martes, 29 de marzo de 2011

Leo Bassi

Uno no puede dejar de tener la impresión de que, en esta España en que vivimos, aún quedan quienes, si por ellos fuera, nos devolvían tan gustosos a las cavernas. Su fanatismo es tal que no toleran -¿cómo van a tolerar cualquier cosa estos intolerantes?- ninguna manifestación que consideren contraria a sus principios, a sus creencias, a sus convicciones políticas o religiosas. La última hazaña de estos cavernícolas ha sido denunciar al actor Leo Bassi y al rector de la Universidad de Valladolid, Marcos Sacristán, por supuestos delitos contra los sentimientos religiosos cometidos durante una parodia de Benedicto XVI celebrada en octubre de 2010 en el paraninfo castellano. Ahí es nada. Con la Iglesia hemos topado...una vez más. 

Lo peor no es que haya gente como HazteOir.org o la Asociación Estatal de Abogados Cristianos, los denunciantes, sino que el Juzgado de Instrucción número seis de Valladolid haya admitido a trámite la querella. Al final, los que pedían desde días después de la representación medidas contundentes contra estos herejes se pueden salir con la suya. Todo un ejemplo de transigencia. Y, qué casualidad, los ofendidos son siempre los mismos. Cuando no es a Garzón, le toca el turno a Leo Bassi. Habrá que escuchar y leer en las próximas horas a esos que José María Izquierdo engloba dentro de lo que llama "la infantería" lanzando sus venenosos dardos contra el cómico y el rector. 

Ya uno duda de que el escritor Fernando Vallejo se niegue a venir a España por el asunto de los visados que se exige a los ciudadanos colombianos y comienza a creer que, en el fondo, lo que teme es caer en manos de uno de estos jueces carpetovetónicos, después de haber publicado ese irreverente La puta de Babilonia

viernes, 25 de marzo de 2011

Y ahora, ¿qué?

Ahora que se ha escarmentado al sátrapa libio, pero que está claro que lo de ponerlo de patitas en la calle no está dentro de las previsiones de la coalición que el aprendiz de Napoleón lidera, ¿qué? Ahora que Bashar al Asad ordena a sus tropas que siembren las calles de Damasco, Deraa y otras ciudades sirias de muertos, ¿qué? Ahora que el dictador yemení  Ali Abdalá Saleh hace oídos sordos a un pueblo que lleva meses clamando libertad, ¿qué? Ahora que la Plaza de la Perla de Manama (Bahrein) es un solar vacío en el que no resuenan ya ni los ecos de las protestas ciudadanas, ¿qué? Ahora que también Jordania se suma a la lista de países en que el pueblo reclama democracia y reformas sociales y politicas, ¿qué? Ahora que el mero anuncio de cambios en Marruecos es recibido como si ya se hubiera producido una transformación, ¿qué? Ahora que Mohamed Bouazizi es el nombre casi olvidado de alguien que quizá nunca creyó que con un gesto suicida provocaría una ola de revueltas en el mundo árabe, ¿qué? Ahora que la ilusión y el optimismo de estos últimos tiempos se tornan lentamente en desesperanza y decepción, ¿qué?

Y ahora, ¿qué?

domingo, 20 de marzo de 2011

Plaza de La Perla (3)

(@Reuters)
Ahora que el otrora amigo y socio comercial se ha transformado en enemigo irreconciliable, ahora que se han iniciado los ataques sobre Libia, ahora que los rebeldes han encontrado respuesta militar a su desesperado llamamiento de ayuda externa, ahora que confiamos en que la Odisea del amanecer sea limitada en su duración y efectos -especialmente sobre la población civil, que no sobre el régimen criminal de Gadafi, al que debe poner punto y final-, ahora que... 

Y mientras, en Yemen, cada manifestación pacífica es reprimida por las fuerzas de Ali Abdullah Saleh, que no dudan en disparar con fuego real y sembrar las calles de Saná de muertos. En Bahrein, el símbolo de la revuelta, la Plaza de la Perla, ha sido destruido por unas autoridades que, además de expulsar a los manifestantes del lugar, han recibido, entusiastas, a las tropas de ocupación. En Marruecos, en Siria, en Argelia... se suceden las protestas ciudadanas y también las mismas respuestas por parte del poder: la feroz represión. 

A uno le queda la sensación de que a Occidente le resulta más fácil volver a bombardear un país al que ya dio un escarmiento hace algunos años, que alentar, favorecer y respaldar -con hechos, no sólo con palabras pronunciadas a media voz- a quienes reclaman libertad y democracia desde el mundo árabe. A uno le queda la triste sensación de que si Ben Alí y Mubarak hubieran aguantado un poco más, aún estarían sentados en sus sillones de sátrapas...con el beneplácito occidental. 

miércoles, 16 de marzo de 2011

Josefina Aldecoa

(www.alfaguara.com)
Hace unas semanas pensamos en Josefina Aldecoa para que presentara un libro. Su experiencia pedagógica, al frente de una institución laica, el colegio Estilo, que ella había fundado, nos parecía la mejor garantía de objetividad e independencia para disertar sobre una obra que habla a los más jóvenes de derechos, libertades y deberes. Nos informaron, a nuestro pesar, que su estado de salud la había apartado de toda  actividad pública. Hoy, durante el acto de presentación, hemos recibido la noticia de su muerte, de su adiós definitivo. Todo un mazazo.

La entrevisté hace unos años para Canarias7, a raíz de la publicación de El vergel, un libro en el que la isla de Lanzarote, a la que durante años fue de vacaciones cada vez que llegaba la Semana Santa, era protagonista de la narración. Hablamos entonces de Cuaderno de godo y de Parte de una historia, dos relatos escritos por su marido, Ignacio, situados en las Islas Canarias. Tiempo después, cuando dio a luz En la distancia, volvimos a encontrarnos. De entonces recuerdo una reflexión en la que refería esa vitalidad que parecía eterna, invencible: "Radiantemente viva, devoro horas, minutos, segundos desde el día que nací. Me alimento del mismo hecho de vivir. Y camino hacia un final inexorablemente programado", nos dejó escrito.

De ella guardo varias notas manuscritas pero, sobre todo, el recuerdo de una persona inteligente, coherente, generosa, respetuosa con la memoria, con un pasado al que otorgó la importancia necesaria para que no sepultara un presente necesario.

domingo, 13 de marzo de 2011

Plaza de la Desesperanza


Agdaym Izik. Midam Tahrir. Plaza de la Perla. Bengasi... Espacios que, en estos últimos meses, se han transformado en símbolos de libertad, de democracia, de esperanza. Lugares en los que los pueblos árabes han decidido, voluntariamente, superar la servidumbre, romper las cadenas, tratar de tú a tú a sus sátrapas, a los que, como ha escrito Driss Ksikes en un artículo publicado en el diario El País, "ayer mismo percibían como divinidades intocables". El dramaturgo marroquí recuerda que "el día en que esos pueblos traspasaron el muro del silencio, en que se autorizaron a sí mismos a salir de su mutismo de conveniencia, cruzaron el umbral de la ciudadanía". Nada de súbditos, como históricamente se les ha tratado. Ciudadanos con derechos y no solamente con deberes, como hasta ahora.

Ingenuamente, algunos pensamos que las democracias occidentales, en las que tunecinos, marroquíes, argelinos, libios, jordanos, etc. se miraron para rebelarse y plantar cara al autoritarismo, se mostrarían entusiasmadas ante los vientos de cambios y contribuirían al derrumbamiento de tantas décadas -¿quizás siglos?- de opresión. Pasan los días, las semanas, los meses y la emoción va dando paso a la desilusión, a la melancolía, a la desesperación. Pareciera que, en el fondo, los gobiernos democráticos se sintieran más cómodos tratando con los Mubarak, Gadafi, Mohamed VI, Ben Alí... que con las poblaciones que han decidido reclamar dignidad y justicia. El dictador libio masacra al pueblo mientras la sociedad internacional duda entre poner fin a la matanza o salvaguardar el abastecimiento del tan necesario petróleo. El monarca marroquí anuncia unas imprecisas medidas de reforma y ya tenemos a Francia y España celebrando lo que aún no se ha producido, lo que todavía no son más que promesas escritas en papel.

El tiempo transcurre y la Plaza de la Liberación se va transformando, lentamente, en la Plaza de la Desesperanza. ¿Otra oportunidad perdida? ¡Ojalá que no! Muchos millones de individuos se han embarcado en una revolución que no debería fracasar. Por el bien de todos, no sólo de los árabes.


domingo, 6 de marzo de 2011

Anonymous


No sé si es fruto de la imperiosa necesidad de socavar, aunque sea un poco, los cimientos de los sistemas occidentales y dejar que entre el aire y limpie los rincones y las telarañas, como cantaba Labordeta, o el resultado de un ejercicio de ingenuidad, pero convertir en justicieros, en héroes modernos -algunos incluso los tratan como los superhéroes de los cómics- a quienes se parapetan para hacer de las suyas tras el anonimato que les da Internet, tras la denominación genérica de Anonymous y de la imagen de un conspirador católico inglés, es, a mi juicio, una temeridad, por no ahondar en otros sustantivos menos favorecedores.

Individuos anónimos que, cuando se trata de dar la cara y hacer acto de presencia, lo escenifican en un número tan, tan reducido que resulta hasta cómico, por no decir patético. Para reclamar la dimisión de la ministra y exigir que se revoque la llamada Ley Sinde, se presentaron unos doscientos sujetos, ocultos tras la máscara de Guy Fawkes, a las puertas del Teatro Real en la gala de los Goya, profiriendo insultos y lanzando huevos a los invitados, en un gesto que el cantautor uruguayo Jorge Drexler tildó, con muchísima razón, de "fascismo de la prepotencia". Hace un par de días, medio centenar, con las mismas reivindicaciones, se plantó ante la sede del PSOE en Madrid. Y esos cincuenta individuos, igualmente uniformizados por la ya célebre careta, proclamaron, sin ningún pudor, a través de un manifiesto, que son el pueblo. Curiosa manera de apropiarse de la soberanía popular. Cada nueva actuación de este colectivo reafirma las palabras de Drexler. 

Menos mal que en las revueltas populares que se suceden desde hace semanas en los países árabes, son los ciudadanos, en un número de miles, de centenares de miles, los que se lanzan a tomar las plazas, a reconquistar el poder y expulsar a los tiranos. Si en Egipto, Túnez y Libia hubieran tenido que esperar al ciberactivismo de Anonymous para echar a los dictadores, aún estarían campando a sus anchas los Ben Alí y Mubarak, y Gadafi seguiría instalando sus jaimas en los países en donde actúan los anonymous  internautas, en lugar de combatiendo la rebeldía de los libios. 

La Historia nos ha enseñado que las revoluciones se producen en las calles y no frente a la pantalla de un ordenador. Por mucho que algunos se empeñen en lo contrario.