lunes, 21 de febrero de 2011

Plaza de La Perla (2)

(@infocatolica.com)
Todos los dictadores que en el mundo han sido aseguran que aman a su pueblo, que adoran a su pueblo, que viven para su pueblo. Un pueblo al que tutelan, al que protegen de las influencias del exterior, como si fuera un niño, un pequeño al que por nada del mundo dejan crecer. No vaya a cumplir la mayoría de edad y comience a pensar por sí mismo, a reclamar, a reivindicar, a pedir un margen de libertad, un pequeño margen en el que expresarse con libertad. Entonces, el pueblo amado, el pueblo adorado, el pueblo por el que el tirano se ha desvivido, por el que ha dado toda su vida, se convierte en el enemigo a batir, en el único enemigo a destruir. Porque, entonces, su supervivencia y la de su régimen se hace incompatible con la de su pueblo. O uno u otro.

Acaba de ocurrirle a Ben Alí en Túnez. Lo mismo le ha pasado a Mubarak en Egipto. Y está a punto de sucederle a Muamar Gadafi en Libia. El sátrapa se resiste a abandonar el poder y sostiene su régimen de cleptócratas a sangre y fuego, sin importarle ya nada, como si quisiera, antes de abandonar el trono en el que se ha mantenido durante cuatro décadas, dejar la huella del terror, el recuerdo de la barbarie,  del crimen, grabado en ese pueblo al que, una vez, dijo haber amado, haber adorado.

Y mientras los dirigentes occidentales tratan de buscar palabras que no ofendan al antaño aliado, al viejo amigo, no vaya a ser que finalmente se mantenga al frente de su país,  a otros nos queda pedir la intervención del Tribunal de La Haya. Porque ametrallar al pueblo, bombardear a los manifestantes no es más que un crimen de lesa humanidad.  

domingo, 20 de febrero de 2011

Plaza de La Perla

(@redigitaltv.com)
Durante décadas, los regímenes autoritarios y las monarquías absolutistas bajo los que han estado viviendo les hicieron creer que sus derechos como ciudadanos -en realidad han sido tratados siempre como súbditos, como menores de edad incapaces de tomar sus propias decisiones- eran innecesarios, irrelevantes para sus existencias. El ejercicio de la libertades individuales y colectivas les fue birlado, sacrificado, en beneficio de la estabilidad, la seguridad, el crecimiento económico, los beneficios financieros -de unos pocos, claro está-, la religión y el orden público. Hasta que han gritado "¡basta!". Y, como si se hubieran puesto de acuerdo, como si hubieran decidido inocularse a un mismo tiempo la rabia, han incendiado el mundo árabe. 

Las revueltas y las manifestaciones se suceden, desde hace semanas, en los países del Magreb y Oriente Medio. Los pueblos de Túnez y Egipto derrocaron a sus tiranos y no parecen dispuestos a que sus logros queden en papel mojado. Bahréin ha dejado de ser el nombre de un Gran Premio de Fórmula 1 o de un exótico destino turístico, una vez la población se ha lanzado a tomar las calles y convertir la Plaza de La Perla, en Manama, en símbolo de sus reivindicaciones democráticas. Y Libia, Yemen, Argelia o Marruecos son hoy los escenarios de masivas protestas reprimidas duramente por la policía y el ejército, que no dudan en disparar contra los manifestantes, provocando centenares de muertos y heridos. 

Miles de héroes anónimos protagonizan lo que parece ser la gran revolución del siglo XXI. Y ahora que el mundo árabe arde, Occidente no sabe cómo dar respuesta a ese grito de libertad porque, no nos engañemos, teme una democratización de esos países.

viernes, 11 de febrero de 2011

Midam Tahrir (2)

(@Reuters)

Hoy, al ver las explosiones de júbilo de los manifestantes egipcios congregados en Midam Tahrir tras conocerse la renuncia del dictador Mubarak, he sentido la misma emoción que cuando la televisión retransmitió en vivo la caída de Ceaucescu en diciembre de 1989. Entonces, fuimos testigos de cómo  el pueblo rumano recobró la libertad y volvió a ser protagonista de su propio destino. Ahora, tres semanas de manifestaciones y de revueltas populares, retransmitidas casi minuto a minuto a través de todas las ventanas de comunicación del mundo, han bastado para  acabar con tres décadas de tiranía en Egipto. 


Se abre una etapa de incertidumbre, aún es pronto para saber qué papel desempeñará el ejército y la clase política que ha acompañado durante estos años al caimán en su aventura totalitaria, en su cleptocracia. También para conocer la reacción que tendrán los países occidentales que con tanta simpatía trataban al rais y que preferían mirar hacia otro lado para no ver sus desmanes, sus atropellos, sus crímenes. Pero, de lo que no hay duda, es de que cuando un pueblo decide recuperar su rol protagónico, no hay quien lo detenga, por muchas armas que posea. Ya nada será igual, ya nada deberá ser igual en la antigua tierra de los faraones.


La rebelión en el mundo árabe a la que desde hace semanas asistimos no debería acabar aquí, ni ser frenada por el temor, tan recurrente pero tan dañino, al islamismo, al terrorismo integrista. Después de Ben Alí y de Mubarak, otros muchos sátrapas tendrán que abandonar los tronos a los que con sangre y fuego se han venido agarrando durante años. La democracia no es una utopía.  


PD: Mañana, 12 de febrero, a las 12 horas, en la Puerta del Sol (Madrid), Día Global de Acción por Egipto y otros países del Norte de África y Oriente Próximo, convocado por Amnistía Internacional.

jueves, 10 de febrero de 2011

Gliders House

A primera vista, los tiempos de crisis aconsejan nadar y guardar la ropa, por lo que pudiera pasar. Uno se vuelve conservador con el paso de los años y tampoco es cuestión de jugarse a los chinos el incierto futuro que se avecina. No es, sin embargo, la recomendación que nos trasladan quienes aseguran que para salir de la depresión económica actual hay que apostar por el riesgo, el ingenio y la valentía. Dos posiciones enfrentadas. Dos consecuencias muy diferentes: empobrecimiento frente a generación de riqueza.

Frente a los que somos más cobardes y nos basta con ir capeando el temporal confiados en que escampe pronto, están quienes, como el artista plástico Miguel Panadero, se aventuran por el territorio del atrevimiento y el azar. Además de mantener el estudio como centro de operaciones artísticas y comerciales, donde cualquier potencial comprador  puede adquirir alguna de sus obras -pinturas, grabados, acuarelas, ilustraciones, dibujos, esculturas, joyas o cerámicas-, Miguel ha resuelto salir de la trinchera y lanzarse al ataque con la bayoneta calada, mirando a la crisis de frente, a los ojos.

Nuestro hombre ha decidido añadir una actividad más a su currículo y lanzarse al diseño de camisetas. Combinando sus dotes artísticas y su afición al surf -cualquiera puede verlo, casi a diario, en la playa grancanaria de Las Canteras, tabla en ristre-, ha puesto en marcha su propia colección: Gliders House. Por el momento, la aventura se desarrolla lentamente, con una ventana abierta en Internet y otra en algunas tiendas de surferos. Su osadía, en la época que corre, merece el aplauso, al menos de los que seguimos parapetados bajo el paraguas rogando por el fin de esta maldita y caprichosa crisis. El futuro es de los intrépidos y Miguel Panadero lo es.

domingo, 6 de febrero de 2011

Midam Tahrir

(@elsemanaldigital.com)
Desde el 11-S, las imágenes más repetidas -y en demasiadas ocasiones, las únicas- que nos llegan desde el mundo árabe son las del integrismo islámico, las del fanatismo religioso, las de los terroristas suicidas o las de los coches bomba que explotan a primeras horas de la mañana en un mercado atestado de gente en ciudades demasiado distantes de nuestra cotidianidad como para conmovernos. A nadie ha parecido importar que sus poblaciones llevaran décadas viviendo bajo regímenes dictatoriales, que sus ciudadanos vieran pisoteados, cada día, sus derechos y libertades. Si los tiranos pertenecían al elegido grupo de los aliados de Occidente, todo les estaba tolerado, a fin de cuentas nos garantizaban seguridad y estabilidad. De lo contrario, pasaban a engrosar la selecta lista de enemigos que conforman eso que ha venido en llamarse eje del mal.

Sin embargo, el suicidio altruista de un modesto vendedor ambulante tunecino, Mohamed Bouazizi, ha sido capaz de poner el orden establecido patas arriba. Primero despertó a la sociedad de Túnez y, después, a la de otros países, como Jordania, Yemen o Egipto, que parecían narcotizadas, profunda y  largamente hechizadas. Dos semanas llevan los egipcios congregados en Midam Tahrir convencidos de que al régimen de Mubarak le ha llegado el parte de defunción. Dos semanas en las que la Plaza de la Liberación de El Cairo se ha convertido en el centro del mundo, en el epicentro de la libertad.

Suceda lo que suceda a partir de ahora, ya nada será igual, ya nada deberá ser igual. Si en 1989 Occidente brindó por la caída de los regímenes del Este europeo, ahora no puede dar la espalda a quienes se han levantado para reclamar lo mismo: democracia. Hacerlo, sería traicionar los principios en los que, teóricamente, se legitima nuestro sistema.

Lástima que quien creyó en su pueblo y en su capacidad histórica para cambiar el destino y romper las cadenas, no pueda ver lo que ocurre cerca del café al que, a diario, acudía. Más de uno, de todos modos, hemos pensado en Naguib Mahfuz, en su sencillez, en su modestia, en las palabras que, desde sus  novelas, proclamaban la tolerancia, la hermandad y la paz entre las naciones. 

jueves, 3 de febrero de 2011

Aznar se traviste de Chateaubriand

José María Aznar no ha ocultado nunca su odio visceral hacia los árabes, hacia el mundo musulmán. De ahí que, cuando Blair y Bush se apuntaron a libertadores del pueblo iraquí, el ex presidente corriera, como a quien persigue el diablo, a fotografiarse en las Azores. No fuera a ser que el tirano Sadam ocultara las inencontradas armas de destrucción masiva. Y ahora que en algunos países islámicos, como Túnez, Egipto, Jordania o Yemen, sus poblaciones salen a las calles a reclamar libertad y democracia, el  que fuera inquilino de La Moncloa no duda en sacar a la luz sus viejos fantasmas y supeditar las ansias de esos ciudadanos a los intereses de Europa y Estados Unidos

Quizá a nadie deba sorprender que Aznar retome ahora las ideas del timorato aristócrata francés Chateaubriand, quien, al interpretar a principios del siglo XIX las reformas de los otomanos, consideraba que civilizar Oriente implicaba extender la barbarie en Occidente. Esto sólo puede tener un significado, que no reside precisamente en la posición del ministro de Exteriores del rey Carlos X, sino en la tentación de Aznar, quien lleva tiempo intentando rescatar para los occidentales una identidad primaria, esencialista, excluyente y estática y olvidando que mientras una Europa medieval vivía en la sombra, otra lo hacía en la luz. 

Le guste o no al presidente de la FAES, aquella Al Andalus y su unidad político-territorial, que luego será España, le ha demostrado a la historia europea que los árabes conocieron la modernidad mucho antes que la Europa cristiana, precisamente llamada moderna. Y los árabes, quiera o no José María, son herederos directos de la Grecia clásica, cuna de la democracia. Y aunque los árabes se han olvidado de ella, como dice el refrán castellano, quien tuvo, retuvo. ¿O es que acaso los europeos siempre hemos sido democráticos? Eso sí que es echarse un farol.