Ahí está el creador italiano retirándose las gafas para fijar su vista de miope en esas formas que, una vez dispuestas convenientemente sobre la madera, llevará a continuación al lienzo, al papel o a la plancha metálica, creando unas composiciones en las que, además de quietud y silencio, el espectador descubre el sublime reflejo del espíritu humano.
No en vano, el también pintor Cristino de Vera, siempre generoso en sus calificativos con los grandes maestros, se refiere a él como a uno de los pintores del alma, como a alguien tocado por la secreta luz del espíritu. Un “mensajero del milagro” que llevó siempre consigo el “silencioso y musitado aliento de la luz”. Palabra de uno de los máximos exponentes de la pintura mística, de quien ha vivido comprometido con la espiritualidad de la creación.
Unas pocas obras de este artesano del alma se exponen ahora en Madrid. Son tan sólo tres acuarelas y doce aguafuertes, fechados entre 1927 y 1962, que cuelgan de las paredes de la Fundación Juan March. Suficientes, sin embargo, para que las retinas miren de cerca la luz de la poesía, para experimentar, por unos instantes, el éxtasis de la contemplación
Gracias por el artículo. Aprovecharé para ir a la Fundación Juan March
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