domingo, 11 de julio de 2010

Irène Némirovsky

No son pocas las novelas -o ensayos- que han tratado de desentrañar el alma de los seres más odiosos o repugnantes de la Historia. ¿Qué se escondía en la naturaleza de gentuza como Hitler, Stalin, Mao, Idi Amin Dada o Franco, en torturadores como Beria o Himmler o en los más célebres asesinos en serie? En esos casos -nada más fácil- confiamos en encontrarnos con personas -y ya nos duele designarlos como tales- abominables, con mentes y espíritus abyectos. Pero cuando esos individuos se nos presentan tal cual eran, con sus errores, sus sueños, sus limitaciones, sus miserias, como cualquier otro de nosotros, ¿cómo juzgarlos?

Un bolchevique tiene el mandato del Partido de asesinar al despreciable ministro de Instrucción Pública de Nicolás II, Valerian Alexándrovich Kurílov, a quien no ha temblado el pulso cuando, para el sostenimiento del régimen zarista, ha tolerado o autorizado la muerte de inocentes. A medida que lo va conociendo, quien se oculta bajo el nombre de Marcel Legrand comienza a sentir dudas y a no tener tan claro su cometido. ¿Quién no en su caso?

La última entrega, hasta el momento, de la obra literaria de Irène Némirovsky (Kiev, 1903 - Auschwitz, 1942), resucitada a partir de la publicación de la extraordinaria Suite francesa, es una reflexión sobre los entresijos de la condición humana. Y como ocurre con el resto de libros de la escritora aparecidos hasta el momento, tras la lectura de El caso Kurílov persiste en el lector un pozo de desazón.

La filosofía que destila la novela quizás quede reflejada en las palabras extraídas de un diálogo entre Kurílov y el príncipe Nelrode -no menos detestable-: "No existe hombre bueno que no cometa en su vida una maldad, ni malo que nunca experimente un impulso bondadoso, ni hombre inteligente que jamás haga estupideces, ni imbécil que en alguna ocasión no actúe con inteligencia".


No hay comentarios:

Publicar un comentario