Escribió Manuel Altolaguirre que "ningún campo tan grande como el de nuestra memoria" y que "recorrerlo es buscarse a sí mismo". Y él mismo se buscó y confundió en unas confesiones y en unos recuerdos que quedaron reunidos en El caballo griego, un libro de memorias que no pudo concluir porque antes le sorprendió la muerte en una carretera de la España de la que se había exiliado veinte años antes, al concluir la guerra civil, durante la que mantuvo un firme compromiso con la legalidad republicana. Una muerte después de la cual su alma no se sintió desnuda, sino envuelta con el paisaje de sus pensamientos y emociones, abrigada por la memoria, que le sirvió de confortable luz frente al abandono y el olvido. Y él, que dijo que estaba "aprendiendo a morir a fuerza de recuerdos", nos legó unos cuantos y muy sabrosos en unas deliciosas páginas que, acertadamente, ha recuperado el diario Público en la edición de hoy, sábado 8 de enero, dentro de su colección Voces críticas.
En apenas medio centenar de páginas, que se completan con una serie de notas sobre literatura por las que desfilan los principales poetas y dramaturgos de las primeras décadas del pasado siglo, como Luis Cernuda, Federico García Lorca, Miguel Hernández, Emilio Prados, Vicente Aleixandre, Pedro Salinas ("Y fue una despedida, larga, clara", escribe Altolaguirre tras la muerte de quien era "vuelo y cielo, luz henchida de aire"), Gerardo Diego y otros, el escritor malagueño nos acercó el drama de la España vencida, obligada, como él, a abandonar su patria y acabar recluida, en los primeros tiempos, en los campos de concentración franceses, en una tierra extraña donde "el llanto de las mujeres y de los niños no eran lágrimas líquidas, sino enturbiadas nubes coronando sus frentes". El dolor que destilan esos pasajes tiene también su contrapunto en las divertidas anécdotas que relata de los años anteriores al conflicto fratricida, protagonizadas por Salvador Dalí, Gala o un Rafael Alberti que no duda en vestirse de mujer para recibir la visita de André Gide.
Qué placer haber encontrado hoy la voz crítica de Manuel Altolaguirre en una edición popular que, seguramente, habría gustado a quien también fue un magnífico editor e impresor.
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