martes, 24 de agosto de 2010

Estampas de refresco (12)

(Caen, 2006)

Su figura negra ha irrumpido en la ventana instantes después de que los tres jóvenes turistas dejaran sus bicicletas encadenadas a los postes. Es muy probable que interrumpieran su rezo en una capilla cercana y, alertado por el ruido y por las emocionadas voces de quienes iban a iniciar una visita a la ciudad normanda, se asomara, aún ataviado con el hábito de la orden religiosa a la que pertenece, para constatar que no existe ningún peligro y que puede continuar con sus oraciones sin temor a nada, salvo a la divinidad en la que cree. En su mirada se adivina cierto desconsuelo, provocado por la estricta prohibición de montar en esos artilugios de dos ruedas a los que no ha subido nunca y de los que, con toda seguridad, se caería, cuando su poca pericia de principiante le impidiera evitar que los faldones de su vestidura quedaran enganchados con la cadena, los pedales o los radios de esos atractivos vehículos. 

En unos momentos volverá sobre sus pasos, adentrándose en la penumbra y quietud de esa iglesia, hoy en ruinas, destruida por los bombardeos aliados de los primeros días de junio de 1944 que redujeron a escombros la localidad de Caen. Su imagen será entonces una pasajera visión que el viajero olvidará al atravesar la cercana plaza sobre la que aún permanecen, como testimonio de un pasado cruel, los restos del edificio religioso. 

1 comentario:

  1. Lo que es curioso es que las bicicletas no están del todo sujetas y no se CAEN.

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