Del mismo modo que la Navidad se nos anuncia con suficiente antelación a través de una insoportable avalancha de anuncios televisivos de juguetes, el final del verano viene precedido por una catarata aún peor que la que nos espera en diciembre y que no es otra que la que inunda los quioscos de infinitas colecciones y fascículos que, a modo de letanía, se repiten año tras año sin excepción.
Las editoriales deben tener muy claro que durante el mes de agosto hemos hecho acto de contrición y que tras las vacaciones estivales estaremos dispuestos a comenzar una nueva vida, como el que inicia un régimen de adelgazamiento, y que, por tanto, qué mejor que empezar a coleccionar sellos y billetes del mundo, cochecitos de juguete, estilográficas, relojes de bolsillo o dedales; cómo desaprovechar la ocasión de aprender algún idioma que no llegaremos a hablar nunca, de conocer algún truco de cocina con el que sorprender a nuestros suegros o de especializarnos en labores de punto de cruz o ganchillo; qué estupidez perder la oportunidad de estimular las habilidades manuales construyendo algún avión de combate por partes o, mejor aún, un dinosaurio hueso a hueso. Por no hablar del empeño de estas multinacionales de la edición, que insisten una y otra vez en reimprimir libros de texto que utilizamos hace ya mucho tiempo, tebeos que leímos siendo muy niños o cuadernos con los que aprendimos a escribir.
También deben tener muy claro que se trata de un negocio muy rentable, porque de otro modo resultaría inexplicable que cuando se acerca septiembre no haya quien encuentre un periódico o una revista, entre tanto cartón, juguete, álbum, mineral o curso de inglés. Y como saben que al segundo o tercer número el personal ya se ha cansado de la colección de marras, pues a esperar al septiembre siguiente, que seguro que hay quien pica y vuelta a empezar. ¡Un negocio redondo, vamos!
También deben tener muy claro que se trata de un negocio muy rentable, porque de otro modo resultaría inexplicable que cuando se acerca septiembre no haya quien encuentre un periódico o una revista, entre tanto cartón, juguete, álbum, mineral o curso de inglés. Y como saben que al segundo o tercer número el personal ya se ha cansado de la colección de marras, pues a esperar al septiembre siguiente, que seguro que hay quien pica y vuelta a empezar. ¡Un negocio redondo, vamos!
Yo soy uno de los que han caído en ese afán que tienen de vendernos cualquier curso o colección después de las vacaciones.
ResponderEliminarUn curso de Ingles, de fotografía o de dibujo son algunos de los cursos que yo he coleccionado y que no me han servido de nada, solamente gastarme un dinero y a veces hasta perderlo al dejar de coleccionar por lo pesado que se hace.
Pues a mí me encantan los coleccionables: Forma parte de la rutina de los ciclos de mi vida, entrar un sábado por la mañana en un Corte Inglés o kiosko grande a comprar los periódicos y echar un vistazo a todas esos maravillosos objetos que te regalan (sólo en su primera entrega) y que te conducen a fantasear con la posibilidad de convertirte en una gran chef, bilingüe, perfectamente maquillada y conjuntada con infinidad de complementos hechos por tí misma...
ResponderEliminarDejando las utopías al margen, sí que es cierto que mayoritariamente, son estupideces para niños - niños de 40 años, pero niños-, pero en mi caso, en ocasiones el afán coleccionista de la gente, me ha sido útil para completar mi biblioteca con títulos clásicos a muy buen precio (Aunque haya de deshacerme de su envoltorcito, y sus cosicas... ;-)
Lucía A.
Todavía estoy esperando un coleccionable que se centre en cómo alargar las vacaciones sin tener que recurrir a la pérdida del trabajo, enfermedad transitoria -léase gripe, depresión, esguince de pulgar...-. De utopías de vez en cuando se puede sobrevivir. SM
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