martes, 6 de septiembre de 2011

Los ascensores

Seguramente el asunto de los ascensores haya dado para sesudos tratados sociológicos, psicológicos e incluso psicoanalíticos,  para deliciosas páginas literarias o para entretenidísimas escenas cinematográficas, pero no dejará de sorprenderme el comportamiento de los humanos -especialmente de los adultos- cuando coincidimos con otros congéneres en el interior de un elevador. Estas cabinas suspendidas en el vacío no entienden de edades, clases sociales, profesiones o vínculos personales, pero ejercen un influjo tan extraordinario que, una vez dentro de ellas, experimentamos una profunda transformación. Como por arte de magia nos volvemos seres incapaces de articular palabra alguna, como si al entrar nos cortaran la lengua y nos obligaran a permanecer mudos. Da igual que en el rellano, segundos antes de penetrar en ese maravilloso universo de subidas y bajadas por el hueco de la escalera, hayamos compartido saludos, sonrisas o conversaciones con los otros, porque, una vez se cierra la puerta y comienza el breve viaje, olvidamos lo sucedido, perdemos toda educación y nos comportamos como extraños, como verdaderos desconocidos.

Empiezan, entonces, en ese estrecho e incómodo habitáculo, en esa cabina que se traslada verticalmente,  las miradas perdidas, los obsesivos vistazos al contador de pisos o a las teclas numéricas, cuando no al espejo si por suerte existe. Cuanto antes se llegue a destino, mejor. Y como se produzca algún imprevisto, algún extraño movimiento o un ruido desconocido que anuncia una inesperada parada, se desata el pánico generalizado. No tanto por temor al encierro como al espacio de tiempo que se ha de pasar dentro sin pronunciar una frase, no vaya a ser que se acabe el aire y se muera uno de asfixia en lugar tan poco atractivo y en tales compañías.

2 comentarios:

  1. Los ascensores han dado mucho juego en nuestras vidas. Siempre me acuerdo de aquella anécdota que contaba Cela de la ocasión en la que se subió a un ascensor junto a una dama de edad y sin poder evitarlo, "dejó caer" un ruidoso pedo. Ante la embarazosa situación, Don Camilo sentenció: "No se preocupe, señora, DIREMOS, que he sido yo".

    Y ya en este siglo hay infinitos grupos de facebook que tienen como protagonista al ascensor y concretamente a las situaciones que describes en tu post: Eres mas aburrido que un ascensor sin espejo; Rogarle al ascensor que cierre sus puertas antes de que llegue la vecina; Ese silencio incomodo que hay en un ascensor, donde nadie conoce a nadie;Cerrar rápido la puerta del ascensor cuando entra un vecino en el portal...
    Lucía A.

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  2. Eso, los afortunados que contáis con uno de estos maravillosos aparatos en vuestra vida.

    Yo, a partir del segundo y con mi hija a cuestas, lo que me falta es el resuello para hablar con nadie.

    JAR

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