Aparentemente, la muerte de un escritor es un hecho irrelevante para el lector. O debería serlo, salvo por cuestiones sentimentales. Ahí quedan, para la posteridad, sus obras, que serán leídas por las generaciones venideras, como lo fueron por los contemporáneos del autor. Nuestras bibliotecas están repletas, mayormente, de textos de escritores desaparecidos. Las clases de Literatura son, en general, un repaso a una larga lista de gente que ya no está, que falleció hace bastante tiempo.
Sin embargo, con el fallecimiento de José Saramago todos nos hemos quedado un poco huérfanos. Al menos, quienes creemos que un mundo mejor es posible, que entre todos, si cada uno pone de su parte, podemos erradicar la violencia, la pobreza, la humillación, los abusos, la inmoralidad... José Saramago, el escritor de origen humilde que alcanzó el reconocimiento mundial con el Premio Nobel de Literatura en 1998, nos convenció, con cada uno de sus gestos, de que la indiferencia -y la inacción que conlleva- es uno de los males de nuestra sociedad, porque permite que se destruya la dignidad de los semejantes.
Su compromiso y su incesante lucha nos quedan como ejemplos morales a seguir. De otro modo, sin esa responsabilidad con el prójimo, seremos cómplices de tanta y tanta injusticia, de tanto sufrimiento, de tanto olvido.
Librerías y bibliotecas exponen los títulos de los autores cuando fallecen, a modo de último homenaje. ¿Qué mejor ocasión que ésta para releer "Ensayo sobre la ceguera"? Boa viagem, professor Saramago
ResponderEliminarClara Neila
Cualquier recuerdo hecho desde el cariño y el reconocimiento de un hombre como Saramago es merecedor de un aplauso. Gracias, Antonio
ResponderEliminar