Hace algunas semanas dediqué una entrada a Juan Carlos Ibarra, después de su paso por un foro en Badajoz. Entonces me referí a su demagogia tecnológica, sustentada mayormente en la idea de que Internet nos permite el acceso, a golpe de clic, a millones de obras de creación, sin necesidad de pagar a los autores de esos libros, canciones, películas o videojuegos descargados, dado que, por encima del derecho de los trabajadores de la cultura a ser retribuidos por su trabajo, está el supuesto acceso universal al conocimiento, una red libre y neutral y la mayor de las libertades de expresión. La simpleza argumental empleada entonces, unida a ciertas gotas de populismo facilón, reaparece, pero esta vez por escrito, en un artículo aparecido en el diario El País.
Las ideas esgrimidas por el expresidente extremeño son, como digo, pocas y de un simplismo insultante. Y en ellas insiste. De un lado están los buenos, esto es, los jóvenes internautas que contribuyen, navegando y descargando a su antojo, al avance tecnológico y el progreso de la Humanidad, así, en mayúsculas. Del otro están los malos, esto es, los creadores, la industria y las entidades de gestión, que se limitan a reclamar lo que es suyo, es decir, una justa retribución por el trabajo creativo realizado y descargado impunemente a través de las ADSL, en lo que no es más que un claro ejercicio de saqueo. Y entre medias está este señor, deslumbrado por la luz de las pantallas de ordenador, haciendo gala de una ingenuidad extraordinaria -o quizás de una mayúscula malicia- cuando olvida a quienes se están forrando de lo lindo con el esfuerzo ajeno, llámense operadoras de telefonía, TIC o páginas de enlaces.
Y hay quien ha calificado alguno de sus artículos de padrenuestro [sic] de la realidad. ¡Válgame dios!