(@Bartolomé Ros)
Cada vez me cuesta más mostrarme indiferente ante tanta grosería como se escucha y se lee a diario. Cada día me resulta más difícil controlarme ante tanta vileza como se observa en los comportamientos y modales de algunos. Cada hora que pasa tengo la impresión de que vivo en una España donde se premia lo soez, donde se jalea lo indigno, donde se aplaude lo más tosco, donde lo más burdo es moneda de cambio y donde la ordinariez es garantía de popularidad y éxito social. Y parece que no es algo nuevo, sino que viene de muy atrás.
No hace falta salir a la calle. Basta con pasar un rato ante el televisor, leer los diarios o curiosear los comentarios que saturan las noticias en Internet para constatar que lo que más se valora en este país es la mayor burrada expuesta y a quien la pronuncia o escribe. Si incorpora el insulto, mejor. Y si produce crispación y malestar ajenos, pleno. Objetivo cumplido. No es necesario que a uno lo cojan con un micrófono abierto o parapetado tras el anonimato de la Red para que ofrezca gustoso y con total naturalidad lo mejor de sí mismo.
Decía mi abuela, de quien aprendí menos de lo que hubiera debido y deseado, que "en la mesa y en el juego, la educación se ve luego". Al dicho, quizás por antiguo, le faltarían actualmente algunos otros espacios o momentos en los que fácilmente se pierden la cortesía y la urbanidad. Además, con demasiada frecuencia, son los que pasan por educados los primeros que se echan mano a la entrepierna cuando algo les desagrada o no se acomoda a su gusto. Los primeros en emular el estilo grosero, falto de todo tacto, de aquel militarote de apellido Millán-Astray que desafió la inteligencia.
Javier Marías asegura haber encontrado ventajas de la zafiedad reinante. Yo confieso que aún no lo he conseguido.
Totalmente de acuerdo
ResponderEliminarun saludo!
Tan claro como el agua y tan triste como la realidad que nos 'noquea' a diario
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