No sé si es fruto de la imperiosa necesidad de socavar, aunque sea un poco, los cimientos de los sistemas occidentales y dejar que entre el aire y limpie los rincones y las telarañas, como cantaba Labordeta, o el resultado de un ejercicio de ingenuidad, pero convertir en justicieros, en héroes modernos -algunos incluso los tratan como los superhéroes de los cómics- a quienes se parapetan para hacer de las suyas tras el anonimato que les da Internet, tras la denominación genérica de Anonymous y de la imagen de un conspirador católico inglés, es, a mi juicio, una temeridad, por no ahondar en otros sustantivos menos favorecedores.
Individuos anónimos que, cuando se trata de dar la cara y hacer acto de presencia, lo escenifican en un número tan, tan reducido que resulta hasta cómico, por no decir patético. Para reclamar la dimisión de la ministra y exigir que se revoque la llamada Ley Sinde, se presentaron unos doscientos sujetos, ocultos tras la máscara de Guy Fawkes, a las puertas del Teatro Real en la gala de los Goya, profiriendo insultos y lanzando huevos a los invitados, en un gesto que el cantautor uruguayo Jorge Drexler tildó, con muchísima razón, de "fascismo de la prepotencia". Hace un par de días, medio centenar, con las mismas reivindicaciones, se plantó ante la sede del PSOE en Madrid. Y esos cincuenta individuos, igualmente uniformizados por la ya célebre careta, proclamaron, sin ningún pudor, a través de un manifiesto, que son el pueblo. Curiosa manera de apropiarse de la soberanía popular. Cada nueva actuación de este colectivo reafirma las palabras de Drexler.
Menos mal que en las revueltas populares que se suceden desde hace semanas en los países árabes, son los ciudadanos, en un número de miles, de centenares de miles, los que se lanzan a tomar las plazas, a reconquistar el poder y expulsar a los tiranos. Si en Egipto, Túnez y Libia hubieran tenido que esperar al ciberactivismo de Anonymous para echar a los dictadores, aún estarían campando a sus anchas los Ben Alí y Mubarak, y Gadafi seguiría instalando sus jaimas en los países en donde actúan los anonymous internautas, en lugar de combatiendo la rebeldía de los libios.
La Historia nos ha enseñado que las revoluciones se producen en las calles y no frente a la pantalla de un ordenador. Por mucho que algunos se empeñen en lo contrario.