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domingo, 6 de marzo de 2011

Anonymous


No sé si es fruto de la imperiosa necesidad de socavar, aunque sea un poco, los cimientos de los sistemas occidentales y dejar que entre el aire y limpie los rincones y las telarañas, como cantaba Labordeta, o el resultado de un ejercicio de ingenuidad, pero convertir en justicieros, en héroes modernos -algunos incluso los tratan como los superhéroes de los cómics- a quienes se parapetan para hacer de las suyas tras el anonimato que les da Internet, tras la denominación genérica de Anonymous y de la imagen de un conspirador católico inglés, es, a mi juicio, una temeridad, por no ahondar en otros sustantivos menos favorecedores.

Individuos anónimos que, cuando se trata de dar la cara y hacer acto de presencia, lo escenifican en un número tan, tan reducido que resulta hasta cómico, por no decir patético. Para reclamar la dimisión de la ministra y exigir que se revoque la llamada Ley Sinde, se presentaron unos doscientos sujetos, ocultos tras la máscara de Guy Fawkes, a las puertas del Teatro Real en la gala de los Goya, profiriendo insultos y lanzando huevos a los invitados, en un gesto que el cantautor uruguayo Jorge Drexler tildó, con muchísima razón, de "fascismo de la prepotencia". Hace un par de días, medio centenar, con las mismas reivindicaciones, se plantó ante la sede del PSOE en Madrid. Y esos cincuenta individuos, igualmente uniformizados por la ya célebre careta, proclamaron, sin ningún pudor, a través de un manifiesto, que son el pueblo. Curiosa manera de apropiarse de la soberanía popular. Cada nueva actuación de este colectivo reafirma las palabras de Drexler. 

Menos mal que en las revueltas populares que se suceden desde hace semanas en los países árabes, son los ciudadanos, en un número de miles, de centenares de miles, los que se lanzan a tomar las plazas, a reconquistar el poder y expulsar a los tiranos. Si en Egipto, Túnez y Libia hubieran tenido que esperar al ciberactivismo de Anonymous para echar a los dictadores, aún estarían campando a sus anchas los Ben Alí y Mubarak, y Gadafi seguiría instalando sus jaimas en los países en donde actúan los anonymous  internautas, en lugar de combatiendo la rebeldía de los libios. 

La Historia nos ha enseñado que las revoluciones se producen en las calles y no frente a la pantalla de un ordenador. Por mucho que algunos se empeñen en lo contrario.

lunes, 24 de enero de 2011

Expolio digital

Mi intención era hablar hoy de lo injusta que es la historia de la literatura, de cómo da la espalda, de un día para otro, de forma incomprensible, a escritores que han hecho las delicias de generaciones enteras. Mi idea era recordar y rendir tributo a autores como Emilio Salgari, Karl May o Giovanni Papini, nombres que me acompañaron durante mi infancia y adolescencia,  novelistas que alcanzaron la gloria en un momento determinado pero que, por circunstancias inexplicables, hoy han caído en el más injusto de los olvidos o son reeditados, cuando lo son, por pequeñas editoriales que se atreven a jugarse sus pocos recursos imprimiendo unos volúmenes destinados, más que a nadie, a nostálgicos como yo, que disfrutamos con la lectura de sus novelas y cuentos cuando éramos apenas unos niños con ganas de vivir las mismas aventuras que aquellos héroes de ficción.

Detrás de las obras de aquellos admirados literatos -como del resto de autores, ya sean novelistas, poetas, dramaturgos, cineastas, músicos o coreógrafos- había y hay mucho talento, pero también dedicación, esfuerzo y trabajo, muchísimo trabajo. Sin embargo, hoy muchos creen que esas creaciones, que forman parte de nuestro imaginario colectivo, valen lo que un simple clic de ratón, que su precio se reduce al tiempo que tarda en ser descargada impunemente de algún servidor o de alguna página por la que terceros se lucran sin que a ellos les cueste nada. Y hoy muchos siguen queriendo que creamos que lo que está en juego no es la creación, sino la libertad de expresión y ese concepto tan versátil y de fácil recurso como la neutralidad en la red. ¿Por qué recurren a eufemismos cuando lo que tratan de amparar es el expolio digital, el robo a manos llenas? 

lunes, 27 de diciembre de 2010

El mundo, al revés (2)

No deja de sorprenderme la virulencia -como si les fuera la vida en ello- con la que algunos se despachan en su defensa a ultranza de la barra libre en Internet para los contenidos culturales. Una actitud agresiva que contrasta con la tibieza con la que se pronuncian o el silencio con el que callan, por ejemplo, para reclamar a las inmobiliarias unas viviendas más baratas o gratuitas, a los bancos unos intereses más bajos o, sencillamente, inexistentes, a las operadoras de telefonía unas líneas de ADSL menos costosas o, directamente, gratis. 

No deja de sorprenderme la facilidad con la que algunos han hecho suyas las tesis de la derecha extrema, detrás de las que hay un menosprecio sin tapujos a los creadores y a la Cultura, a los que se acusa de vivir de las subvenciones, negando, en cualquier caso, el talento, la dedicación, el esfuerzo o los recursos que toda creación intelectual y artística requiere para nacer y llegar al público. Y ocultando, al mismo tiempo, no sólo la necesidad de toda colectividad de proteger el acervo y la diversidad culturales, sino también las ayudas que reciben la agricultura, la minería, las elécricas, la industria automovilística, la banca, las exportaciones y otros tantos sectores tan productivos como la Cultura (4% del PIB y miles de empleos). 

No deja de sorprenderme el cinismo de quienes hablan con desprecio de los autores de las películas, los libros, los videojuegos y las canciones que se descargan impunemente, sin retribuir a sus legítimos propietarios; la desfachatez de quienes apelan a la neutralidad en la red y la libertad de expresión para justificar la sustracción de las obras ajenas; la hipocresía de quienes piden una mayor velocidad de las líneas para facilitar sus intercambios personales -eufemismo con el que se refieren al tráfico ilegal de la música, el cine y la literatura de otros-, cuando les bastaría con lo básico para transmitirse los alegatos libertarios de gente como Enrique Dans o Víctor Domingo, que caben en menos de 150 caracteres. 

Menos mal que, para que el mundo no esté del todo del revés, hay quienes se posicionan claramente en los medios de comunicación a favor de la creación. Como Victoriano S. Álamo, quien, desde las páginas de Canarias7, recuerda hoy que "lo único que se consigue dejando que Internet sea un lugar donde a los creadores se les ningunea, un día sí y otro también, es generar un futuro (y próximo) empobrecimiento cultural irreparable". Seguramente, este periodista tenga desde ahora más enemigos anónimos que simpatizantes. Es lo que tiene apostar por la justicia y criticar abiertamente el robo. 

Lo dicho, el mundo, al revés.

sábado, 25 de diciembre de 2010

El mundo, al revés


El mundo, al revés. Los ladrones se ponen dignos y, ofendidos, interrumpen por unas horas el expolio masivo de obras musicales, audiovisuales y literarias ajenas, con cuyo tráfico ilegal se lucran de lo lindo, ante la amenaza de una norma -la tan traída y llevada Ley Sinde- que pretende poner coto al saqueo constante del trabajo de otros. En un ejercicio de evidente cinismo, los chorizos apelan al sagrado principio de la ¡libertad de expresión! para continuar robando a manos llenas películas, canciones, videojuegos y libros que no sólo no les pertenecen, sino para cuya puesta a disposición tampoco han pedido permiso a sus legítimos propietarios ni mucho menos pagado lo que en una economía de mercado corresponde. Y, además, para seguir rizando el rizo, argumentan que acabar con la rapiña es  recurrir a la censura. Curiosa forma de defender el pillaje en la Red.

Y mientras una de las partes favorecidas por este lucrativo negocio -las operadoras de telefonía- se frota las manos, porque el debate parece no rozarle lo más mínimo, los autoproclamados gurús de Internet incitan a compartir libremente lo que tampoco es suyo porque, según proclaman, contribuye a aumentar la cultura de la ciudadanía. Curiosamente, estos nuevos iluminados ni comparten sus viviendas o vehículos, ni mucho menos colectivizan sus sueldos para regocijo de esa misma sociedad a la que con tanto empeño quieren culturizar... con la depredación.

Pero el sonrojo no sería total si obviáramos a una clase política que produce auténtico bochorno cuando, haciendo un papelón lamentable, se demuestra incapaz de defender un derecho como la propiedad privada, consagrado en una Constitución que debería regir su actuación, porque tienen tanto miedo a los internautas como los niños que suspenden a presentar a sus padres el boletín con las calificaciones escolares.

El cuadro se completa con los afectados -creadores, empresarios del entretenimiento y trabajadores-, a los que no sólo se priva de sus creaciones y de la posibilidad de vivir de su trabajo sino a los que, en un claro y libre ejercicio de la tan cacareada libertad de expresión, se avasalla e insulta en los foros cuando tratan de hacer oír su voz, cuando no se les impide ejercer ese derecho tumbando sus webs.

Lo dicho. El mundo, al revés.