miércoles, 22 de septiembre de 2010

Azul serenidad

Si la muerte pudiera pintarse de algún color, quizás habría que emplear el azul serenidad. O eso es lo que nos sugiere el novelista Luis Mateo Díez, sacudido en un corto periodo de tiempo por dos muertes inesperadas en la familia. Él ya nos tenía acostumbrado a escucharle hablar de desapariciones, cuando nos llevaba de la mano y nos abandonaba en el mágico territorio literario de Celama, tan poblado de muertes, tan abundante en ausencias ficticias. Pero en esta ocasión no se trataba de ficción, sino de la dolorosa realidad que tan a menudo nos sacude, provocando un auténtico estrépito en nosotros. Porque ahora, el escritor leonés ha sentido la necesidad de rememorar a sus muertos familiares, a los que pertenecen a nuestra vida, a la cercanía más afectiva de lo que somos.

Desde la desolación de esas muertes avasalladoras, cuando el paso del tiempo ha dejado un momento de sosiego o quizás mejor habría que decir de sereno desasosiego, Luis Mateo Díez construye una emoción de ausencia que remite a un dolor apacible, a un sufrimiento tolerable. 

La muerte pertenece a nuestra condición de seres humanos, es irremediable, nos recuerda el novelista, por si alguno de nosotros en su soberbia se cree capaz de triunfar sobre ella cuando haga su definitiva aparición y  reclame lo que le pertenece, esto es, la vida, que tan poco se puede entender. Dos caras de una misma  moneda para las que no hallamos entendimiento. "La muerte no se entiende porque la vida es lo único que tenemos, no existe otra propiedad en la naturaleza de lo que somos", leemos. Aunque para las que hay que hacer un gran esfuerzo de comprensión. Al menos para esas muertes que, por sorpresa,  rompen nuestra costumbre de vivir. 

No se trata de olvidar, sino de devolver a la memoria, aunque el sufrimiento haya sido, en algunos momentos, insoportable. Porque se puede recordar en la dimensión más beneficiosa, como ha hecho él al recurrir al efecto curativo de la literatura y regalarnos un último y bellísimo libro: Azul serenidad o la muerte de los seres queridos. Al referirnos sus muertos cercanos, que acaban siendo los nuestros, nos vienen de vuelta los que de verdad nos pertenecen, generando ese rumor de ausencia que hemos aprendido a escuchar y con el que convivimos serenamente.

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