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sábado, 4 de septiembre de 2010

Stephen Hawking


Asisto entre atónito y molesto a la tormenta -amplificada en los medios de comunicación de todo el mundo- que ha causado el anuncio de la próxima publicación de The Gran Design, último libro de Stephen Hawking, en el que, al parecer, el físico británico (Oxford, 1942) descarta que Dios creara el Universo, como se nos ha venido repitiendo por algunas religiones desde hace siglos. Desconozco cuántos de los tertulianos, comentaristas, editorialistas y otros istas mediáticos, así como científicos y líderes religiosos, que se han apresurado a saltar al ruedo como si les hubiesen puesto ante los ojos un pañuelo rojo, se han leído esta obra de apariencia divulgativa. Supongo que muy pocos, por las sandeces expresadas sin rubor alguno y por la poca consistencia de los argumentos utilizados para, en general, atacar -más que desmontar intelectualmente- las tesis de Hawking, convertido en nuevo anticristo y  moderno hereje. Otra vez, el eterno debate ciencia vs. fe.

La reacción más airada ha partido, como no podía ser de otro modo, de las distintas iglesias y de sus sectores afines, que no han esperado a tener entre sus manos el ejemplar para manifestar que todo responde a un evidente ejercicio publicitario coincidiendo con la visita apostólica de Benedicto XVI a Inglaterra y Escocia a partir del día 16 de septiembre, que la existencia de Dios está fuera de toda duda, que detrás de la formación del cosmos se encuentra la presencia divina, etc., etc. Toda una andanada que, más que nada, parece la reacción o la pataleta a una verdad cada vez más incontestable: el aumento del número de descreídos. Lo de los seis días y el séptimo de descanso convence cada vez menos. 

Y yo, iluso, pensaba que desde que Nietzsche pronunciara -o a lo mejor no y es una mera atribución sin fundamento- su célebre "Dios ha muerto", esta afirmación se daba por válida. La realidad, una vez más, me desmiente.