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Llegan las noticias sobre Libia que dan cuenta de los bombardeos aliados y sus víctimas inocentes, de los reconocimientos oficiales a los rebeldes o de la orden internacional de detención contra Gadafi y, al mismo tiempo, compitiendo por el escaso espacio que los medios de comunicación dedican a las informaciones del mundo, las procedentes de Siria, donde el sátrapa Bashar al Asad masacra desde marzo a la población civil sin que se produzca una simple condena, sin que se valore, ni de lejos, intervenir militarmente en ese país. ¿Y qué decir del dictador yemení y del sufrimiento al que ha estado sometiendo a su pueblo durante décadas? Ni una mención entre tanta reprobación al régimen libio al que, dicho sea de paso, se le tenía muchas ganas -no entro en si justificadas o no- desde los años ochenta y al que ahora se golpea una vez ha quedado aislado.
En un caso -Libia-, se habla solemnemente de genocidio; en los otros -Siria y Yemen-, se alude llanamente a asuntos de índole interno y se despacha la cuestión mirando hacia otro lado, no vaya a ser que la famosa primavera árabe se convierta en Oriente Próximo en un incendio de imprevisibles consecuencias. Y ante esta interesada disparidad de criterios, mientras mueren asesinados quienes persiguen la libertad, me vienen a la memoria aquellos versos de León Felipe que hablaban de justicia:
"Si no es ahora, ahora que la justicia vale menos, infinitamente menos
que el orín de los perros;
si no es ahora, ahora que la justicia tiene menos, infinitamente menos
categoría que el estiércol;
si no es ahora … ¿cuándo se pierde el juicio?"
Tampoco puedo dejar de pensar en esos millones de personas a las que espera una muerte segura si nadie hace nada para paliar las hambrunas que hacen estragos en el Cuerno de África. Y me pregunto: ¿no actuar no es una forma de genocidio? ¿Las vidas de esas gentes valen acaso infinitamente menos que el orín de los perros?