martes, 12 de octubre de 2010

Onetti/Carpentier

(@Alfaguara.com)
En una de las muchísimas entrevistas que Mario Vargas Llosa concedió el mismo día en que supo que le había sido otorgado el Premio Nobel de Literatura, el escritor hispanoperuano afirmaba que el mayor misterio de la escritura era su capacidad para hacer nacer la vida de la nada, con ese grácil material que son las palabras. A eso, a dotar de existencia a personajes surgidos de su imaginación o a revivir a figuras históricas desde la ficción, ha dedicado la mayor parte de su trayectoria como narrador, dramaturgo, cuentista y ensayista, ahora reconocida por la Academia Sueca.

Y en lugar de mostrarse soberbio o arrogante por el honor recibido o limitarse a glosar sus muchos méritos, aseguró en la misma conversación radiofónica que el galardón no lo situaba automáticamente entre los clásicos, que esa condición le vendría dada por el tiempo, quizás cuando, ya fallecido, sus obras siguieran recibiendo el favor de los lectores. Y de ese panteón de los inmortales recuperó dos nombres: Alejo Carpentier, del que confesó a su entrevistador que estaba releyendo El reino de este mundo, y Juan Carlos Onetti, a quien dedicó hace un par de años una lectura personal en El viaje a la ficción. ¡Inmejorable gusto de quien sí se sabe creador de una producción literaria balzaciana!

Después de concluida la interviú, extraje de los estantes de mi biblioteca La guerra del fin del mundo y Conversación en La Catedral. Podía haber elegido otros títulos para enfrascarme en el particular homenaje a quien durante tanto tiempo me ha producido un inolvidable placer.  Me consuela pensar que aún tengo por delante un año entero, antes de que sea designado su sucesor como Nobel de Literatura.  


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