domingo, 6 de febrero de 2011

Midam Tahrir

(@elsemanaldigital.com)
Desde el 11-S, las imágenes más repetidas -y en demasiadas ocasiones, las únicas- que nos llegan desde el mundo árabe son las del integrismo islámico, las del fanatismo religioso, las de los terroristas suicidas o las de los coches bomba que explotan a primeras horas de la mañana en un mercado atestado de gente en ciudades demasiado distantes de nuestra cotidianidad como para conmovernos. A nadie ha parecido importar que sus poblaciones llevaran décadas viviendo bajo regímenes dictatoriales, que sus ciudadanos vieran pisoteados, cada día, sus derechos y libertades. Si los tiranos pertenecían al elegido grupo de los aliados de Occidente, todo les estaba tolerado, a fin de cuentas nos garantizaban seguridad y estabilidad. De lo contrario, pasaban a engrosar la selecta lista de enemigos que conforman eso que ha venido en llamarse eje del mal.

Sin embargo, el suicidio altruista de un modesto vendedor ambulante tunecino, Mohamed Bouazizi, ha sido capaz de poner el orden establecido patas arriba. Primero despertó a la sociedad de Túnez y, después, a la de otros países, como Jordania, Yemen o Egipto, que parecían narcotizadas, profunda y  largamente hechizadas. Dos semanas llevan los egipcios congregados en Midam Tahrir convencidos de que al régimen de Mubarak le ha llegado el parte de defunción. Dos semanas en las que la Plaza de la Liberación de El Cairo se ha convertido en el centro del mundo, en el epicentro de la libertad.

Suceda lo que suceda a partir de ahora, ya nada será igual, ya nada deberá ser igual. Si en 1989 Occidente brindó por la caída de los regímenes del Este europeo, ahora no puede dar la espalda a quienes se han levantado para reclamar lo mismo: democracia. Hacerlo, sería traicionar los principios en los que, teóricamente, se legitima nuestro sistema.

Lástima que quien creyó en su pueblo y en su capacidad histórica para cambiar el destino y romper las cadenas, no pueda ver lo que ocurre cerca del café al que, a diario, acudía. Más de uno, de todos modos, hemos pensado en Naguib Mahfuz, en su sencillez, en su modestia, en las palabras que, desde sus  novelas, proclamaban la tolerancia, la hermandad y la paz entre las naciones. 

1 comentario:

  1. Disculpadme
    Pero este artículo contiene una postura con la que no estoy de cuerdo y quisiera dejar constancia porque me parece muy poco respetuoso el deje paternalista-postcolonialista que hay en etas relfexiones.
    El pueblo egipcio no estaba dormido, ni hechizado, ni narcotizado. El pueblo egipcio, igaul que muchos otros pueblos en lo que occidente denomina "3 mundo" se encuentran encerrados en dictaduras que occidente ha puesto ahí y que occidente no quiere destruir.
    La posición de U.s.a y europa en esta revolución ha sido un claro ejemplo de esto.
    Quizás las dormidas, hipnotizadas, narcotizadas sean las sociedades occidentales que creer vivir en sistemas democráticos que reiteradamente evidencia su descarada inexistencia.

    ResponderEliminar