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miércoles, 27 de julio de 2011

#ayudaAfrica

Regresan estos días a los medios de comunicación imágenes que, ingenuamente, creía ancladas en el pasado, en un tiempo en el que en los colegios nos repartían unos sobrecitos para el DOMUND o, como nos decían los maestros a aquellas mentes inocentes, para erradicar el hambre en África. Al parecer, aquellas monedas que entregábamos días después en el mismo envoltorio no sirvieron para paliar la tragedia africana o apenas fueron una tirita en una herida que no ha dejado de sangrar y que se ha llevado por delante millones de vidas humanas, como si el único e irremediable destino de esos niños escuálidos, desnutridos, retratados junto a unas madres que luchan por darles un último hálito de vida, fuera la muerte.  

Aquellas fotografías estaban tomadas en la República de Biafra, un frustrado Estado que quedó arrasado por la guerra y la hambruna a finales de los setenta y que hoy es una región de Nigeria. Ahora, como si no hubiesen pasado los años, como si las instantáneas hubieran sido coloreadas para darles actualidad, volvemos a ver lo mismo. Gentes desesperadas, que buscan refugio del conflicto, las matanzas, la sed y el hambre en hacinados campos de refugiados. Mujeres, niños y ancianos que se aventuran a largas marchas -que se asemejan mucho a las que ordenaban los nazis en los últimos momentos de la Segunda Guerra Mundial- con la esperanza de encontrar, al final de ese camino, agua y alimentos que escasean. Ya no es Biafra, un lugar que seguramente nunca localizamos en un mapamundi, en estos momentos es Somalia, el Cuerno de África, una región castigada durante décadas.

Y mientras África no deja de ser un continente condenado a sufrir, un territorio con un negro futuro, en estas tierras de abundancia, dominadas por esos entes indefinidos que son los mercados, nadie se decide a intervenir, a detener lo que no es más que un genocidio, uno más en esta maldita historia de la humanidad.