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domingo, 20 de junio de 2010

Wiesel/Semprún



Los escritores Elie Wiesel (Sighet, actual Rumanía, 1928) y Jorge Semprún (Madrid, 1923) coincidieron en el campo de concentración de Buchenwald en los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial. Quien fuera Premio Nobel de la Paz en 1986 había llegado desde Auschwitz, junto a su padre, que moriría unas semanas después, en una de aquellas marchas de la muerte organizadas por los nazis para desalojar los campos del Este europeo ante el empuje de los soviéticos. El español había sido detenido en Francia por pertenecer a la Resistencia.

Ambos compartieron el día de la liberación el 11 de abril de 1945, cuando un jeep del ejército norteamericano, en el que viajaban el civil Egon W. Fleck y el oficial Edward A. Tenenbaum, llegó a las puertas de Buchenwald. Y, posteriormente, los dos se agarraron a la escritura, a la ficción, para poder seguir viviendo después de la experiencia concentracionaria.

En 1960, Wiesel escribió El alba, que forma parte de su Trilogía de la noche (El Aleph Editores). Momentos antes de ejecutar a un oficial británico, el protagonista de la novela -alter ego de Wiesel- cuenta: "Estábamos solos en la celda blanca y estrecha. Él, sentado en la cama, yo, de pie ante él. Y nos mirábamos. Hubiera querido verme con sus ojos. Tal vez él quería mirarse con los míos". Surge, pues, la necesidad de cambiarse por el otro, de convertirse en el otro, de vivir su experiencia. Víctima y verdugo, frente a frente.

En 2001, Semprún entregó a la imprenta un libro en el que retornaba, una vez más, a Buchenwald: Viviré con su nombre, morirá con el mío (Tusquets Editores). Gracias a esa transmutación, a ese ponerse en la piel del prójimo, Semprún sobrevivió. Víctimas frente al verdugo.

jueves, 10 de junio de 2010

Oradour-sur-Glane

Cada 10 de junio, la pequeña localidad francesa de Oradour-sur-Glane, a menos de 20 kilómetros de Limoges, rememora uno de los episodios más sanguinarios de la Segunda Guerra Mundial: el asesinato a sangre fría de la casi totalidad de su población a manos de un regimiento de las Waffen-SS nazis. Tropas alemanas cercaron el pueblo ese día de 1944 y masacraron a 642 vecinos -191 hombres, 247 mujeres y 206 niños (seis de ellos menores de seis meses)-, destruyendo un total de 329 construcciones. El lugar se convirtió, en apenas unas horas, en una representación del infierno, en un inmenso cementerio. Únicamente seis vecinos consiguieron huir de la muerte. Fueron quienes contaron al mundo lo ocurrido, quienes relataron que las mujeres y los niños habían sido separados de los hombres y recluidos en la iglesia, que fue incendiada con ellos dentro. Una orgía de sangre y fuego en la que tomaron parte dos centenares de soldados.


Para que las generaciones siguientes no olvidaran el horror, se decidió que las ruinas a las que había sido reducida la villa se conservaran como si de una foto fija se tratara, como si el tiempo se hubiera detenido para siempre un 10 de junio de 1944. Como escribiera Luis Cernuda, "recuérdalo tú y recuérdalo a otros". Cada año, miles de personas recorren a pie ese conjunto fantasmal convertido en símbolo de la barbarie nazi y rinden tributo a las víctimas. En las cercanías se levantó el nuevo Oradour-sur-Glane. El 10 de junio de 1947, Vincent Auriol, entonces presidente de la República Francesa, colocó la primera piedra de la que hoy es una tranquila y típica población de la región de Limousin.