martes, 31 de agosto de 2010

Estampas de refresco (15)

(Soria, 2005)

Nada indica que sea sábado, salvo porque el fotógrafo conoce la fecha en que tomó la instantánea, aunque quizás sí se adivine, a simple vista, que este mercado de la capital soriana está a punto de finalizar la actividad comercial hasta la mañana del lunes. Los toldos han sido plegados, algunos de los cierres metálicos bajados y otros están a medio echar, como si quienes estuvieran detrás de los mostradores confiaran, antes de recoger y  hacer las cuentas, en un último comprador que aún está por llegar. Quedan en la calle los rezagados: esas dos jóvenes que ante un puesto de fruta parecen indecisas, ese jubilado de manos a la espalda que a lo mejor se limita a pasear, esperando la hora de regresar a casa y sentarse a mesa puesta, porque su mujer ya hace algunas horas que vino a este mismo sitio, esa persona que, en primer plano, ha dejado en el suelo una bolsa con una compra anterior, mientras paga la que acaba de realizar o esa mujer, de pantalón amarillo y abrigo blanco, en cuyo carro, casi vacío, todavía cabrían algunos kilos de verduras y carnes.

Apenas hay tráfico, como en los días feriados, lo que permite escuchar, más que adivinar, la conversación que mantienen en la esquina esas tres mujeres mayores, que hace apenas unos minutos que se han encontrado, como en tantas otras ocasiones. La charla discurre pausada, las palabras recurren a lugares ya transitados infinidad de veces a lo largo de años de conocimiento y amistad. Pero no importa que lo pronunciado resulte inocuo, porque alguien ha sentido que la intimidad que comparten ha sido violada. En el gesto de la mujer que mira al objetivo se adivina malestar y, seguramente, de un momento a otro, se dirija con aspavientos al que se ha atrevido a perturbar, desde una distancia corta, una pequeña parcela privada de sus vidas.

Quizás también ha llegado el instante en que el intruso prosiga su camino y fije su mirada en otro punto de interés o se decida por entrar en un bar y degustar, con el acompañamiento de una copa de vino, los celebrados torreznos de Soria.



1 comentario:

  1. Fue en segundo de bachillerato (1961) cuando descubrí a Antonio Machado.
    A parte del patio de Sevilla y de otras Españas me enseño la palabra Soria.
    A los veintiun años me case por primera vez con un catalana y la palabra Soria se convirtió en una realidad pues allí fuimos de viaje de novios.
    Un país de gente sencilla y fuerte que vive bañada por un gran río; el Duero.
    Tumbado sobre la hierva de su rivera presencie, en uno de sus viejos puentes de madera, como una pareja de jóvenes, provistos de sus respectivas bicicletas, se amaban sobre la corriente.
    Mientras eso sucedía, otros niños se bañaban asidos a unos neumáticos que mediante una larga cuerda estaban atados al puente para que no se los llevase la corriente.
    Aquella vivencia y la hospitalidad del parador Antonio Machado fue como te digo la primera realidad de Soria.
    Años despues y ya separado de mi primera mujer, me enamoré de una soriana de Almazán y Soria se covirtió en la tierra de mis hijas y la mía también.

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