viernes, 17 de diciembre de 2010

Hasta siempre, maestro

Un grupo de hombres rompe en llanto en cuanto aparece el féretro a las puertas de la Sociedad de Autores. Y, entre lágrimas, con los rostros marcados por un dolor irreprimible, suben a hombros, casi a rastras porque aún no se lo creen, los restos mortales de alguien a quien querían, por el que sentían una profunda admiración, además de un gran cariño, hacia una sala, habituada a las presentaciones, a las celebraciones, y ahora convertida en improvisada capilla ardiente, en donde se masca el sufrimiento por una pérdida inesperada, injusta e incomprensible como su propia muerte, como la propia muerte. Y comienza el desfile de ciudadanos, muchos de ellos conocidos, la mayoría anónimos, no pocos compañeros de profesión, algunos oportunistas, como ocurre siempre que el fallecido es popular, que quieren dar su último adiós al que les dio algo inolvidable mientras vivía. Da igual qué les regaló, si esa ofrenda les colmó, si los hizo mejores. El cante desgarrado, la  poesía  engrandecida por la jondura. Él, que buscaba la estrella que le guiara para meterla muy dentro de su pecho, la encontró en el camino para que le iluminara el último paseo. Él, que persiguió la verdad y huyó de los odios, de las mezquindades. Él, que también quiso ser llorando el hortelano, el compañerico del alma, a quien dolía el aliento. Él, que fue voz del pueblo. Él, que como Ignacio, murió cuando apuntaban las cinco de la tarde. Él, único, como arrancado de una pena, nos volvió más infelices esta semana. No necesitó marcarse una vidalita, una malagueña o una soleá para hacernos llorar. Bastó con que se marchara y nos dejara, huérfanos, con el recuerdo de su voz, de su desgarro. Ahora, nadie nos regalará ya un pequeño vals vienés, ni tampoco unos tangos de la vida, ni unos versos de Lorca o Hernández. Nos dijo que prefería la muerte, pero no era cierto, porque fue más amigo de los tientos que de los silencios. Tendrá que haber un camino...y en él volveremos a encontrarlo. Hasta siempre, maestro. Hasta siempre, Enrique.

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