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domingo, 20 de marzo de 2011

Plaza de La Perla (3)

(@Reuters)
Ahora que el otrora amigo y socio comercial se ha transformado en enemigo irreconciliable, ahora que se han iniciado los ataques sobre Libia, ahora que los rebeldes han encontrado respuesta militar a su desesperado llamamiento de ayuda externa, ahora que confiamos en que la Odisea del amanecer sea limitada en su duración y efectos -especialmente sobre la población civil, que no sobre el régimen criminal de Gadafi, al que debe poner punto y final-, ahora que... 

Y mientras, en Yemen, cada manifestación pacífica es reprimida por las fuerzas de Ali Abdullah Saleh, que no dudan en disparar con fuego real y sembrar las calles de Saná de muertos. En Bahrein, el símbolo de la revuelta, la Plaza de la Perla, ha sido destruido por unas autoridades que, además de expulsar a los manifestantes del lugar, han recibido, entusiastas, a las tropas de ocupación. En Marruecos, en Siria, en Argelia... se suceden las protestas ciudadanas y también las mismas respuestas por parte del poder: la feroz represión. 

A uno le queda la sensación de que a Occidente le resulta más fácil volver a bombardear un país al que ya dio un escarmiento hace algunos años, que alentar, favorecer y respaldar -con hechos, no sólo con palabras pronunciadas a media voz- a quienes reclaman libertad y democracia desde el mundo árabe. A uno le queda la triste sensación de que si Ben Alí y Mubarak hubieran aguantado un poco más, aún estarían sentados en sus sillones de sátrapas...con el beneplácito occidental. 

lunes, 21 de febrero de 2011

Plaza de La Perla (2)

(@infocatolica.com)
Todos los dictadores que en el mundo han sido aseguran que aman a su pueblo, que adoran a su pueblo, que viven para su pueblo. Un pueblo al que tutelan, al que protegen de las influencias del exterior, como si fuera un niño, un pequeño al que por nada del mundo dejan crecer. No vaya a cumplir la mayoría de edad y comience a pensar por sí mismo, a reclamar, a reivindicar, a pedir un margen de libertad, un pequeño margen en el que expresarse con libertad. Entonces, el pueblo amado, el pueblo adorado, el pueblo por el que el tirano se ha desvivido, por el que ha dado toda su vida, se convierte en el enemigo a batir, en el único enemigo a destruir. Porque, entonces, su supervivencia y la de su régimen se hace incompatible con la de su pueblo. O uno u otro.

Acaba de ocurrirle a Ben Alí en Túnez. Lo mismo le ha pasado a Mubarak en Egipto. Y está a punto de sucederle a Muamar Gadafi en Libia. El sátrapa se resiste a abandonar el poder y sostiene su régimen de cleptócratas a sangre y fuego, sin importarle ya nada, como si quisiera, antes de abandonar el trono en el que se ha mantenido durante cuatro décadas, dejar la huella del terror, el recuerdo de la barbarie,  del crimen, grabado en ese pueblo al que, una vez, dijo haber amado, haber adorado.

Y mientras los dirigentes occidentales tratan de buscar palabras que no ofendan al antaño aliado, al viejo amigo, no vaya a ser que finalmente se mantenga al frente de su país,  a otros nos queda pedir la intervención del Tribunal de La Haya. Porque ametrallar al pueblo, bombardear a los manifestantes no es más que un crimen de lesa humanidad.  

domingo, 20 de febrero de 2011

Plaza de La Perla

(@redigitaltv.com)
Durante décadas, los regímenes autoritarios y las monarquías absolutistas bajo los que han estado viviendo les hicieron creer que sus derechos como ciudadanos -en realidad han sido tratados siempre como súbditos, como menores de edad incapaces de tomar sus propias decisiones- eran innecesarios, irrelevantes para sus existencias. El ejercicio de la libertades individuales y colectivas les fue birlado, sacrificado, en beneficio de la estabilidad, la seguridad, el crecimiento económico, los beneficios financieros -de unos pocos, claro está-, la religión y el orden público. Hasta que han gritado "¡basta!". Y, como si se hubieran puesto de acuerdo, como si hubieran decidido inocularse a un mismo tiempo la rabia, han incendiado el mundo árabe. 

Las revueltas y las manifestaciones se suceden, desde hace semanas, en los países del Magreb y Oriente Medio. Los pueblos de Túnez y Egipto derrocaron a sus tiranos y no parecen dispuestos a que sus logros queden en papel mojado. Bahréin ha dejado de ser el nombre de un Gran Premio de Fórmula 1 o de un exótico destino turístico, una vez la población se ha lanzado a tomar las calles y convertir la Plaza de La Perla, en Manama, en símbolo de sus reivindicaciones democráticas. Y Libia, Yemen, Argelia o Marruecos son hoy los escenarios de masivas protestas reprimidas duramente por la policía y el ejército, que no dudan en disparar contra los manifestantes, provocando centenares de muertos y heridos. 

Miles de héroes anónimos protagonizan lo que parece ser la gran revolución del siglo XXI. Y ahora que el mundo árabe arde, Occidente no sabe cómo dar respuesta a ese grito de libertad porque, no nos engañemos, teme una democratización de esos países.

viernes, 11 de febrero de 2011

Midam Tahrir (2)

(@Reuters)

Hoy, al ver las explosiones de júbilo de los manifestantes egipcios congregados en Midam Tahrir tras conocerse la renuncia del dictador Mubarak, he sentido la misma emoción que cuando la televisión retransmitió en vivo la caída de Ceaucescu en diciembre de 1989. Entonces, fuimos testigos de cómo  el pueblo rumano recobró la libertad y volvió a ser protagonista de su propio destino. Ahora, tres semanas de manifestaciones y de revueltas populares, retransmitidas casi minuto a minuto a través de todas las ventanas de comunicación del mundo, han bastado para  acabar con tres décadas de tiranía en Egipto. 


Se abre una etapa de incertidumbre, aún es pronto para saber qué papel desempeñará el ejército y la clase política que ha acompañado durante estos años al caimán en su aventura totalitaria, en su cleptocracia. También para conocer la reacción que tendrán los países occidentales que con tanta simpatía trataban al rais y que preferían mirar hacia otro lado para no ver sus desmanes, sus atropellos, sus crímenes. Pero, de lo que no hay duda, es de que cuando un pueblo decide recuperar su rol protagónico, no hay quien lo detenga, por muchas armas que posea. Ya nada será igual, ya nada deberá ser igual en la antigua tierra de los faraones.


La rebelión en el mundo árabe a la que desde hace semanas asistimos no debería acabar aquí, ni ser frenada por el temor, tan recurrente pero tan dañino, al islamismo, al terrorismo integrista. Después de Ben Alí y de Mubarak, otros muchos sátrapas tendrán que abandonar los tronos a los que con sangre y fuego se han venido agarrando durante años. La democracia no es una utopía.  


PD: Mañana, 12 de febrero, a las 12 horas, en la Puerta del Sol (Madrid), Día Global de Acción por Egipto y otros países del Norte de África y Oriente Próximo, convocado por Amnistía Internacional.

domingo, 6 de febrero de 2011

Midam Tahrir

(@elsemanaldigital.com)
Desde el 11-S, las imágenes más repetidas -y en demasiadas ocasiones, las únicas- que nos llegan desde el mundo árabe son las del integrismo islámico, las del fanatismo religioso, las de los terroristas suicidas o las de los coches bomba que explotan a primeras horas de la mañana en un mercado atestado de gente en ciudades demasiado distantes de nuestra cotidianidad como para conmovernos. A nadie ha parecido importar que sus poblaciones llevaran décadas viviendo bajo regímenes dictatoriales, que sus ciudadanos vieran pisoteados, cada día, sus derechos y libertades. Si los tiranos pertenecían al elegido grupo de los aliados de Occidente, todo les estaba tolerado, a fin de cuentas nos garantizaban seguridad y estabilidad. De lo contrario, pasaban a engrosar la selecta lista de enemigos que conforman eso que ha venido en llamarse eje del mal.

Sin embargo, el suicidio altruista de un modesto vendedor ambulante tunecino, Mohamed Bouazizi, ha sido capaz de poner el orden establecido patas arriba. Primero despertó a la sociedad de Túnez y, después, a la de otros países, como Jordania, Yemen o Egipto, que parecían narcotizadas, profunda y  largamente hechizadas. Dos semanas llevan los egipcios congregados en Midam Tahrir convencidos de que al régimen de Mubarak le ha llegado el parte de defunción. Dos semanas en las que la Plaza de la Liberación de El Cairo se ha convertido en el centro del mundo, en el epicentro de la libertad.

Suceda lo que suceda a partir de ahora, ya nada será igual, ya nada deberá ser igual. Si en 1989 Occidente brindó por la caída de los regímenes del Este europeo, ahora no puede dar la espalda a quienes se han levantado para reclamar lo mismo: democracia. Hacerlo, sería traicionar los principios en los que, teóricamente, se legitima nuestro sistema.

Lástima que quien creyó en su pueblo y en su capacidad histórica para cambiar el destino y romper las cadenas, no pueda ver lo que ocurre cerca del café al que, a diario, acudía. Más de uno, de todos modos, hemos pensado en Naguib Mahfuz, en su sencillez, en su modestia, en las palabras que, desde sus  novelas, proclamaban la tolerancia, la hermandad y la paz entre las naciones. 

jueves, 3 de febrero de 2011

Aznar se traviste de Chateaubriand

José María Aznar no ha ocultado nunca su odio visceral hacia los árabes, hacia el mundo musulmán. De ahí que, cuando Blair y Bush se apuntaron a libertadores del pueblo iraquí, el ex presidente corriera, como a quien persigue el diablo, a fotografiarse en las Azores. No fuera a ser que el tirano Sadam ocultara las inencontradas armas de destrucción masiva. Y ahora que en algunos países islámicos, como Túnez, Egipto, Jordania o Yemen, sus poblaciones salen a las calles a reclamar libertad y democracia, el  que fuera inquilino de La Moncloa no duda en sacar a la luz sus viejos fantasmas y supeditar las ansias de esos ciudadanos a los intereses de Europa y Estados Unidos

Quizá a nadie deba sorprender que Aznar retome ahora las ideas del timorato aristócrata francés Chateaubriand, quien, al interpretar a principios del siglo XIX las reformas de los otomanos, consideraba que civilizar Oriente implicaba extender la barbarie en Occidente. Esto sólo puede tener un significado, que no reside precisamente en la posición del ministro de Exteriores del rey Carlos X, sino en la tentación de Aznar, quien lleva tiempo intentando rescatar para los occidentales una identidad primaria, esencialista, excluyente y estática y olvidando que mientras una Europa medieval vivía en la sombra, otra lo hacía en la luz. 

Le guste o no al presidente de la FAES, aquella Al Andalus y su unidad político-territorial, que luego será España, le ha demostrado a la historia europea que los árabes conocieron la modernidad mucho antes que la Europa cristiana, precisamente llamada moderna. Y los árabes, quiera o no José María, son herederos directos de la Grecia clásica, cuna de la democracia. Y aunque los árabes se han olvidado de ella, como dice el refrán castellano, quien tuvo, retuvo. ¿O es que acaso los europeos siempre hemos sido democráticos? Eso sí que es echarse un farol. 

jueves, 27 de enero de 2011

Mohamed Bouazizi (2)

Durante la movida madrileña, Glutamato Ye-Yé cantaba un divertido tema que anunciaba que Oriente estaba insurgente. Hoy, muchos años después, se cumple aquel presagio del grupo que lideraba Iñaki Fernández. Desde que el joven vendedor Mohamed Bouazizi se inmoló en Túnez, convirtiéndose en el principal mártir de la Revolución de los Jazmines, las protestas populares se han extendido por varios países árabes y amenazan con prender en el resto. A Túnez siguieron Argelia, Jordania, Egipto y ahora, Yemen. Parece que el movimiento no se detiene, a pesar de la represión ejercida  por los temerosos monarcas absolutos y los presidentes vitalicios, que empiezan a sentir que la camisa no les llega al cuello y sospechan que pronto se convertirán en compañeros de exilio de Ben Alí. Las imágenes de las manifestaciones de El Cairo, Suez o Sanaá, como antes las de las principales ciudades tunecinas, reflejan el malestar de unas poblaciones  hartas de su progresiva miseria y del enriquecimiento ilícito de las élites políticas. 

Occidente calla, como siempre, interesado como ha estado en sostener durante décadas a estas dictaduras. Pero no menos que los integristas, cuyas tesis encontraban en la opresión un magnífico caldo de cultivo y a los que la posibilidad de que se establezcan democracias asusta tanto como a los sátrapas actuales. Unos y otros tienen la impresión de que pueden perder su chiringuito, ya sea económico, político-militar o ideológico. 

Y mientras se suceden los acontecimientos a toda prisa, casi tanta como la que se vivió a partir de 1989 en el Este europeo, tras la caída del Muro de Berlín, la familia de Mohamed Bouazizi sigue llorando su muerte. Lástima que quien encendió la llama de la rebelión no pueda presenciar los efectos devastadores de su valiente aunque suicida acción.  

domingo, 16 de enero de 2011

Mohamed Bouazizi

(@Reuters/Zohra Bensemra)
Hace algunos años, tras la muerte de Hassan II, los medios de comunicación tardaron algunos días en referirse al monarca marroquí como a lo que verdaderamente era: un tirano cruel y sanguinario. Era como si no se quisiera desairar al Gobierno y la Monarquía españoles, históricos amigos del sátrapa, como si se temiera la reacción del vecino mediterráneo. Ahora, tras la apresurada huida del presidente tunecino Ben Alí como consecuencia de la bautizada como Revolución de los Jazmines, la prensa europea comienza a hablar de tiranía, de dictadura, de autoritarismo y a afear la postura benévola y la cercanía cómplice que las instituciones y democracias occidentales mantuvieron con el caudillo depuesto a lo largo de este último cuarto de siglo. Periodistas y comentaristas recuerdan en estos momentos que Amnistía Internacional ha venido llamando la atención año tras año de los desmanes del mandatario magrebí, aunque poco caso se hizo a sus informes. Tuvo que producirse la inmolación de  Mohamed Bouazizi para que los ojos se posaran en ese régimen corrupto y dictatorial.

Sin embargo, hasta hace muy poco, esos mismos medios recomendaban Túnez como destino turístico tranquilo y seguro, ingresaban dinero de las campañas publicitarias de ese país y no alertaban de las violaciones de los derechos humanos ni de la represión a la que era sometidos sus ciudadanos. Quizás tengan una buena oportunidad, a partir de  ahora, para denunciar, sin ambages ni tibieza, lo que es una evidencia: que ninguno de los países del Magreb es democrático, que sus Estados viven inmersos en la corrupción y que su población no goza de las libertades y derechos exigibles. La prensa libre no debería callar o mirar hacia otro lado, como hacen los Gobiernos europeos, atados por sus propios intereses económicos y geopolíticos, sino ponerse del lado de los demócratas que aspiran a convertir el Norte de África en un territorio libre de dictaduras. ¿Es demasiado pedir a los que ejercen a diario el periodismo?

lunes, 16 de agosto de 2010

Estampas de refresco (8)

(Asuán, 2003)
Lo normal es meter bajo el agua o enterradas en la arena las botellas llenas, para que su contenido esté fresco en el momento en que lo vamos a beber. ¿Qué sentido tiene depositar los cascos vacíos en el agua? ¿Será un método de pesca que desconocemos por estos lares? ¿Habrá una sirena encargada de ir rellenando la caja una vez consumido el líquido? ¿Estará Neptuno al frente del negocio? Vaya uno a saber.