Oskar Gröning reconoce que el Genocidio, que la masacre nazi, bajo métodos industriales, existió y que él, como verdugo, estuvo allí. Pero también asegura que haber servido como SS-Rottenführer en Auschwitz no le ha obligado nunca a responder ante la justicia. Es más, se sorprende ante la posibilidad de dar cuenta personalmente por los crímenes del nazismo. De igual modo, no tiene reparos en decir, ya a salvo, ya un anciano honorable, décadas después, que en aquel escenario de la muerte, en aquel lugar concebido para el exterminio, se cometieron "algunos actos que no eran compatibles con los derechos humanos". ¿Cínico? ¿Canalla? ¿O simplemente un criminal insensible, ajeno al dolor humano?
Es difícil no seguir sintiendo una profunda emoción cuando se emite, una vez más, un documental como Auschwitz. Los nazis y la solución final. Obviamente, por La 2 de TVE. Otras cadenas comerciales, mientras, están dedicadas a princesas del pueblo, a cuestiones de casquería, a razones más próximas al bajo instinto que a otro lugar.
Pasa el tiempo, desaparecen los supervivientes, pero queda el recuerdo, la necesidad de no olvidar, de recuperar la memoria de la atrocidad. No han pasado tantos años. Y tampoco otros atroces ejemplos históricos.