martes, 15 de junio de 2010

Silencios tangerinos


En su novela Día de silencio en Tánger, el marroquí Tahar Ben Jelloun, autor por entonces de unas obras que con posterioridad no ha logrado superar desde una perspectiva literaria, retrata a un anciano que lucha contra el tiempo, que trata de agarrarse a la vida a través de una serie de amigos que ya no están, que hace algunos años que dejaron este mundo. Él espera en vano su visita, confiado en que en algún momento tocarán a su puerta, del mismo modo que cuando marca los números de teléfono que conserva en su agenda, nadie le contesta al otro lado del auricular. La muerte ya ha hecho su trabajo. No ha errado en ninguno de sus objetivos. Pero él se resiste, en lo que representa un gesto de rebeldía frente al destino, ante una evidencia que no deja lugar a dudas.

Hace unos días, cenábamos con unos amigos que ya han alcanzado esa edad en la que hablamos de ancianos. Él está a punto de cumplir 93 años y ella ha dejado los ochenta hace algún tiempo. Como si se tratara de un lamento, ella comentó en un instante que ya no tenían amigos, que todos se habían muerto. Sólo quedamos su familia y nosotros, muchísimo más jóvenes. ¿Cómo consolar a quien conoce su destino? ¿Cómo impedir una desazón cuya lógica es irrefutable?

¿Consuelo? No. Todos acabaremos consultando el listín telefónico y lamentando la muerte ajena, amiga. O quizás lo hagan otros por nosotros.

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