Uno no sabe si el coronel Aureliano Buendía escribió a sus familiares momentos antes de ponerse frente al pelotón de fusilamiento, un gesto de gracia al que se acogieron miles de condenados a muerte por el franquismo cuando se encontraban en capilla, a pocas horas de ser ajusticiados por el único delito de haber combatido en las filas republicanas.
Solos o en compañía, con la única perspectiva de la muerte próxima, los presos abrían sus corazones para despedirse de sus seres queridos, para pedirles que no los olvidaran nunca, para recordarles que morían por la libertad, para rogarles que a sus hijos les enseñaran que sus padres habían sido hombres buenos. Muchos de ellos apenas sabían escribir o se expresaban con dificultad. No importaba, había que dejar constancia del amor hacia los suyos, dejarles un último recuerdo. Como hizo Cándido Mañana, un maquis que en 1951 -el franquismo, por mucho que algunos se empeñen, siguió asesinando hasta el final- fue condenado a garrote vil. En una breve carta remitida a Charín Benita el mismo día de su ajusticiamiento, dice:
"Querida Charin
hoy dia 20 Me allegado
la hora de Muril
No suf[r]a por mi
nena) muchos besos
ato dos de mi parte
un abrazo y un recuer
do) Para siempre
de tu
Candido Mañana"
P.D.: Gracias a Raquel Miranda, por abrir su archivo familiar y facilitarme este sobrecogedor testimonio, uno más, de los crímenes franquistas.
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