En 1997 el público español tuvo la inmensa suerte de toparse con la primera novela de la escritora canadiense Anne Michaels, Piezas en fuga, editada por Alfaguara, sobre la que John Berger no tuvo reparos en afirmar que era "el libro más importante y más bello que he leído en los últimos cuarenta años". Y es cierto que se trata de una obra maravillosa, intensa, cargada de emoción, de belleza, en la que el ejercicio de la memoria -propia y ajena- se entremezcla con el dolor y el sufrimiento, pero también con la esperanza.
Trece años ha habido que esperar para reencontrarnos de nuevo con Anne Michaels y volver a experimentar el placer de entonces con su lectura. Su nuevo título, La cripta de invierno, es profundamente bello, poético. Reaparecen el dolor y el sufrimiento, individual y colectivo, porque ellos están presentes en nuestras vidas desde el mismo momento en que nacemos. El mundo que construimos y en el que nos sentimos seguros se desmorona en un instante. Una decisión política puede provocar que toda una colectividad pierda aquello a lo que ha estado agarrándose a lo largo de generaciones y lo que ahora es, deja de serlo para siempre al segundo siguiente. Del mismo modo que un hecho inesperado, desgraciado, destruye con crueldad lo que creíamos eterno, haciendo que el sentimiento de pérdida nos parezca insoportable, insuperable.
Detrás de esos desgarros se impone el amor, que devuelve a la vida lo que pensábamos que ya había muerto, que era irrecuperable. Pero no basta con no intervenir. Se hace necesaria la voluntad de dar un paso adelante. Es la diferencia que se establece entre no hacer daño y hacer el bien. La redención es posible.
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