El holandés Cees Nooteboom -sus libros, se entiende- se ha convertido en uno de mis compañeros de viaje preferidos. Seguramente porque detrás de su literatura se oculta la enseñanza de que recorrer el mundo es una manera de conocerse a uno mismo, como también que hay que aprender a viajar, porque de ese modo, con los cinco sentidos bien despiertos, podremos disfrutar de cada una de las sorpresas y experiencias que nos deparan los lugares a los que arribamos. El año pasado devoré con verdadero placer En las montañas de Holanda -una interesante relectura de La Reina de las Nieves, de H.C. Andersen- y Lluvia roja -un ejercicio de memoria sobre algunas de sus estancias en diversas partes del planeta-. Podía haber hecho lo mismo con Hotel Nómada o El desvío a Santiago. Siempre los viajes como argumento central, como excusa inmejorable para hablar de poesía, política, música o arte -como ocurre en El enigma de la luz. Un viaje en el arte, que he terminado hoy mismo-.
Edward Hopper, Johannes Vermeer, Leonardo da Vinci, Giorgiode Chirico, Pieter Bruegel, Piero della Francesca, Caspar David Friedrich -al que la Fundación Juan March dedicó hace unos meses una extraordinaria exposición- o Rembrandt son algunos de los grandes maestros que desfilan por las páginas de El enigma de la luz. Nooteboom visita museos, palacios, iglesias y salas en busca de sus obras pictóricas, y deja constancia del efecto que le produce su contemplación, de cómo influyen en su espíritu, al tiempo que da cuenta de las ciudades y pueblos en los que se encuentran los cuadros. A fin de cuentas, las telas, como las poblaciones, son estados de ánimo.
Por suerte, las playas y calas de Almería que se encuentran en Cabo de Gata, como San José, El Arco o Carnaje, no están masificadas, al menos a media tarde, que es el instante del día en que acudimos a ellas. Y son un escenario ideal para el paseo, el baño y la lectura...de Cees Nooteboom.