La literatura concentracionaria, tan extensa en testimonios biográficos, es escasa en relatos personales sobre uno de los aspectos más oscuros del Holocausto: la actuación de los Sonderkommandos, esto es, el modo de proceder de quienes, integrando comandos especiales en los campos de exterminio nazi, tenían la abominable tarea de ayudar a los deportados destinados a la muerte a desvestirse y hacerlos entrar en las cámaras de gas, de donde después recogían los cadáveres para trasladarlos a los crematorios o a las fosas. Si apenas hay confesiones al respecto se debe a que los alemanes asesinaban a los miembros de los Sonderkommandos cada cierto tiempo para borrar a los testigos más directos de la barbarie. La expresión empleada por los verdugos era "transferir", eufemismo de eliminación, de crimen y un ejemplo más de la nazificación del lenguaje en aquella época -estudiada por otra víctima de aquel sistema, Victor Klemperer, en su magnífico La lengua del Tercer Reich-.
De ahí el valor de una confesión honesta, Sonderkommando, de Shlomo Venezia, judío griego de origen sefardí -su familia en Salónica hablaba ladino-, deportado a Auschwitz junto a los suyos en abril de 1944. El libro es una larga entrevista de Béatrice Prasquier a Venezia, en la que éste cuenta en primera persona su infancia y juventud en un barrio pobre, las dificultades para sobrevivir en la miseria, la ocupación nazi de Grecia y su confinamiento en Auschwitz-Birkenau, el gran complejo ideado por los alemanes para exterminar a sus enemigos, especialmente a los judíos. Sus palabras, sus recuerdos son sobrecogedores, cualquier pasaje conmueve por su crudeza. Una experiencia traumática, sobre la que tuvo el valor de hablar hace poco tiempo, pero que no pudo verbalizar hasta los años noventa, varias décadas después de la liberación.
Cualquier página resulta dolorosa por lo que en ella se rememora: los miedos de quienes habían sido seleccionados, las miradas de horror de los condenados, los minutos de espera mientras el gas hacía su trabajo, el olor pegajoso que salía de las chimeneas y todo lo impregnaba... Pero yo me quedo con las frases con la que concluye su testimonio por el profundo dolor y el tormento que transmiten: "Todo me devuelve al campo. Haga lo que haga, vea lo que vea, mi espíritu regresa al mismo lugar. Es como si el 'trabajo' que tuve que hacer allí no hubiera salido nunca, realmente, de mi cabeza.... Nunca se sale realmente del Crematorio".
Sobra cualquier otro comentario, salvo recomendar este valiente y sincero texto.
Lo que yo nunca he entendido, porque después del horror que pasaron en los campos y en los guettos, ahora actuan con los Palestinos como actuaron con ellos los alemanes.
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