Si uno pregunta a un escritor, cineasta, artista plástico, actor, músico, arquitecto, director teatral, etc., qué le parecen las críticas que se publican en los medios de comunicación sobre sus obras de creación, a buen seguro que le responderán que son inevitables, necesarias y que, de no existir, habría que inventarlas. Lo que no le dirán es que cuando uno habla de crítica, esto es, del "examen y juicio acerca de alguien o algo y, en particular, el que se expresa públicamente sobre un espectáculo, un libro, una obra artística, etc.", como la define la RAE, ellos están entendiendo, en realidad, elogio, apología, alabanza, ensalzamiento y cualquiera de sus sinónimos. Y, en ningún caso, opinión negativa, reproche o reprobación.
Y si no, que se lo planteen a Bernardo Atxaga en su polémica con Ignacio Echevarría, a Pedro Almodóvar cada vez que Carlos Boyero expresa lo que le parecen las películas del director manchego o a Joaquín Sabina, que acabó echando mano de
Almudena Grandes para replicar la crónica de uno de sus conciertos en la plaza de toros de Las Ventas. La última salida de tono la ha protagonizado el cantautor tinerfeño Pedro Guerra, al que disgustó tanto lo que de su paso por el Arteria Coliseum de Madrid dijo Fernando Neira en
El País, que se atrevió a escribir una
"Crítica de una crítica" en su blog personal, que rezuma, básicamemte, resentimiento, ensañamiento y victimismo y de cuya lectura se concluye que es, cuando menos, patética.
El apóstol de la tolerancia y el buenrollismo ha demostrado en esta ocasión tener poca cintura, encajar de muy mala manera los golpes, emplear artimañas inapropiadas y lo que es peor, no saber perder. Nada nuevo, por otro lado. Vanitas vanitatis.