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viernes, 26 de noviembre de 2010

Mario Pacheco

(@Efe Eme)
Cada nuevo libro del británico John Berger facilita el reencuentro con un pensamiento comprometido con el ser humano, con una ética cuya firmeza profiere gritos contra la desesperación, contra la injusticia, contra los atropellos, contra los abusos que comete el poder de unos pocos; al mismo tiempo, esa misma honestidad discursiva expresa una ira controlada que permite vislumbrar un futuro de esperanza anclado en la ternura, en la libertad, en el amor, en los anhelos de quienes, a pesar de verse privados de lo básico, practican la postura moral de estar desesperados pero sin miedo, sin resignación, sin un sentido de la derrota. 

Del último libro de Berger, Con la esperanza entre los dientes, una recopilación de escritos incluidos con anterioridad en otros volúmenes o publicados en diversos periódicos y suplementos culturales en los últimos años, extraigo una frase: "La muerte ocurre cuando la vida no tiene ya un solo jirón que defender". Una sentencia que me ha traído a la mente a quien desde hoy ya está en la memoria de muchos de los que amamos la música: el productor Mario Pacheco, arrebatado por una enfermedad que fue dejando su cuerpo sin jirones a los que agarrarse, pero que no pudo llevarse su legado, su humilde pero fundamental contribución al mayor conocimiento de la jondura. Seguro que cuando hace unos días el Flamenco fue declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, Mario lo sintió como algo suyo, como un triunfo al que había contribuido a su manera.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Kim Thúy

(@Benoit Levae)

Kim Thúy es una escritora tardía. A una edad, 39 años, a la que la mayoría de autores han entregado ya al público más de un título e incluso han consolidado su carrera, ella decidió adentrarse en el universo de la literatura y probar con la ficción narrativa. Tres décadas después de que abandonara Vietnam junto a su familia, en una arriesgada travesía que definitivamente la llevó a Canadá, país de acogida del que dice sentirse parte integrante -"me pertenece como persona, no soy una exiliada,  ni una inmigrante, soy una hija de Canadá"-, ha realizado una prospección en su memoria, un viaje a los recuerdos personales que, de un modo voluntariamente desordenado, ha depositado en su opera prima, Ru

Un debut literario que no ha nacido de la necesidad de curar viejas heridas, que no ha perseguido efectos paliativos. Kim Thúy ha dejado fluir momentos, en algunos casos insignificantes, que creía olvidados, ha desempolvado historias, tan imperfectas como la naturaleza humana, que esperaban una pequeña oportunidad para aflorar a la luz y convertirse en algo vivo. Y han sido las palabras, cada una con su peso, su color, su textura e incluso su olor, las que han devuelto a la vida esas imágenes que ahora nos regala, que ya nos pertenecen como lectores.  

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Azul serenidad

Si la muerte pudiera pintarse de algún color, quizás habría que emplear el azul serenidad. O eso es lo que nos sugiere el novelista Luis Mateo Díez, sacudido en un corto periodo de tiempo por dos muertes inesperadas en la familia. Él ya nos tenía acostumbrado a escucharle hablar de desapariciones, cuando nos llevaba de la mano y nos abandonaba en el mágico territorio literario de Celama, tan poblado de muertes, tan abundante en ausencias ficticias. Pero en esta ocasión no se trataba de ficción, sino de la dolorosa realidad que tan a menudo nos sacude, provocando un auténtico estrépito en nosotros. Porque ahora, el escritor leonés ha sentido la necesidad de rememorar a sus muertos familiares, a los que pertenecen a nuestra vida, a la cercanía más afectiva de lo que somos.

Desde la desolación de esas muertes avasalladoras, cuando el paso del tiempo ha dejado un momento de sosiego o quizás mejor habría que decir de sereno desasosiego, Luis Mateo Díez construye una emoción de ausencia que remite a un dolor apacible, a un sufrimiento tolerable. 

La muerte pertenece a nuestra condición de seres humanos, es irremediable, nos recuerda el novelista, por si alguno de nosotros en su soberbia se cree capaz de triunfar sobre ella cuando haga su definitiva aparición y  reclame lo que le pertenece, esto es, la vida, que tan poco se puede entender. Dos caras de una misma  moneda para las que no hallamos entendimiento. "La muerte no se entiende porque la vida es lo único que tenemos, no existe otra propiedad en la naturaleza de lo que somos", leemos. Aunque para las que hay que hacer un gran esfuerzo de comprensión. Al menos para esas muertes que, por sorpresa,  rompen nuestra costumbre de vivir. 

No se trata de olvidar, sino de devolver a la memoria, aunque el sufrimiento haya sido, en algunos momentos, insoportable. Porque se puede recordar en la dimensión más beneficiosa, como ha hecho él al recurrir al efecto curativo de la literatura y regalarnos un último y bellísimo libro: Azul serenidad o la muerte de los seres queridos. Al referirnos sus muertos cercanos, que acaban siendo los nuestros, nos vienen de vuelta los que de verdad nos pertenecen, generando ese rumor de ausencia que hemos aprendido a escuchar y con el que convivimos serenamente.

martes, 3 de agosto de 2010

Darina y Zena

Con muy pocos meses de distancia, las librerías españolas han recibido los testimonios narrativos de dos interesantes mujeres libanesas: la pintora Zena el Khalil, autora de Beirut, I love you, y la actriz Darina al-Joundi que, en colaboración con el escritor argelino Mohamed Kacimi, ha convertido un monólogo teatral propio, El día que Nina Simone dejó de cantar, en una novela homónima. Escritos en primera persona, ambos libros guardan ciertos elementos en común aunque sus diferencias sean evidentes: Zena echa mano del humor y de la fábula, mientras que Darina se muestra descarnada en la narración de su viaje personal al infierno.

Las dos novelistas son valientes, sinceras y a través de sus protagonistas femeninas nos acercan sin tapujos, en toda su crudeza, a una sociedad enloquecida por la violencia, sumergida en el dolor y en el horror, en unos años marcados por la guerra civil entre facciones religiosas y la prolongada ocupación israelí, en un tiempo en que la muerte se convierte en la compañera habitual de sus habitantes. Zena y Darina tratan de combatir los prejuicios, de vivir en libertad, de ser fieles a unos sueños y unos valores que acabarán chocando de frente con unas reglas sociales y unas costumbres religiosas que se tornan en sus principales enemigos. Ellas serán las grandes derrotadas de esa lucha desigual.

Pero antes tratarán de combatir contra los prejuicios, contra el orden establecido durante siglos, de lograr la victoria. Tanto una como otra se inician en el sexo mientras desafían, cada día, a cada instante, las balas, los bombardeos, la sinrazón bélica. Esquivan a la muerte al tiempo que la persiguen. Apuran cada instante como si fuera el último de sus vidas. Y a su alrededor, van cayendo los amigos, los familiares, los desconocidos. La guerra convierte Beirut, territorio principal de ambas narraciones, en una ciudad en la que los más jóvenes tratan de no perder ni un segundo de su vitalidad, de su jovialidad, de su energía, por lo que pudiera ocurrirles al segundo siguiente. Alcohol, drogas, promiscuidad, amor, diversión a raudales. Todo está permitido, mientras seas capaz de sobrevivir, mientras dure la guerra. Cuando retorne la paz, comenzará otra guerra más silenciosa, pero igual de dañina.

domingo, 4 de julio de 2010

Anne Michaels



En 1997 el público español tuvo la inmensa suerte de toparse con la primera novela de la escritora canadiense Anne Michaels, Piezas en fuga, editada por Alfaguara, sobre la que John Berger no tuvo reparos en afirmar que era "el libro más importante y más bello que he leído en los últimos cuarenta años". Y es cierto que se trata de una obra maravillosa, intensa, cargada de emoción, de belleza, en la que el ejercicio de la memoria -propia y ajena- se entremezcla con el dolor y el sufrimiento, pero también con la esperanza.

Trece años ha habido que esperar para reencontrarnos de nuevo con Anne Michaels y volver a experimentar el placer de entonces con su lectura. Su nuevo título, La cripta de invierno, es profundamente bello, poético. Reaparecen el dolor y el sufrimiento, individual y colectivo, porque ellos están presentes en nuestras vidas desde el mismo momento en que nacemos. El mundo que construimos y en el que nos sentimos seguros se desmorona en un instante. Una decisión política puede provocar que toda una colectividad pierda aquello a lo que ha estado agarrándose a lo largo de generaciones y lo que ahora es, deja de serlo para siempre al segundo siguiente. Del mismo modo que un hecho inesperado, desgraciado, destruye con crueldad lo que creíamos eterno, haciendo que el sentimiento de pérdida nos parezca insoportable, insuperable.

Detrás de esos desgarros se impone el amor, que devuelve a la vida lo que pensábamos que ya había muerto, que era irrecuperable. Pero no basta con no intervenir. Se hace necesaria la voluntad de dar un paso adelante. Es la diferencia que se establece entre no hacer daño y hacer el bien. La redención es posible.