No le falta razón al escritor Ricardo Menéndez Salmón cuando declara que en el mundo que nos rodea hay mucha obra de creación fruto del apresuramiento y que si se ha trabajado deprisa, cortando y pegando, haciendo trampas, falseándolo todo, al final se nota. La creación artística es enemiga natural de las prisas, de las urgencias. Reclama reposo, reflexión, necesita asentarse antes de salir a un mercado que con demasiada frecuencia pide nuevas mercancías, contenidos novedosos para seguir funcionando con normalidad, pero que no establece esos filtros de calidad que el propio autor debería imponerse antes de entregar su producto. Ahí están esos miles y miles de títulos literarios que la industria editorial española lanza cada año y que pasan sin pena ni gloria, sin apenas tiempo para que el lector pueda elegir lo que de verdad vale la pena entre tanta avalancha de papel, pero en su mayoría tan insustanciales, tan anodinos, que el olvido los devora en apenas unas semanas, cuando no en unos pocos días.
Hace algunos años, cuando ya Soldados de Salamina era un éxito de ventas, Javier Cercas me confesaba que en la gaveta de su mesa de trabajo o en el disco duro de su ordenador tenía algunas obras que no se había atrevido a entregar a su editor por pudor, convencido como estaba de que no valía la pena talar más árboles para extraer el papel en el que debían ser impresas. ¿Falsa modestia? Seguramente no. Convencimiento de que no todo vale y de que el autor debe mimar y cuidar su producción creativa para no arrepentirse tiempo después de su impulso, de su vanidad. Lástima que el ejemplo del reciente Premio Nacional de Narrativa no haya cundido lo suficiente y que cada vez los bosques sean más escasos.
Dimelo a mí, que a veces me dan ganas de tirarme de los pelos, por lo que me costó el libro y ser una verdadera porqueria. en ocasiones me lo termino de leer y no se como llego al final. menos mal que la mitad de los libros los comparto con mi madre y una amiga y el gasto es menor.
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