jueves, 9 de septiembre de 2010

Realidad catódica

Durante la lectura de Mi amor desgraciado, última novela de Lola López Mondéjar, me topo con la reflexión de una de sus dos protagonistas: "Constato que pertenezco a la última generación ilustrada. A partir de nosotros, de un nosotros impreciso que sitúo entre los míos, los jóvenes han dejado de amar el conocimiento, de sentir curiosidad por un pasado que no les interesa". Y continúa el personaje contando que ha conocido a un fotógrafo, cuyo trabajo es muy novedoso e interesante, que no ha oído hablar nunca de Robert Capa o Henri Cartier-Bresson, ni tampoco parece que le preocupe mucho su desconocimiento.

Muy a menudo tengo la misma impresión que ha experimentado esa mujer de ficción. Te encuentras con jóvenes, muchos de ellos universitarios, inmersos en su realidad catódica, en su paraíso audiovisual, del que han expulsado lo que consideran más tradicional por inservible, a los que no preocupa saber nada más allá de su presente más inmediato. Que rechazan las lecturas. Que crean, cuando lo hacen, al margen de referentes, como si no hubiera existido, hasta ahora, el tipo de manifestación artística que practican, como si a nadie anteriormente se le hubiese ocurrido la idea que plasman, como si todo fuera original a partir de su intervención, de su aparición en este mundo. Se comportan como paracaidistas llegados de un espacio sin ataduras con el pasado, del que se desvinculan a cada instante, para que no se les relacione con él. 

¿Originalidad? ¿Rebeldía generacional? Difícil saberlo.

1 comentario:

  1. Tu te encuentras, por casualidad, con jovenes pero yo tengo dos en casa y la reflexión que haces es supercorrecta, no les interesa sino lo que está de moda, les importa un pito el resto de la humanidad y eso que intento hablar todos los día sobre cosas de actualidad y noto que dentro del desastre uno de mis hijos está un poco al día con las noticias y que de vez en cuando hace referencia al pasado y sabe de lo que stá hablando. A veces me da pena que tenga que conformarme con que mi hijo es un poco menos analfabeto que su amigo.

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