viernes, 3 de diciembre de 2010

Agdaym Izik (7)


Desde el asalto y desmantelamiento violento del campamento de Agdaym Izik el pasado 8 de noviembre y la posterior represión en El Aaiún,  el Gobierno español ha evitado por todos los medios condenar la actuación de la gendarmería y el ejército marroquíes, alegando un obligado realismo político de buena vecindad, la ausencia de datos de fuentes directas o la necesidad de un informe independiente. A pesar de que las investigaciones de Human Rights Watch y Amnistía Internacional confirmaron las denuncias de torturas y que tanto la Eurocámara, como el Congreso y el Senado, han condenado lo ocurrido, ha persistido el silencio gubernamental, por temor a desairar al sátrapa alauita, que amenaza con revisar sus relaciones con España. 

Como escribe John Berger en su último libro, Con la esperanza entre los dientes, es muy cierto que a lo largo de la historia se ha producido una brecha entre los principios declarados y la realpolitik, pero también lo es que al hablar del Sáhara Occidental, como si lo hiciéramos de Palestina, lo que está ocurriendo es la destrucción detallada de un pueblo y una nación prometida. Y ya sabemos que "en torno a esta destrucción hay palabras menores y un silencio evasivo", el mismo en el que se han instalado Zapatero y Trinidad Jiménez, a quienes tampoco ha importado la mordaza que la dictadura marroquí ha impuesto a la prensa de nuestro país.

Es verdad que existe desesperación en el pueblo saharaui. Basta con visitar Tinduf o El Aaiún para constatarlo en primera persona. Pero quizás, como también señala Berger, en los campamentos de refugiados y en los territorios ocupados "la desesperación sin miedo, sin resignación, sin un sentido de la derrota, logra una postura moral hacia el mundo" como no se había visto antes. Una desesperación presente en la vieja que recuerda, en el joven que desconfía del futuro o en la sonrisa de una niña "que envuelve en su pañuelo una promesa para esconderla de la desesperanza", una desesperanza en la que algunos quisieran ver a esta población.

Y mientras, los saharauis dejan las huellas de sus manos sobre una pared en señal de rebeldía, como símbolo de una lucha que les ha hecho fuertes a pesar de las adversidades, de los atropellos, del olvido internacional.

No hay comentarios:

Publicar un comentario