Cada vez que me topo con un animal abandonado, me nace, además de un profundo sentimiento de desazón y rabia, el impulso de rescatarlo del desamparo, de alejarlo del sufrimiento de la existencia callejera, de recogerlo y otorgarle todas las atenciones veterinarias necesarias, porque suele estar herido o enfermo. Algo así como lo que hizo hace ya dos décadas Aníbal Vallejo, por entonces profesor de Arte de la Universidad de Antioquia, cuando detuvo su coche, en plena autopista, para atender a un perro que había sido atropellado y estaba al borde de la muerte. Aquel mismo día decidió abandonar la enseñanza universitaria y dedicarse por entero al cuidado de animales necesitados de protección. El lema que guía su vida desde entonces es "Siempre habrá un animal abandonado que me impedirá ser feliz".
La historia protagonizada por Aníbal la cuenta su hermano, el irreverente escritor colombiano Fernando Vallejo en su última novela, El don de la vida, en la que insiste en expresar su profundo amor por los canes y su más absoluto desprecio por las personas. "Que se hacinen, que se amontonen, que copulen, que se jodan. A mí los que me duelen son los animales", dijo en una ocasión, con la misma contundencia -para escándalo de muchos- con la que decidió donar los 100.000 dólares del premio literario Rómulo Gallegos de 2003, que le había concedido un docto jurado, a la sociedad protectora de Caracas.
Esta mañana, mientras paseaba, encontré a un pequeño e indefenso gato que, apoyado en una pared, buscaba refugio y quizás calor, después de estos días de incesante lluvia. Navegando por la red, doy con la foto de un gatito bogotano abandonado, realizada en 2006, que guarda parecido con el que, a mi pesar, dejé, pasmado de frío, en la misma calle en que lo hallé. No todos tenemos el valor ni el arrojo de Aníbal Vallejo.
Comparto absolutamente ese sentimiento de tristeza cuando me encuentro con un animal abandonado, de máxima impotencia por no poder acogerlos a todos, ni siquiera a algunos...
ResponderEliminarEn el caso de los gatos, lo más recomendable es adoptarlos en organizaciones que promueven y fomentan el control de natalidad.
El desprecio a los animales es solo un signo más de la prepotencia humana, pues nos creemos suficientes e imprescindibles para la continuidad de la vida. Este desprecio que nos impide dejar lugar para los otros seres con los que compartimos planeta, esa ignorancia que nos permite destruir el mismo sin pestañear, ese egoismo por el que merecemos el calificativo de inhumanos.
ResponderEliminarHablas de desprecio, ignorancia y egoísmo, pero quizás todos hemos eludido referirnos al salvajismo, la brutalidad, la tortura, etc., etc., a esas formas que tan habitualmente emplean muchos en su relación con los animales, como si necesitaran afianzar su posición, reafirmar su superioridad. Pero prefiero seguir creyendo en quienes sí aman a los animales, los atienden, los cuidan y les dan una vida digna.
ResponderEliminarYo no sé quien lo dijo pero alguien lo dijo y yo estoy con él: quien no ha convivido con un animal tiene la mitad de su alma dormida...
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