lunes, 12 de marzo de 2012

Benjamín Escoriza

Hay noticias que te sacuden como lo haría un puñetazo en pleno rostro. Y así lo ha hecho la de la muerte de Benjamín Escoriza, ese maestro de la rica música mestiza de la Península Ibérica, ese hombre de sonrisa perenne y voz rotísima, que no perdía nunca el ritmo, porque había nacido con él, aunque por momentos nos pareciera inaudible,  que he recibido de quien ha escrito su necrológica para El País. No voy a proclamar aquí que éramos amigos, porque es incierto. Tampoco que habíamos hablado recientemente, porque sería mentir. Y es absurdo que me enorgullezca de que su teléfono móvil aparece en mi lista de contactos.

Pero sí que tuve la suerte de conocerlo gracias a mi oficio -¿profesión?- de periodista. Lo entrevisté para la  ya extinta Batonga! y me concedió una interpretación de La Tarara en un pequeño local, aunque yo era el único espectador. Luego tuve la ocasión de compartir momentos inolvidables en Fuerteventura, con motivo de una de las ediciones de Fuertemúsica!, festival que reunió por una noche a Radio Tarifa. Y alguna que otra vez me lo encontré en las cercanías de la SGAE, seguramente porque había ido a registrar los temas de sus trabajos en solitario.

De él me quedan recuerdos, la sorpresa que le produjo la sobria belleza de la isla a la que exiliaron a Unamuno, o la invitación que me hizo para que disfrutara de una paella a cambio de queso majorero, de la que nunca hice uso. Cuando hoy he recibido la fatal noticia, un pensamiento me ha venido inmediatamente: "¡Maldita sea, siempre se mueren los mejores!" Y he pensado en aquella persona generosa que se mostraba tal cual era, porque le daba igual quién estuviera enfrente. ¿Qué le habrá cantado a la muerte cuando lo vino a visitar este pasado sábado?, me pregunto.

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