la impresión de que se ha detenido, como en ciertos anuncios televisivos, como si le costara despertar de la larga noche de celebraciones. Las ciudades se desperezan con una exasperante lentitud que nada tiene que ver con las prisas cotidianas a las que estamos acostumbrados y sin las cuales nos sentimos unos extraños. Las calles, desiertas, parecen arropadas por el silencio, ocasionalmente roto por el paso de algún coche, por la voz chillona de un niño al que acompañan sus abuelos, porque sus padres han sido incapaces de levantarse como cualquier otra mañana, o por el rumor de algún receptor de televisión, que retransmite a todo volumen, desde Viena, la archiconocida Marcha Radetzky, con la que concluye el concierto de Año Nuevo, todo un clásico. 

Siempre me gustó recorrer la ciudad a primeras horas del 1 de enero, cuando algunos rezagados, con trajes largos y smoking, tratan aún de continuar una fiesta concluida horas antes, cuando en la playa de Las Canteras se mezclan los turistas atraídos por los primeros rayos de sol y los jóvenes que no han resistido los excesos del alcohol, cuando en la Cuesta de Moyano los puestos de libros reciben a quienes creen que en un día menos concurrido aumentan sus posibilidades de encontrar un tesoro bibliográfico largamente perseguido o cuando los servicios de limpieza tratan por todos los medios de recuperar la rutina de una Puerta del Sol que ha sido el epicentro del terremoto festivo. 

Quizá, el 1 de enero sea el día más tranquilo de unas fiestas de las que todos echamos pestes y renegamos, pero a las que nos aplicamos, año tras año, como si hubiéramos olvidado las promesas del año anterior, cuando aseguramos que no nos volverían a coger en una igual. Animales de costumbres.