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jueves, 27 de septiembre de 2012

La buena ciudadanía

(@www.noticias.starmedia.com)
La derecha extrema tiene la feísima costumbre -históricamente nefasta y repugnante, como se ha podido constatar en otras épocas- de categorizar a los ciudadanos. Basta con que no coincida la acción gubernamental con el sentir popular para que nos encontremos, de la noche a la mañana, en uno de los estancos clasificatorios fijados por la autoridad. Ya nos pasó a una gran número de españoles cuando nos manifestamos reiteradamente contra la injusta e ilegal guerra contra Irak, que el entonces presidente del Gobierno Aznar abrazó con el entusiasmo que testimonió una ya inolvidable foto en la que aparecía junto a Bush y Blair con gesto sonriente y cabellera despeinada. A juicio del señor Aznar (y de sus ministros de entonces, claro está), quienes salimos a las calles masivamente no eramos patriotas y, por tanto, debíamos ser considerados españoles de segunda.

Ahora, la distinción la establece el actual presidente del Ejecutivo, Mariano Rajoy, al que las protestas del 25-S han pillado -imaginemos por un instante que casualmente- fuera de España. Y desde la distancia no ha tenido una ocurrencia mejor que proclamar su "reconocimiento a la mayoría que no sale en las portadas" y referirse a los que se quedaron en casa o en el trabajo como a buenos ciudadanos, marcando una línea con los que decidieron salir a la calle y hacer efectivo su derecho constitucional a manifestarse contra los recortes, los mercados y el desprestigio de la clase política, entre otras razones.

Hace muy mal quien hace este tipo de distinciones entre la ciudadanía, cuando debería actuar y hablar como presidente de todos porque, al final, somos todos -o casi todos- los que venimos sufriendo esta maldita crisis que parece no querer abandonarnos.

miércoles, 4 de enero de 2012

De Pepe Botella a Ana Botella

La verdad es que lo más fácil sería jugar a establecer las similitudes y diferencias entre las dos Botellas más famosas de la historia de España, la de José Bonaparte, hermano de Napoleón y rey postizo en tiempos del más ferviente patriotismo bélico, y la de Ana, reciente regidora madrileña y esposa del tercero en discordia en la famosa foto de las Azores. Seguramente nos lo pasaríamos muy bien fijando en qué se parecen ambos y en qué  se distinguen, como si del Trivial se tratara. En realidad, lo que me llama la atención - y al mismo tiempo me escandaliza- es aquello en lo que no se parecen en nada ambos mandatarios. Esto es, en el papanatismo religioso que caracteriza a una y del que el otro no hizo ninguna gala, preocupado como estaba en el contenido alcohólico del vidrio.

Por suerte, no tuve que sufrir esa ceremonia que transformó la plaza madrileña de Colón en un Valle de los Caídos de mentirijillas gracias a una impetuosa e imponente cruz. A lo mejor ya estaba cerrada la cita con Rouco Varela antes de que Alberto diera la alternativa a su teniente. Seguro. Pero ha sido ella la que celebró gustosa la ceremonia en territorio capitalino, después de otra ceremonia, la de su toma de posesión, que daría para más de un post.

En definitiva, que con la Iglesia seguimos topando y que, si nadie lo remedia, y no lo parece, continuaremos haciéndolo por mucho tiempo.

jueves, 3 de febrero de 2011

Aznar se traviste de Chateaubriand

José María Aznar no ha ocultado nunca su odio visceral hacia los árabes, hacia el mundo musulmán. De ahí que, cuando Blair y Bush se apuntaron a libertadores del pueblo iraquí, el ex presidente corriera, como a quien persigue el diablo, a fotografiarse en las Azores. No fuera a ser que el tirano Sadam ocultara las inencontradas armas de destrucción masiva. Y ahora que en algunos países islámicos, como Túnez, Egipto, Jordania o Yemen, sus poblaciones salen a las calles a reclamar libertad y democracia, el  que fuera inquilino de La Moncloa no duda en sacar a la luz sus viejos fantasmas y supeditar las ansias de esos ciudadanos a los intereses de Europa y Estados Unidos

Quizá a nadie deba sorprender que Aznar retome ahora las ideas del timorato aristócrata francés Chateaubriand, quien, al interpretar a principios del siglo XIX las reformas de los otomanos, consideraba que civilizar Oriente implicaba extender la barbarie en Occidente. Esto sólo puede tener un significado, que no reside precisamente en la posición del ministro de Exteriores del rey Carlos X, sino en la tentación de Aznar, quien lleva tiempo intentando rescatar para los occidentales una identidad primaria, esencialista, excluyente y estática y olvidando que mientras una Europa medieval vivía en la sombra, otra lo hacía en la luz. 

Le guste o no al presidente de la FAES, aquella Al Andalus y su unidad político-territorial, que luego será España, le ha demostrado a la historia europea que los árabes conocieron la modernidad mucho antes que la Europa cristiana, precisamente llamada moderna. Y los árabes, quiera o no José María, son herederos directos de la Grecia clásica, cuna de la democracia. Y aunque los árabes se han olvidado de ella, como dice el refrán castellano, quien tuvo, retuvo. ¿O es que acaso los europeos siempre hemos sido democráticos? Eso sí que es echarse un farol. 

miércoles, 5 de enero de 2011

León de la Riva

(@www.diagonalperiodico.net)

Seguramente haya asuntos y personajes más interesantes sobre los que escribir hoy, víspera de una fecha de tantas connotaciones infantiles. El actual alcalde de Valladolid resulta más anodino que atractivo, empeñado como está en pasar a la historia por sus exabruptos y sus salidas de tiesto, más que por la buena gestión de una ciudad cuya ciudadanía no merece a alguien tan representativo de la España más soez. Si lo hago no es por la sorpresa que me ha producido escuchar a un señor tan de derechas citar a Bertolt Brecht. El susto ya lo pasé cuando a José María Aznar le dio por echar mano, a cada paso, de Manuel Azaña, con el que parecía haber compartido mesa y mantel, por la familiaridad con la que lo parafraseaba. 

Si no estoy rememorando las cabalgatas de reyes, que siempre vinculo a los caramelos lanzados desde las carrozas y a por los que, siendo niños, nos lanzábamos como posesos, haciendo peligrar nuestra integridad física, no es más que por la repugnancia intelectual que me producen quienes apelan con tanta frivolidad al nazismo, un recurso al que es muy aficionada otra ilustre popular, Esperanza Aguirre. Uno puede estar más o menos de acuerdo con la nueva ley antitabaco, pero igualar las denuncias a las que el ciudadano puede recurrir cuando se sienta molesto por el humo ajeno, con las que se producían bajo un régimen dictatorial que organizó la mayor maquinaria al servicio del crimen del que se tiene noticia y que provocó, por sus ansias expansionistas, varias decenas de millones de muertos, es no conocer la historia reciente o pasarse de graciosillo. Y gracia, lo que se dice gracia, no tiene ninguna. Quizás le convenga al señor León de la Riva leer lo que le ocurría a los enemigos del Tercer Reich cuando eran delatados, que nada tiene que ver con lo que les espera, en un Estado de Derecho, a los pillados in fraganti fumando donde no deben. 

domingo, 24 de octubre de 2010

Wikileaks


Hace algunos años, cuando investigaba con Mirta Núñez los crímenes del franquismo en los archivos militares, nuestra reclamación de causas judiciales era despachada a menudo con un rotundo no, que se justificaba en la supuesta salvaguarda de la intimidad de los familiares de los represaliados (que eran precisamente los más interesados en conocer la verdad de lo ocurrido a sus parientes), aunque a quienes de verdad querían proteger era a los descendientes de quienes formaban aquellos tribunales de guerra (todos ellos pertenecientes al ejército), a los que no temblaba el pulso cuando de sentenciar a muerte se trataba. 

Ahora escucho una excusa muy similar de los responsables políticos y militares de  Estados Unidos a raíz de las filtraciones de Wikileaks sobre la guerra sucia, las matanzas y los abusos de los derechos humanos perpetrados en Irak por las tropas norteamericanas e iraquíes y por los mercenarios de Blackwater. Ni el Pentágono ni el Departamento de Estado hablan de investigar los hechos, de llevar a los culpables ante la justicia o de reparar de alguna manera el daño causado. Ni mucho menos se les ha oído pronunciar la palabra perdón. Se escudan en la seguridad nacional y en la protección de las vidas de  estadounidenses y de sus aliados.

Me pregunto, mientras leo con espanto los horrores ahora puestos al descubierto por la web de Julian Assange, qué estará pensando aquel que una vez regresó a España con acento tejano y que no dudó en poner una franca sonrisa para la famosa foto de las Azores, aunque en aquel momento se estuviera poniendo en juego la vida de miles de seres humanos.