viernes, 5 de noviembre de 2010

La piel del miedo


La piel del miedo es, además de una sugerente novela de formación del ecuatoriano Javier Vásconez, una profunda reflexión literaria sobre el miedo, esa perturbación angustiosa del ánimo que se instala en nosotros en un momento impreciso de nuestra existencia y parece no abandonarnos nunca. Los temores mutan con el paso de los años pero no desaparecen. Retornan una y otra vez con cualquier excusa. Para el protagonista de este relato es una suerte de pasión y de prisión, pero también lo es, en muchos casos e instantes, para todos. Una especie de mal incurable del que descubrimos síntomas a cada paso. Echo la vista atrás y hallo, en aquel niño en el que seguramente no me reconocería si me lo cruzara ahora por la calle, vagas huellas del pavor a la oscuridad, al dolor, al desamor, a la enfermedad, al castigo, a la violencia... a tantas y tantas circunstancias que entonces me hacían temer lo peor porque me sentía incapaz de controlar las circunstancias, de dominar la situación, porque rompían la calma infantil, la felicidad inocente en las que vivía. Tampoco mis compañeros de pupitre, de juegos, de estudio, según recuerdo ahora, escapaban a la angustia, a los momentos de inseguridad, de desconcierto que traían consigo la entrega de las calificaciones escolares, las vacunaciones en grupo, las reprensiones de los maestros.

También,  como el narrador de la historia que nos acerca Vásconez, advertimos a nuestro alrededor, en estos tiempos de crisis, señales de miedo colectivo, "en la ciudad azotada por la lluvia, en los zaguanes donde se refugian los vagabundos, en la sonrisa temblorosa de los niños, en los ojos de las mujeres cuando salen atropelladas de sus trabajos",  en los rostros de los inmigrantes que desembarcan en nuestras costas después de una travesía en la que sortean al destino y, en muchos casos, a la muerte,  en esas largas colas que esperan la renovación de los papeles de residencia o una oferta de trabajo por precario que sea, en las conversaciones de café en las que una y otra vez se habla de la amenaza de embargos o de despidos, en las miradas de esas madres que, en las pantallas de las televisiones, desesperan por la suerte de sus hijos enfermos o desnutridos...

1 comentario:

  1. En realidad tengo otra visión del miedo. Salvo que sea patológico, y a ese si que tengo miedo, en realidad el miedo no es más que una señal de alarma; un mecanismo que nos alerta de que algo va mal. Por eso, si tenemos miedo a algo, deberíamos tratar de cambiar ese algo, que va mal. (Si es que está en nuestra mano pues, por ejemplo, el miedo a la muerte es muy común y, sin embargo, esta es inevitable. En ese caso lo que deberíamos cambiar en nuestra visión de la muerte. Facil de decir, ¿verdad?) Me refiero a que no hay que avergonzarse de tener miedo, es lógico tener miedo a la injusticia, a un despido o un trato improcedente, lo que no es tan coherente con una sociedad civilizada es que exista la posibilidad de ese mal trato. El miedo es la señal de que eso es lo que debemos cambiar.

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