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martes, 13 de septiembre de 2011

11-S, diez años después

La tragedia tiene rostro humano. No así el sufrimiento, que también adivinamos -con demasiada frecuencia- en la mirada animal. Se han cumplido diez años de los atentados del 11-S y mi recuerdo de aquellas inolvidables horas, de aquel día grabado a fuego en las conciencias de todos, permaneceá indeleblemente unido al espanto que se dibujó en las caras de una pareja de turistas neoyorquinos que comían en una mesa cercana a la nuestra en una taberna del barrio lisboeta de la Alfama en la que decidimos hacer un alto en el camino. Se me ha olvidado qué pedimos, qué plato teníamos delante cuando el segundo avión se estrelló contra una de las torres, pero no el horror con el que aquellas dos personas contemplaron las imágenes que retransmitía un pequeño televisor situado al fondo del salón. El restaurante quedó en silencio. Ningún cliente se atrevió ya a seguir comiendo, a manejar unos cubiertos que habrían roto, con su sonido metálico, el sentimiento de duelo que inundó el local. El mismo silencio atravesó la ciudad de Lisboa, conmocionada por el suceso. Hasta el tráfico pareció detenerse, en señal de respeto. De algunas esquinas y también de algunos comercios, el sonido lejano de los transistores relatando una noticia que habría de cambiarnos, de traumatizarnos.

Ahora, los rostros de aquellas víctimas del injustificable terror han regresado del pasado a la actualidad, a los informativos, a los especiales que han llenado la parrilla de los canales televisivos. Entre tanta avalancha mediática, ante tanto programa realizado en directo desde Estados Unidos, he echado de menos los rostros de otros miles de muertos, de los inocentes que en esta década han perdido sus vidas en las guerras de venganza lanzadas por Estados Unidos, en los conflictos iniciados por la gran potencia para aplicar la ley del Talión.