domingo, 31 de julio de 2011

Hartazgo

(@Sergio Parra)
"Sensibilidad cristiana" es el eufemismo tras el que se parapetan los ultramontanos, empeñados en ejercer  la censura allá donde lo consideran y en no dejarnos vivir en libertad. Una expresión que emplean los ultracatólicos para justificar su fanatismo religioso. Cualquier motivo es bueno para hacer gala de su intolerancia, ya sea una exposición de fotos, una ley, una película o una obra de teatro. Nada escapa a la inflexibilidad de quienes se creen en posesión de la verdad y del dogma. La última hazaña de estos irrespetuosos ha sido provocar la retirada de una fotografía de Sergio Parra en la que aparece el actor Asier Etxeandía caracterizado como Jesucristo minutos antes de salir a escena, circunstancia que, de paso, ha provocado la dimisión de la directora del Festival de Mérida, Blanca Portillo

No hace tanto tiempo la diana de sus envenenados dardos fueron Leo Bassi y el rector de la Universidad de Valladolid, acusados de ofender esa tan traída sensibilidad católica al representar una parodia de Benedicto XVI en el paraninfo de la ciudad castellana. Y antes les tocó el turno a otros. Ahí está el caso de Íñigo Ramírez de Haro y Me cago en Dios, que levantó una innecesaria polvareda hace ya algunos años y que dio una desmedida publicidad -como ocurre siempre- a un mediocre texto dramático. O cuando frente a los cines Alphaville de Madrid se congregaban estos entusiastas creyentes, con Blas Piñar a la cabeza, a rezar el rosario, mientras en la sala se proyectaba la anodina y superflua Yo te saludo, María, de Jean-Luc Godard.

Esto no ha hecho más que empezar. A medida que se acerque la fecha de la JMJ, que amenaza con convertir Madrid en agosto en una ciudad insoportable, tendremos nuevas muestras de estas eufemísticas expresiones. ¡El verano que nos espera! Que a todos nos coja confesados o, en el mejor de los casos, con  La puta de Babilonia, de Fernando Vallejo, entre las manos. 

miércoles, 27 de julio de 2011

#ayudaAfrica

Regresan estos días a los medios de comunicación imágenes que, ingenuamente, creía ancladas en el pasado, en un tiempo en el que en los colegios nos repartían unos sobrecitos para el DOMUND o, como nos decían los maestros a aquellas mentes inocentes, para erradicar el hambre en África. Al parecer, aquellas monedas que entregábamos días después en el mismo envoltorio no sirvieron para paliar la tragedia africana o apenas fueron una tirita en una herida que no ha dejado de sangrar y que se ha llevado por delante millones de vidas humanas, como si el único e irremediable destino de esos niños escuálidos, desnutridos, retratados junto a unas madres que luchan por darles un último hálito de vida, fuera la muerte.  

Aquellas fotografías estaban tomadas en la República de Biafra, un frustrado Estado que quedó arrasado por la guerra y la hambruna a finales de los setenta y que hoy es una región de Nigeria. Ahora, como si no hubiesen pasado los años, como si las instantáneas hubieran sido coloreadas para darles actualidad, volvemos a ver lo mismo. Gentes desesperadas, que buscan refugio del conflicto, las matanzas, la sed y el hambre en hacinados campos de refugiados. Mujeres, niños y ancianos que se aventuran a largas marchas -que se asemejan mucho a las que ordenaban los nazis en los últimos momentos de la Segunda Guerra Mundial- con la esperanza de encontrar, al final de ese camino, agua y alimentos que escasean. Ya no es Biafra, un lugar que seguramente nunca localizamos en un mapamundi, en estos momentos es Somalia, el Cuerno de África, una región castigada durante décadas.

Y mientras África no deja de ser un continente condenado a sufrir, un territorio con un negro futuro, en estas tierras de abundancia, dominadas por esos entes indefinidos que son los mercados, nadie se decide a intervenir, a detener lo que no es más que un genocidio, uno más en esta maldita historia de la humanidad.

lunes, 18 de julio de 2011

El orín de los perros

(@www.elpais.com.co)
Llegan las noticias sobre Libia que dan cuenta de los bombardeos aliados y sus víctimas inocentes, de los reconocimientos oficiales a los rebeldes o de la orden internacional de detención contra Gadafi y, al mismo tiempo, compitiendo por el escaso espacio que los medios de comunicación dedican a las informaciones del mundo, las procedentes de Siria, donde el sátrapa Bashar al Asad masacra desde marzo a la población civil sin que se produzca una simple condena, sin que se valore, ni de lejos, intervenir militarmente en ese país. ¿Y qué decir del dictador yemení y del sufrimiento al que ha estado sometiendo a su pueblo durante décadas? Ni una mención entre tanta reprobación al régimen libio al que, dicho sea de paso, se le tenía muchas ganas -no entro en si justificadas o no- desde los años ochenta y al que ahora se golpea una vez ha quedado aislado.

En un caso -Libia-, se habla solemnemente de genocidio; en los otros -Siria y Yemen-, se alude llanamente a asuntos de índole interno y se despacha la cuestión mirando hacia otro lado, no vaya a ser que la famosa primavera árabe se convierta en Oriente Próximo en un incendio de imprevisibles consecuencias. Y ante esta interesada disparidad de criterios, mientras mueren asesinados quienes persiguen la libertad, me vienen a la memoria aquellos versos de León Felipe que hablaban de justicia:

"Si no es ahora, ahora que la justicia vale menos, infinitamente menos
que el orín de los perros;
si no es ahora, ahora que la justicia tiene menos, infinitamente menos
categoría que el estiércol;
si no es ahora … ¿cuándo se pierde el juicio?"

Tampoco puedo dejar de pensar en esos millones de personas a las que espera una muerte segura si nadie hace nada para paliar las hambrunas que hacen estragos en el Cuerno de África. Y me pregunto: ¿no actuar no es una forma de genocidio? ¿Las vidas de esas gentes valen acaso infinitamente menos que el orín de los perros?

domingo, 17 de julio de 2011

Doble rasero

(@EFE)
No deja de sorprenderme el cinismo y la doble moral con la que se manejan los dirigentes del Partido Popular. Actitud a la que, dicho sea de paso, nos tienen muy bien acostumbrados. Desde que el juez de la Audiencia Nacional Pablo Ruz ordenó el pasado 1 de julio la entrada y registro en la sede de la SGAE y la detención de varios de sus directivos, incluido su presidente ejecutivo, Eduardo Bautista, el PP se volvió un poco más vocinglero de lo normal y, aplicándose al refrán de "a río revuelto, ganancia de pescadores", dio por sentado que la culpabilidad de los imputados era evidente y propuso que, para evitar futuros desmanes, lo mejor era suprimir el canon digital, hacer desaparecer la Sociedad de Autores, crear una agencia pública de control y otras muchas medidas más, ancladas todas ellas en la demagogia, habiendo como hay un Código Penal aplicable a los delitos que investiga la Audiencia Nacional. 

El problema es que a Rajoy y a los suyos el recientísimo auto del magistrado José Flors, que sienta a Francisco Camps en el banquillo y le impone una fianza de 55.000 euros, los ha cogido con el mazo dando pero poco despiertos. Y ahora, donde dije digo, digo Diego y pelillos a la mar. Porque lo suyo sería dar por culpable al presidente valenciano, proponer la desaparición de la Generalitat y crear un organismo que controle a quienes puedan caer en la tentación de vestirse por la patilla. Pero lejos de esto, no sólo proclaman la presunción de inocencia -a la que, por cierto, tiene todo el derecho- que negaron a otros, sino que además hablan de maquinación policial y complot gubernamental. "Cosas veredes, amigo Sancho". 

Y dejo para otro día a la legión de columnistas, opinadores y charlistas que se lanzaron a condenar por adelantado a Teddy Bautista y ahora se abonan cobardemente a la teoría de la conspiración. A esto llamo yo doble rasero y falta de coherencia intelectual.

Como decían nuestro mayores, "no es lo mismo tocar, que levantarse a abrir". 

jueves, 14 de julio de 2011

Linchamiento bochornoso

(@Enrique Cidoncha)

Nunca he creído en los juicios paralelos que los medios de comunicación llevan a cabo en cuanto se inicia una investigación/proceso judicial, ni en las condenas sin sentencia judicial que emiten, dadas las consecuencias personales/morales/públicas para las personas implicadas en las mismas. Ahí están los recientes casos de DSK o Marta Domínguez.

Viene esto al caso por la repugnancia que me ha producido mucho de lo que he leído o escuchado estos días a raíz de la puesta a disposición judicial de Eduardo Bautista y otros tres directivos de la tan denostada Sociedad de Autores. Tanto tiempo llevaban esperando la foto del ex de Los Canarios saliendo de la Audiencia Nacional que, una vez conseguida, se lanzaron a denostar su figura hasta límites lamentables. Tal era el rechazo que su figura había despertado en ciertos sectores que se celebró su detención como si se hubiera llevado ante el juez al mayor criminal de la historia de España. Del aquelarre participaron, en santa y extraña hermandad, los autoproclamados representantes de la comunidad de internautas -a los que nadie ha nombrado democráticamente y que siguen ocultando la procedencia de los fondos que los alimentan-, los indignados, la derecha extrema mediática con su fiel infantería –que diría José María Izquierdo-, entre otros coyunturales compañeros de viaje.

No sólo no han esperado a que el juez dicte su fallo –condenatorio o no, eso ya se verá-, sino que para sostener sus argumentos contra el hasta hace un par de días presidente ejecutivo de la SGAE, además del insulto, se han amparado en su carácter supuestamente colérico y antipático –como si esto fuera un agravante- o, simplemente, como hizo La Gaceta de los Negocios, niegan hasta su brillante y exitoso pasado musical. Parece que se estuviera reproduciendo la trama de El extranjero, de Camus.

Ante este tsunami mediático en contra, han sido muy pocos –habas contadas- los que se han atrevido, públicamente, a expresar con contundencia la inocencia de Eduardo Bautista o a reclamar sin peros su presunción, si exceptuamos a Andrés Calamaro –al que le cayó una buena tunda twittera por tal osadía- , a Antonio Gala -agradecido por el reciente reconocimiento que recibió en los Premios Max celebrados en Córdoba- o a Juan Cruz, a quien, por tierra, mar y aire, no le ha importado partirse la cara por el amigo, ahora expuesto al escarnio y a la arena del circo.

Como comentaba un compañero de El País, del que reservo su identidad para evitarle una avalancha de insultos seguramente anónimos, en estos días hemos asistido a un “linchamiento abominable”. Bochornoso.

P.D.: Para las mentes más suspicaces, este comentario personal va mucho más allá de la relación laboral que durante estos últimos años he mantenido con Eduardo Bautista.