Cualquiera diría que Benedicto XVI le ha cogido el gusto a esto de venir a España a recordarnos que somos la reserva espiritual de Occidente, a pesar de lo agresivamente laicos que somos los ciudadanos de este país, según dijo hace apenas unos meses, con motivo de su anterior paseo por estas tierras. De lo que sí estoy seguro es que no viene a hacer acto de contricción por las bendiciones de la Iglesia a los crímenes del franquismo o por los actos de pederastia de algunos de sus sacerdotes. Lástima, porque de otro modo habríamos pensado que su visita no incluiría, como hacía su antecesor y repitió él mismo, un rapapolvo al Gobierno socialista por impío y defensor de normas contrarias a esa moral cristiana que en los últimos tiempos aflora con más fuerza que nunca.
Lo que sí me sorprende es el empeño de algunos, especialmente de ciertas autoridades autonómicas, en destacar los beneficios económicos de la presencia papal. Y yo que pensaba -¡ingenuo de mí!- que las ventajas de las religiones no se alcanzaban en este mundo de pecadores, sino que las recibiríamos una vez convertidos en polvo. Ya nos dirán, imagino, quiénes son los destinatarios de esos cien millones en positivo en que cifran la celebración de la JMJ 2011.
Y por si no fuera poco con inundar de santidad la ciudad de Madrid durante unos días, parece que en el Parque del Retiro los remos, los títeres, las echadoras de cartas, los vendedores de chucherías y globos tendrán una férrea competencia con los dos centenares de confesionarios portátiles que se instalarán en este espacio público, convertido en lugar de peregrinación, lamentaciones, arrepentimientos y perdones.
Vuelvo a recomendar, para contrarrestar los efectos narcotizantes de tanto incienso, la lectura de La puta de Babilonia, de Fernando Vallejo. Eso, o desaparecer del mapa y cerrar los ojos a la avalancha mediática que se avecina.