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miércoles, 11 de agosto de 2010

Almería imaginaria (3)

Desde hace veinte años tenía una deuda con Alhama de Almería que, por fin, he podido saldar. Debía una visita a este pueblo que, entre sus atractivos turísticos, se brinda como puerta de esa veintena de pequeños municipios que conforman La Alpujarra almeriense, quizás no tan conocida como su vecina, la granadina, que ha sido merecedora de libros como los que le han dedicado Pedro A. de Alarcón a finales del XIX (La Alpujarra) o, más recientemente, el exbatería de Génesis, Chris Stewart (Entre limones), pero igual de enigmática, sorprendente y, sobre todo, bella en su dureza, en su sencillez, en las sensaciones que genera en el visitante, que cree estar viajando por un territorio desértico, a pesar de los paisajes serranos que la adornan. También se vanagloria Alhama de haber sido cuna de uno de los presidentes de la Primera República Española, el honrado Nicolás Salmerón. 

Pero olvida este pueblo, célebre como el resto de las alhamas españolas por sus baños y termas, que en él nació alguien menos ilustre que Salmerón, pero muy importante para la historia del periodismo español: Andrés Amat de Tortosa, ingeniero militar, hombre díscolo y amigo del juego y las apuestas, que entre 1785 y 1787 dio a luz en Tenerife el primer periódico impreso de las Islas Canarias: Semanario Misceláneo Enciclopédico Elementar. A este personaje, que acabó sus días en Guanajuato (México) como intendente, dediqué parte de mi tesis doctoral. A lo mejor sería mejor abordarlo como protagonista de una novela de aventuras -que las vivió y muchas y de muy diverso signo- que desde el punto de vista académico. Para los curiosos les  informo que tras muchas desavenencias con las autoridades virreinales, Amat de Tortosa se disparó un tiro, del que moriría días más tarde tras una penosa agonía y que, como impío, por suicida, fue enterrado extramuros en aquella bella ciudad mexicana, a la que también debo una visita. 

viernes, 18 de junio de 2010

Gonzalo González

Inquietud. Desesperanza. Imposibilidad. Derrota. Unas alas que deberían estar volando aparecen quebradas, sin vida, incapaces de levantar el vuelo. Sin un cuerpo al que agarrarse. Colgadas del vacío. Y detrás de esa imagen de aparente inmovilidad, de quietud y silencio, sólo hay sufrimiento, tragedia. Un cadáver que nos habla de sueños rotos.

El artista tinerfeño Gonzalo González (1950), cuya producción transita desde hacia varias décadas entre la pintura, el dibujo y la escultura, ha querido mostrarnos, de un modo simbólico, pero también valiente, qué se esconde detrás de la violencia de género, qué experimentan las mujeres que, en lugar de cariño, reciben palizas, que no entienden la razón por la que su amor es correspondido con bofetadas, con patadas, con odio.

Esta pieza estará presente, a partir del 22 de junio, en el espacio TEA (Tenerife Espacio de las Artes), formando parte de una exposición colectiva con la que se pretende, desde la creación artística como excusa, denunciar esa lacra social que es el terrorismo doméstico que ejercen quienes, equivocadamente, se creen con el poder para decidir sobre la vida y el destino de los demás.

En Gonzalo González, las alas, representadas de forma independiente, como símbolo de derrota, son un motivo recurrente. El mito de Ícaro, al que los rayos de sol devolvieron a la tierra en lo que supuso un triunfo sobre la soberbia humana, aparece en una de sus clásicas ventanas de bronce, formando parte de una composición que supone un guiño a la corriente metafísica.