(@Reuters)
Hemos amanecido esta mañana con la noticia de que la policía y el ejército marroquíes han entrado por la fuerza en el campamento de Agdaym Izik, en las afueras de El Aaiún, donde más de 20.000 saharauis se habían establecido desde hace varias semanas como gesto pacífico de protesta contra la ocupación ilegal del Sáhara Occidental por parte de Marruecos y en favor de la independencia de la antigua colonia española. Una acción represiva que delata las verdaderas intenciones con las que Rabat acude hoy a Nueva York para reanudar, bajo la mirada de Naciones Unidas, las conversaciones con el Frente Polisario sobre el futuro de ese territorio abandonado por nuestro país hace 35 años. ¿Acaso alguien esperaba que la dictadura alauita, que no respeta los derechos y libertades de su propia población, se comportara de otro modo con los manifestantes saharauis? ¿No fue acaso el discurso pronunciado hace unos días por el tirano una velada amenaza hacia los acampados?
De la diplomacia de la potencia administradora -España- no esperemos nada, salvo las consabidas frases de lamento, la petición -sotto voce- de esclarecimiento de los hechos y la declaración de que se trata de un asunto interno que afecta exclusivamente a Marruecos y sobre el que nuestro país no tiene nada que decir. Confiar en una posición diferente a la expresada habitualmente por el Ministerio de Asuntos Exteriores español nos situaría más en el espejismo y la ficción que en el realismo político al que se ha apuntado gustosa Trinidad Jiménez. Y no corren tiempos para la ilusión ni la utopía.
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