Estados Unidos ha pedido esta semana perdón a Guatemala por los experimentos realizados con casi setecientos pacientes de hospitales psiquiátricos de ese país centroamericano a los que se infectó con sífilis y gonorrea entre 1946 y 1948. Un hecho que podría parecer aislado si no fuera porque cada cierto tiempo se hacen públicas las tropelías cometidas por los gobiernos contra sus propios ciudadanos o contra los de otros países, como en esta ocasión. La memoria nos devuelve, entonces, otros muchos casos, para los que no hay que alejarse hasta épocas remotas, pues basta quedarse en el siglo XX. Ahí están las pruebas nucleares llevadas a cabo por EEUU o Francia en las que sus tropas o las poblaciones civiles fueron utilizadas como cobayas, los sufrimientos infligidos durante décadas a los aborígenes australianos por leyes y prácticas injustas, los abusos de que fueron víctimas los niños de la isla de La Reunión, enviados a territorio francés con la promesa de estudios y sometidos a situaciones de semiesclavitud, y tantos y tantos atropellos que harían muy extensa una relación de afrentas que nos haría temblar como si estuviéramos viendo una película de terror. La realidad, una vez más, superaría a la ficción.
Estados democráticos occidentales que, cada día, se ponen como ejemplos de virtud frente a terceros pero que esconden en sus archivos secretos un verdadero arsenal de villanías contra sus compatriotas, a los que tienen la obligación de proteger y cuidar. Un deber del que, sin embargo, con demasiada facilidad, según comprobamos, se han olvidado en tiempos, ya digo, no tan lejanos.
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