domingo, 27 de junio de 2010

De la tradición



La tradición es el mejor argumento al que se está agarrando cierto sector de la sociedad española -cada vez más amplio, con especial incidencia en la clase política- para justificar su permisividad con ciertas conductas y, al mismo tiempo, condenar otros comportamientos que le resultan incómodos, no se sabe muy bien por qué razón. La tradición se esgrime como la mejor defensa frente a las críticas.

Si se condena tirar cabras desde un campanario, lancear un toro hasta la muerte o matar a patadas una vaquilla, para regocijo de parroquianos de distintos lugares de la geografía española, por extraer sólo unas pocas conductas de las que son víctimas los animales de la larga lista que existe en este país, entonces se atrinchera en la tradición. Si los defensores del laicismo recuerdan que la presencia de crucifijos y otros símbolos religiosos en las aulas, hospitales y otros espacios públicos no resulta acorde con los usos que debieran regir en un Estado aconfesional como el nuestro, pues a parapetarse en la tradición. Si los nudistas reclaman un mayor espacio público para expresar libremente su desnudez, pues se tapa un ojo, mira por el otro e iza la bandera de la tradición, del pudor y de la urbanidad.

Amparado en la tradición, ese núcleo de ciudadanos se muestra tradicionalista, ultramontano, intolerante. A las primeras de cambio, se lanza al monte a emprender campañas contra todo aquello que, a su juicio, pone en peligro su escala de valores, llámese matrimonio entre personas del mismo sexo o uso del nihab. Da igual lo que sea, porque siempre encontrará un motivo para tratar de imponer sus principios. Aunque tenga que hacer la vista gorda con ciertos comportamientos que debería condenar porque nada tienen que ver con la tradición -¿o sí?-, como la pederastia de la iglesia católica o la corrupción política.

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