Cuentan que hace algunos años, cada vez que el dramaturgo Miguel Mihura acudía a su carnicería habitual, el carnicero le pedía un par de boletos para alguna de sus exitosas funciones, a lo que el dramaturgo madrileño respondía : "cuando usted me dé dos filetes, yo le entrego dos entradas a cambio". El vendedor de carne nunca fue al teatro, al menos a costa del trabajo de don Miguel. A aquel comerciante le ocurría lo que a muchos en la actualidad, que consideran que lo intangible, lo inmaterial carece de valor, que creen que una obra artística no es más que el resultado de la inspiración y no del esfuerzo y el tesón, que entienden que las creaciones, llámense canción, película o videojuego, por el mero hecho de poseer un ordenador y una línea ADSL, les pertenecen.
Pero claro, al igual que don Miguel Mihura, no todos están dispuestos a ser víctimas del robo en la red, justificado bajo la falacia de la libertad de expresión, la neutralidad o, lo que es peor, el progreso tecnológico y el desarrollo de la sociedad, por no aludir al acceso universal a la cultura. No hace muchos días, el cantautor tinerfeño Pedro Guerra, al que muchos conocerán por su crítica posición con el canon digital, además de por sus muchas y buenas canciones, recordaba que regalar lo que no es de uno, no es, ni ha sido nunca, un derecho fundamental. Por mucho que algunos se empeñen en lo contrario. Seguramente, Pedro Guerra ya es enemigo de quienes no respetan la propiedad ajena. Y, sin duda, Miguel Mihura ya habría sido víctima, de seguir entre nosotros, de infinitos comentarios en Twitter o en Facebook por su negativa a ceder, por la cara, sus obras de teatro.
Dicen que el debate en torno a la propiedad intelectual en Internet está enquistado. Tanto, que se ha llevado por delante a Álex de la Iglesia, que, a mi juicio, pecó de afán de protagonismo y escasez de recursos para enfrentarse a un nuevo escenario en cuanto se produjo el cambio. Álex ha anunciado su dimisión como presidente de la Academia de Cine, ese mismo cine al que muchos, con los que en los últimos tiempos conversó tan amigablemente, han despreciado por activa y por pasiva en cualquier foro. Al mismo tiempo, los que se consideran líderes naturales de la red se han solidarizado con el director de Balada triste de trompeta, al que con total desfachatez se han atrevido a sugerir como próximo ministro de Cultura. Ver para creer tanto cinismo como el que ejercitan los Bravos, Dans, Domingos y demás, acostumbrados a sentirse representantes de la soberanía popular por el mero hecho de ser populares en un territorio que no cuestiona a quienes se enriquecen con las creaciones de terceros.