jueves, 28 de octubre de 2010

Quiqui

Siendo niños, tuvimos un perro que al que pusimos el nombre de Quiqui. Nos lo había regalado una vecina, dueña de un pequeño comercio al que acudíamos a comprar golosinas, cromos y revistas infantiles, pero también los ovillos de hilo con los que mi abuela hacía punto. Quiqui pasaba el día en la azotea de la casa, donde, entre bidones de agua y patios de luz, nos veía jugar al fútbol en un campo imaginario, siempre cuidadosos con un balón que no pocas veces acababa en la calle o en los corrales cercanos como consecuencia de algún tiro errado que no encontraba el camino de la portería y superaba el pequeño muro protector de aquella cubierta llana tan característica de los pueblos del Sur de Gran Canaria. 

Mi memoria ha olvidado el tiempo que Quiqui estuvo con nosotros, como también los motivos por los que fue devuelto a nuestra vecina, quien no puso reparos en recuperar a aquel animal obediente y dócil. Sí recuerdo que, en alguna ocasión, seguramente muy pocas, fuimos a visitarlo. Nos recibía moviendo el rabo, como si se alegrara de volver a vernos y no guardara ningún tipo de rencor hacia nosotros, a pesar del gesto que habíamos tenido con él. 
  
No sé la razón por la que hoy me he acordado de Quiqui. Quizás porque era muy parecido a este Canelo que he encontrado navegando por la Red y que corrió peor suerte que él, pues acabó en la perrera de Hellín, tras unas rejas, abandonado por unos amos a los que, con toda probabilidad, esperaba reencontrar.  

1 comentario:

  1. Nuevamente un ejemplo de como cerramos el paso a un futuro mejor en aras de un malentendio bienestar. En mi ciudad han talado los árboles para que los pájaros no depositen sus excrementos sobre los vehículos bajo ellos aparcados. Sale muy caro reparar la pintura, es molesto limpiarlos, los excrementos son ácidos...¿a que parece lógico?

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