La tragedia tiene rostro humano. No así el sufrimiento, que también adivinamos -con demasiada frecuencia- en la mirada animal. Se han cumplido diez años de los atentados del 11-S y mi recuerdo de aquellas inolvidables horas, de aquel día grabado a fuego en las conciencias de todos, permaneceá indeleblemente unido al espanto que se dibujó en las caras de una pareja de turistas neoyorquinos que comían en una mesa cercana a la nuestra en una taberna del barrio lisboeta de la Alfama en la que decidimos hacer un alto en el camino. Se me ha olvidado qué pedimos, qué plato teníamos delante cuando el segundo avión se estrelló contra una de las torres, pero no el horror con el que aquellas dos personas contemplaron las imágenes que retransmitía un pequeño televisor situado al fondo del salón. El restaurante quedó en silencio. Ningún cliente se atrevió ya a seguir comiendo, a manejar unos cubiertos que habrían roto, con su sonido metálico, el sentimiento de duelo que inundó el local. El mismo silencio atravesó la ciudad de Lisboa, conmocionada por el suceso. Hasta el tráfico pareció detenerse, en señal de respeto. De algunas esquinas y también de algunos comercios, el sonido lejano de los transistores relatando una noticia que habría de cambiarnos, de traumatizarnos.
Ahora, los rostros de aquellas víctimas del injustificable terror han regresado del pasado a la actualidad, a los informativos, a los especiales que han llenado la parrilla de los canales televisivos. Entre tanta avalancha mediática, ante tanto programa realizado en directo desde Estados Unidos, he echado de menos los rostros de otros miles de muertos, de los inocentes que en esta década han perdido sus vidas en las guerras de venganza lanzadas por Estados Unidos, en los conflictos iniciados por la gran potencia para aplicar la ley del Talión.
Una de mis primeras estancias en el extranjero tuvo lugar entre el 8 y el 29 de septiembre de 2001, en el estado de New Hampshire, por lo que tuve la "oportunidad" de vivir muy de cerca el "gran drama americano".
ResponderEliminarComo extranjera en aquel país y en aquella situación, todos (mi familia y yo) tuvimos miedo de lo que pasaría, de cómo podría salir del país para volver a casa...pero cuando realmente sentí miedo fue cuando escuche las primeras declaraciones de George W. Bush declarando su sed de venganza, la supuesta sed de venganza del pueblo americano. Declarando la guerra. Y yo sólo puedo decir que vi un pueblo consternado, superado por los acontecimientos, apenado por la pérdida de seres humanos. Pero jamás sentí esa supuesta sed de venganza a mi alrededor, ni siquiera escuché hablar del ataque a las torres como "emblemas" de su país.
Aun a riesgo de sobrepasar la longitud "recomendada" para escribir un post, dejo aquí la letra de una de mis temas preferidos del Carnaval de Cádiz (Comparsa Los Ángeles Caídos, 2002):
¡Oh, pueblo americano!,
que pones precio a cabezas,
al mismo tiempo que rezas
y así no reza un cristiano.
Por si de algo te sirve
la Libertad Duradera,
la da cualquiera que es libre...
Menos tu pueblo, cualquiera.
¿Tú qué sabes del dolor, si ni siquiera ves
que mientras que los niños se mueren de hambre,
se mueren de risa los que lo han matado?...
Y los padres de los niños que mueren de hambre
saben del dolor mucho mejor que tú,
que esperas a la noche en la Quinta Avenida.
Que si en las Torres Gemelas vida queda nada,
en el Tercer mundo nada queda de la vida.
¡Oh, pueblo americano,
judío y luterano!...,
¿en nombre de qué dioses
reventáis las voces de los palestinos?
¡Oh, pueblo que compensa
misiles y hamburguesas!...
Yo me "cachi" en los moros,
pero nunca lloro por un asesino.
Y aquí no hay asesino
más grande que Nueva York,
que no tienen Guerra Santa más que por dinero...
Y ese dios es verdadero
más allá de Alá y de Dios.
(impresiona en directo: www.youtube.com/watch?v=Dfe0mLaQeuE)
AG