domingo, 22 de agosto de 2010

Almería imaginaria (7)

Ya de vuelta en Madrid, tras dos semanas en una pequeña y coqueta casa en Níjar, Almería es hoy más imaginaria de lo que lo ha sido a lo largo de estos quince días. Diría que se ha convertido ya en un territorio de ficción al que podré volver siempre que quiera, porque está poblado de recuerdos, de imágenes, recorrido por esas postales veraniegas que he ido componiendo sin necesidad de cámara fotográfica y que nada tienen que ver con las que se venden en las tiendas de recuerdos para turistas. Fotos que empecé a repasar en el mismo momento en que cargaba el maletero del coche, como si antes de emprender el viaje ya hubiera empezado a echar de menos lugares y momentos vividos, y a las que retorné una y otra vez a medida que nos acercábamos a casa, como si hiciera recuento, como si combatiera un olvido imposible. 

Me quedo con la menos turística de todas. En ese pueblo de la Sierra Alhamilla he conocido a una familia formada únicamente por una madre, su hija y el hijo de ésta, al que los médicos diagnosticaron esquizofrenia cuando apenas era un niño de cortísima edad. Al parecer, según me contaron en las ocasiones en que coincidimos, el padre del muchacho desapareció mucho antes de que él naciera, en el  mismo instante en que supo del embarazo. En estos años, ellas dos han estado junto a él, entregadas por completo a su cuidado, dándole todo el cariño del que son capaces e intentando llevar de la mejor manera una vida hipotecada por la enfermedad del muchacho. Se las veía conversar sentadas en un banco, como dos amigas, mientras el hijo, a su lado, vigilado en todo momento, permanecía en silencio o lanzaba pequeños grititos, como si jugara consigo mismo a representar una obra de teatro cuyo argumento y personajes sólo conocía él. Por las tardes, cuando la luz del sol declinaba, se adivinaban sus figuras paseando por la avenida Federico García Lorca, alejadas de cualquier otra compañía, o apoyadas en un murete, esperando a que la noche fuera completa para regresar a un hogar que yo imaginaba triste, por tantas ausencias, por tantas obligaciones, por tantas necesidades. Pero al que ellas, enemigas de la compasión, se refirieron como "normal, como el de cualquier vecino".

3 comentarios:

  1. Sensibilidad, ternura y realismo. Tres palabras que se me ocurren tras leerte, hermano. Por fin recuperamos al periodista que mira y lo sabe contar. Bien, bien...

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  2. Yo tengo un recuerdo emocional fuerte con Almería. Es como amar la estética de la nada arrasada cada día por el sol de justicia. Es el disfrute de los cambios cromáticos que la tierra de la nada le ofrece a los ojos. Rojos intensos. Pardos confortables. Oscuras cenizas. Todo ello delimitado por horizontes de suaves curvas en unos casos y de agrestes quebradas en otros.

    Aún guardo mi indalo entre los tesoros secretos.

    Almería es el paisaje natural de la mística. Esta despojado de todo lo que es temporal.
    Así es mi recuerdo.

    Perdona mi ramalazo literario.

    Un beso.

    Anton Layunta

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  3. Has apuntado un aspecto en el que he incidido poco: el emocional. Tienes razón, se acaba convirtiendo en un territorio de emociones, de sensaciones, de disfrute y placer, con los colores, con los aromas, con los secretos que nos traemos con nosotros. Me habían hablado de su condición insular y me gusta lo que dices del "paisaje natural de la mística".

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